Juan José Millás: “Cuantos más medios tenemos para comunicarnos, más solos estamos”

Matías Méndez

Guardar

Un hombre que es despedido de su trabajo comete un pequeño hurto y en la huida se esconde en un armario que termina en la casa de una familia que vive en un lugar indeterminado de Madrid. Una vez ahí, el protagonista de Desde la sombra (Seix Barral) se dará cuenta de que ese puede ser su lugar para darle sentido a una vida que hasta ese momento no lo tenía. Ese es el punto de arranque de la nueva novela del escritor y periodista español Juan José Millás.

Durante la soledad de su encierro que sólo rompe cuando la familia se va de la casa, se imagina a sí mismo entrevistado en un programa de televisión y es en ese diálogo donde reflexiona sobre el capitalismo contemporáneo, los medios, las nuevas tecnologías de la información y sobre su propia vida.

Desde la sombra, que tuvo una muy buena recepción en la crítica y en los lectores de España y que ya lleva contratada una decena de traducciones, es la novedad que el grupo Editorial Planeta, a través de su sello Seix Barral, lanzó en Argentina en los últimos días. Para apuntalar la publicación, y antes de participar en la Feria del Libro de Chile, Millás estuvo en Buenos Aires y dedicó una mañana en su agenda para visitar la redacción de Infobae.

En esta entrevista, el escritor español se muestra muy crítico de la televisión, a la que juzga "igual en todo el mundo" y a la que acusa de "habernos igualado a todos hacia abajo". Sostiene: "A medida que han aumentado los sistemas para comunicarnos, aumentó la soledad de la gente".

—Estamos ante una nueva novela suya que ha tenido una muy buena acogida en España. ¿Con qué expectativa la publica en Argentina? ¿Qué lectura imagina?

—Las características locales, en estos momentos, en ninguna parte del mundo son tan fuertes como para que las lecturas sean distintas. Quiero decir que la globalización ha alcanzado también a la globalización de los contenidos, de manera que un lector argentino no ve como algo exótico a algo que se ha escrito en España, o al revés. Por lo que voy viendo y por lo que me cuentan los lectores, el lector argentino, mexicano o chileno, no es un lector muy distinto del español, el francés o el alemán.

—Por otra parte, el planteo de la novela es universal.

—Siempre se ha dicho que cuanto más local es uno, más universal. Siempre pienso en Pedro Páramo, de [Juan] Rulfo, que es una novela absolutamente mexicana o Cien años de soledad, que es absolutamente colombiana. Creo que esas barreras no existen y mucho menos cuando estamos hablando en el mismo idioma, que es un privilegio en el que no pensamos.

—Hay quienes dicen que el sueño del periodista es ser invisible en una habitación donde se reúne el poder o, al menos, poder mirar por la mirilla y escuchar. Aquí, el protagonista lo hace, pero observa a una familia común y corriente, sin embargo, también está mirando el poder. ¿Está de acuerdo?

—Sí, he contado en alguna entrevista que, cuando la terminé, pensé que era una novela de misterio, casi de género fantástico: es una historia de un hombre que acaba metido adentro de un armario y ese armario se traslada al domicilio de una familia normal y corriente, y se queda a vivir en ese armario, de manera que empieza a formar parte de esa familia como un fantasma. Pensé: "Es una novela de género fantástico y de misterio", pero tenía el sentimiento de que se podía hacer una lectura muy política de esa novela; que este hombre, que ya no acaba en los márgenes de la realidad sino en un armario, metaforiza a toda esa gente a la que el sistema va expulsando del centro hacia los suburbios. Pero pensé que esa lectura no era tan evidente como para que se percibiera, lo cual me frustraba un poco, porque me parece que es muy importante la carga de representación de la realidad que tiene esta novela, sin embargo, la primera crítica ponía el acento ahí.

—De hecho, el protagonista es un expulsado del sistema laboral.

—Es un expulsado y no solamente del sistema de trabajo, sino que, además, por sus propias cuestiones personales, no ha encontrado nunca un sitio claro, ni en su familia; por supuesto, no lo tuvo en el trabajo, ni en el mundo en general. Es un desplazado. Es un hombre que va en busca desesperadamente de un sitio al que pertenecer.

La gente está más sola que cuando no teníamos internet

—Y esa soledad que le da su condición de desplazado la intenta reemplazar con chats en internet. ¿Le interesaba reflexionar sobre esa cuestión?

—Como tantas personas hoy día. Es curioso porque esto está estudiado por los sociólogos: a medida que han aumentado los sistemas para comunicarnos, aumentó la soledad de la gente. La gente está más sola que cuando no teníamos internet o teléfonos móviles. Por lo menos en los estudios que se hacen en Europa; cada vez hay más gente que vive sola, cada vez hay pisos más pequeños y menos relaciones familiares. Es curioso, porque eso se produce al mismo tiempo que aparentemente nos podemos comunicar más. Esta gente que se comunica a través de Facebook, Twitter y todos estos medios y que tiene cientos de miles de amigos, teóricamente, en el otro lado de la realidad, en la realidad analógica, que es la realidad en la que se tienen dolores de cabeza, está más sola. Es una relación inversamente proporcional: cuantos más medios tenemos para comunicarnos, más solos estamos.

—En el plano formal, usted eligió que el protagonista narre a través de un diálogo interior que simula una entrevista en televisión. ¿Por qué?

—Lo que sucedió fue que, por el planteamiento de la novela y por la cantidad de tiempo que este hombre pasa solo en esa casa, porque cuando la familia sale a trabajar y se queda sola, él sale del armario y deambula por allí… Eso significaba que este hombre iba a hablar mucho consigo mismo. Había un espacio de la novela que tenía que ser puro monólogo interior, pero yo no quise recurrir a un monólogo interior tradicional, porque es una técnica que ya está muy usada y que en el siglo XX se ha utilizado en exceso y no siempre con acierto. Quería encontrar una fórmula que este hombre tiene consigo mismo de una manera original y entonces se me ocurrió la idea de que este hombre imaginara que está permanentemente en un plató de televisión donde lo está entrevistando un conductor de un programa muy famoso, un programa de gran audiencia. Esto me permitía dialogar mucho en la novela, la novela está muy dialogada porque se pasa la vida hablando con este otro ser imaginario. Lo curioso es que esto fue una cosa que se me ocurrió y en la primera ocasión que hablé públicamente de este libro, que fue en un programa de radio en Madrid, la conductora del programa confesó que ella con frecuencia llenaba la bañera de su casa, se metía adentro, apoyaba los brazos e imaginaba que era una nadadora famosa a la que estaban entrevistando porque había ganado una carrera. Me quedé sorprendido de que alguien en la vida real utilizara, para hablar consigo mismo, la técnica que yo había utilizado en la novela, pero después, a medida que fui haciendo entrevistas, hubo un número considerable de periodistas que me confesaron que el modo que utilizaban para hablar consigo mismos era este: imaginar que alguien les entrev+istaba. Me di cuenta de que había tenido una intuición con la que había metido el dedo en la llaga. Efectivamente, es muy posible que hoy, debido a la influencia de la televisión, mucha gente hable consigo mismo de este modo.

—¿Todos desean ser entrevistados?

—Claro, porque la televisión es un artefacto que funciona las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. Además, salir en televisión es muy curioso. Mira, escribo en el periódico y alguien se acerca a mí y me dice: "Oye, he leído tu última columna y me ha gustado", o "No me ha gustado"; me hablan del contenido de la columna. Pero si salgo en televisión, lo que te dicen es: "Te vi en televisión". No importa lo que hayas dicho o lo que hayas hecho, el tema es salir en televisión. La televisión genera una cultura que es la de la fama por nada.

—En su novela hay varias referencias a la televisión basura.

—Una de las cosas a las que ahora le estoy dando vuelta es que la televisión es igual en todo el mundo. Es decir, la televisión, que casi era un elemento democratizador, tiene algo terrible y es que nos ha igualado a todos para abajo. Estás en Alemania, pones la televisión, no entiendes porque no sabes el idioma, pero podrías reproducir lo que están diciendo, porque hay un programa idéntico en España. Todo está apelmazado y todo es igual. Cuando venía para acá, pensaba, venía en un coche Peugeot y veía por las calles Hondas, Renaults y las marcas de coches habituales, y yo pensaba: "Viajar diez mil kilómetros para ver los mismos coches". Todo se ha apelmazado, se ha hecho como una masa, el mundo tiende a convertirse en una masa en la que no se distingue. Cuando yo era pequeño, mi padre se iba de Madrid a Valencia, a trescientos kilómetros de Madrid y traía regalos que en Madrid no había. Ahora, te vas a la otra punta del mundo y para encontrar un regalo para tu familia que no se encuentre en Madrid te tienes que volver loco.

Volver a leer una novela es como volver a visitar una casa

—Quería retomar su trabajo formal: la novela tiene un ritmo que no decae nunca y eso hace que pueda leerse de un tirón. ¿Cómo se alcanza y sobre la base de qué está logrado?

—Ahí se cruzan dos cosas: el oficio, uno conoce el manejo cauteloso de la trama para que esa trama vaya tirando del lector y luego está la intuición. Creo que cuando intuición, olfato y oficio se cruzan, es bastante probable que salga un producto interesante. Efectivamente, este es un comentario que me hace mucha gente: "Se me hace corta, porque como la novela va tirando de ti, va tirando de ti". Hay mucha gente que dice: "Tengo que volver a leerla, porque tiraba de mí de tal manera que leía deprisa y no disfrutaba". En cierto modo, leer es releer. Siempre digo que cuando una cosa te gusta, es un poco parecido a cuando vas a ver una casa que piensas comprar o alquilar: tú la visitas y cuando sales dices: "Ese hueco que había…", y entonces reconstruyes la casa en tu memoria y te apetece volver a verla para fijarte en los detalles que en esa mirada primera no habías reparado. Volver a leer una novela es como volver a visitar una casa.

—¿Qué le seduce como lector?

—A mí me gusta comprar libros como compraba de adolescente, ir a las librerías, abrir un libro y leer las primeras páginas para ver qué textura tiene ese lenguaje y ya en esas primeras páginas sé si esa textura está hecha para mí o no. Me gusta que al menos en cada página me dé un hallazgo literario. He intentado leer bestseller, y hay algunos autores que me interesan porque están a caballo entre la literatura barata y lo que llamamos literatura. La mera acción, la mera trama no tira de mí si no está bien escrita. Por bien escrita entiendo un hallazgo en cada página, cada dos páginas. Esto en lo que se refiere a novela, por lectura, por el mero gusto de leer. En España tenemos un autor ya fallecido, Juan Benet, que decía que con los libros nos pasa lo mismo que a los hombres con las mujeres y las mujeres con los hombres: desde el punto de vista de las mujeres, puede haber hombres que les gustan pero no les interesan y hombres que les interesan pero no les gustan, y lo mismo para los hombres. Esto pasa con los libros: hay libros que nos gustan pero no nos interesan y hay libros que nos interesan pero no nos gustan. Cuando encuentras el libro que te gusta y te interesa, te casas con él. Pero uno no puede dedicarse a leer solamente aquello que le gusta, sino que hay que dejar un espacio para lo que interesa, es decir, pueden ser lecturas más complicadas, que requieren un mayor esfuerzo pero que te recompensan y te dan mucho a cambio de ese esfuerzo. Es importante que el buen lector no pierda el gusto por el ensayo, que en el mundo actual tiene muchas dificultades para abrirse camino, porque el libro ha entrado en el sistema de rotación de un producto de consumo, duran poco en las mesas de novedades —y estoy hablando de novelas que aguantan más—, el ensayo la tiene más difícil, porque necesita tiempo para abrirse camino.

Guardar