Vlady Kociancich: "Borges me enseñó que la literatura es un gran juego inteligente"

Por Matías Mendez

Guardar

Es posible imaginar que Vlady Kociancich atesora en su memoria gran parte de la historia no escrita de la literatura argentina y se puede afirmar que esta amiga entrañable de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar aportó páginas inolvidables en novelas y cuentos. Seis años después de su última novela, "Cuadro de una muerte dudosa", Kociancich vuelve al género con "El secreto de Irina" (Tusquets). Como en otros textos, una pregunta y un viajes aparecen en la trama como disparadores de la historia. En este caso, un grupo de cinco amigos decide encarar unos días de descanso en la Costa Maya en México para intentar sacar a una de ellas de la tristeza en la que cayó a causa de una separación. Narrada a través de distintas voces y con diferentes planos temporales, la historia transcurrirá en un hotel all inclusive hasta que un traslado hacia un cenote derive en el problema que dará paso a la intriga.

En esta entrevista, Kociancich habla del proceso de escritura de la novela, de cómo trabajó los giros en la trama y de la importancia que tienen los viajes a lo largo de su obra. También se entregó a una charla sobre Borges y Bioy: contó que de ellos heredó un modelo de escritor, de la modestia y el humor del autor de "El Aleph" y reveló que era lo que lo divertía de ese cuento y que durante "muchísimos" años nunca habló de su obra. Por qué dice que Borges fue la "la persona más civilizada" que conoció.

—¿Por qué los viajes son tan importantes en su obra?

—Tal vez porque siempre sentí que los viajes no eran solamente una aventura, y no me refiero a viajes turísticos, me refiero a viajes de exploración a lugares desconocidos. Los viajes eran como una metáfora de la vida, uno viaja a través de su propia edad, uno ha tenido una infancia y eso fue un viaje, pasamos a otro viajes que es el de la madurez, luego hay otro: siempre son etapas diferentes donde cambian los tiempos, cambia el lenguaje, cambian las impresiones, cambian los deseos.

—Permitame invitarla a uno de los viajes: el de las amistades y preguntarle por sus dos grandes amigos, Borges y Bioy Casares. ¿Cómo recuerda a Borges en este año en que lo estamos celebrando?

—El mundo de Borges en su obra es universal e inagotable, como si el genio de Borges hubiera encontrado un yacimiento que no se acaba nunca para los lectores. Estuve en Egipto dando una conferencia sobre la obra de Borges y había gente de la universidad de El Cairo que estaba fascinada, en lugares así que uno los imagina distantes, por ejemplo a mi me llamó la atención el fervor de dos personas que estaban en el público, eran dos mujeres que tenían la cabeza cubierta y la pasión y la avidez por saber sobre Borges y leerlo era muy importante.

—¿Cómo era él como profesor?

—Lo tuve poco porque rápidamente fui convocada por él para estudiar inglés antiguo. No era profesor, era un transmisor de conocimiento literario, un escritor que trataba de llevar a gente muy joven a lo mejor de la literatura. Era modesto.

—¿Era humilde?

—Humilde no, era modesto, he conocido a muchos escritores consagrados, no sólo a Borges, Bioy y Cortázar, que han sido personas verdaderamente modestas y que no se pasaban todo el tiempo hablando de su propia obra, por el contrario. Pero además conocí a otros, que después de haber escrito un par de libros buenos, no pueden hablar más que de su obra. Borges nunca hablaba de su obra, hablaba, a veces emocionándose mucho, de otros autores o de sus autores favoritos. Tenía una memoria extraordinaria pero también era una memoria estimulada día por día, se hacía leer y cuándo daba una conferencia la preparaba, quería que le recordaran y volvía a escuchar que le leyeran. Tenía una enorme curiosidad, seguía a los 70 de años asombrado por el misterio del mundo.

—Él mismo decía que esas eran sus virtudes: la curiosidad y ser un gran lector…

—Sí, y tardó muchísimos años en hablar y recordar sus propios libros o sus poemas. Lo conocí muy temprano, en los años 60 y creo que recién en los 80 empezó a aparecer en reportajes y, claro, le preguntaban sobre su obra y ahí, de algún modo citaba sus poemas, pero recuerdo que los dos primeros años en los que estábamos estudiando inglés antiguo, solamente una vez comentó "El Aleph" conmigo. Nada más que para reírse.

—¿Tanto Borges como Bioy eran muy divertidos?

—Muy divertidos. Tenían un sentido del humor enorme, pero algo de lo que Borges estaba orugullosisimo no era de la famosa enumeración poética que aparece en "El Aleph", era de los versos de Argentino Daneri. Esos me los recitaba cuándo íbamos caminando, se divertía mucho con eso.

—¿Cómo la influyeron ellos en su obra?

—En realidad, fueron proveedores de libros para mí. Pude usar la biblioteca de Borges y de Bioy Casares. Más allá de mi interés por la literatura inglesa, que fue gracias a eso que conocí a Borges y empezamos una amistad, fue que siempre que los veía cuándo almorzábamos o cenábamos, aparecían con libros para mi y la verdad tenían una biblioteca fascinante. Algunas cosas me las revelaron, Borges me fue regalando libro por libro una colección sobre Kipling, en cuánto supo que me gustaba. Creo que le gustaba que yo se la comentara y creo que lo mejor para mí fue la herencia de un modelo de escritor: curiosos, la literatura como un gran juego inteligente, sin vanidad personal, siempre trabajando, siempre escribiendo, siempre con un proyecto y, al mismo tiempo, encantados y amantes de los grandes libros y de los grandes autores. No tenían envidia, no pensaban en la literatura como una carrera, pero siempre estaban pensando un argumento…como Borges que decía "creo que tengo un poema, creo que tengo un cuento", así empezaban las idea y la conversación. La conversación era para él la civilización y la impresión que dejó en mi fue que Borges fue la persona más civilizada, en el mejor sentido de la palabra, que conocí. Sin arrogancia, muy cortés, sabía enojarse obviamente, pero con mucha tolerancia.

—Hace ya seis años que no entregaba una novela ¿Cómo llega a este libro?

—Esta novela llega de casualidad, como casi todos mis libros, simplemente por una frase que escuché cuándo estaba en una playa en Mexico, había gente que buceaba y se habló de los cenotes, esos lagos en la selva, algunos turísticos y bien vigilados y organizados para ser visitados, adónde no fui. Alguien después de describir un cenote y explicar como eran, son ríos subterráneos que oradan la montaña, la roca y la suerte de ampolla de piedra que los cubre, se desploma por la erosión y quedan como pozos y lagos y en algunos como una caverna y esas cavernas dan a un laberinto de esos ríos en plena oscuridad. Una persona que buceaba dijo pero ni loco me pongo a bucear ahí y eso me llamó la atención.

—¿Todo arrancó con esa frase?

—En general, casi todas mis novelas empiezan por una pregunta: ¿Qué sucedería sí? Esto empezó así. Si alguien se extravía o queda en un cenote, a partir de ahí empecé a construir la trama o la narración.

Portada de “El secreto de
Portada de “El secreto de Irina”, de Vlady Kociancich (Tusquets)

—Cuándo usted dice que había escuchado una frase, pensé que era una la pronuncia la protagonista en un par de ocasiones: "no me quiero morir pero tampoco quiero vivir".

—Evidentemente es una persona que viene con un duelo terrible y por eso esas vacaciones. Creo que lo que verdaderamente piensa es que no se quiere morir, lo que quiere es no seguir viviendo, que es como la fatiga de cargar una tristeza demasiado profunda, llamémoslo depresión, y no poder salir de ahí.

—Su novela se divide en dos grandes partes: el viaje de los amigos para acompañar a la protagonista triste y la intriga y la búsqueda…

—Traté que todo estuviera entrelazado en el viaje, por eso es que no es sólo el punto de vista desde la mujer, sino que también es la misma historia desde los otros personajes, los cuatros amigos. Por otra parte, la gente que ella conoce por primera vez que son los mayas de la región.

—Le propongo que desarmemos eso que dice. ¿Cómo construyó esas voces diferentes y los distintos planos temporales?

—El tiempo juega mucho, traté que se notara que lo primero que sucede en una situación como esta que es límite, es la angustia de la pérdida del tiempo familiar o habitual, es decir como pensamos nosotros hoy, mañana, pasado y ayer. Traté de marcar eso y los tiempos para cada uno de los personajes son diferentes, incluso es diferente la concepción del tiempo en los mayas que la atienden a ella. Es otra manera de vivir, pensar y sentir el tiempo.

—¿Ahí hay planteado un encuentro de culturas?

—Sí, así es. El tiempo es central porque está concebido en ese lugar, por la tierra, por la selva y por la cultura, de una manera muy diferente a la urbana, sobre todo a la de Buenos Aires. Que puso, primero como un lugar de partida y después como un lugar de regreso y el punto de vista, es obviamente, de la narración en sí, lo que ve lo protagonista, por eso dice que sólo podrá traducir la experiencia que vive pero no llegar nunca a hechos extraordinarios que son intraducibles.

—Incluso eso pensaba que ese choque cultura está exacerbado porque es un choque con esa figura tan contemporánea del mundo moderno, que es la del turista…

—Exacto. El comportamiento del turista lo vuelve homogéneo en todos los lugares del mundo. Es decir, es un placer, un disfrute y, en algún momento como pasa en la novela, es un tedio. Con eso viene la conciencia de tener una identidad que no está ahí, que está en el lugar en donde uno vive, donde uno trabaja y en donde ha nacido.

Lea más:

—¿Las vacaciones es un período de suspensión del tiempo?

—Y de la identidad que llevamos sin reflexionar sobre eso en la ciudad o en el lugar donde vivimos. Es decir se suspende una identidad mientras dura el viaje y después se retoma, pero muchas veces no tenemos conciencia de esa identidad hasta que no hay una experiencia que la confronta. Ahí se vuelve más firme pero deja una sensación de incertidumbre, casi de reproche, por no poder acercarse más a la otra, a ese lugar que era desconocido. Nos llevamos a nosotros mismos, con todas nuestras cargas y felicidades, adónde nos desplacemos. Ni siquiera es una huida, uno no puede dejar de ser lo que es, no lo cambia el paisaje, posiblemente lo cambie, como en mi novela, una experiencia como esta, lo inesperado, impensable y casi lo absurdo.

—En su novela hay giros que son los que motorizan la trama. ¿Está de acuerdo? ¿Tuvo esa intención?

—Me costaron bastante, trabajé sobre eso. Como cada capítulo es de otro personaje, no de la protagonista que recorre esas vidas de otra manera y que bajos la libreta la que finalmente uno siente que es la que está finalmente contando la historia. Para hacer esos capítulos intenté que las voces fueran distintas, que hablaran de otra manera, que el contexto fuera diferente. Cada uno tiene una visión muy distinta de lo que sucede y proyectada por su personalidad o por sus propios problemas.

—¿Estudió a los mayas para construir esta ficción?

—En realidad conocía lo básico de la cultura maya como de las culturas prehispánicas, es decir había leído bastante, pero una cosa es leer y otra es cuándo uno necesita datos, yo no hago ningún trabajo de investigación o de datos, me aburre tanto que no escribiría nada, en ese caso. No tengo apuntes, no tengo planes, exploro hasta que voy encontrando la historia y los personajes. Obviamente que tengo una idea de lo que quiero contar. A veces cuándo uno siente que está casi bloqueado porque no sabe como seguir es lo que me gusta, para mí es una aventura escribir y es una aventura de la que no me canso, por lo tanto lo que hice en esta novela en particular fue imaginar la escena, establecer lógicamente una secuencia con respecto a la narración anterior y después chequear cada elemento para que no fuera inverosímil o erróneo. Todo lo que aparece aquí de la cultura maya me deslumbró cuándo estaba leyendo y buscando más material sobre los mayas, sobre todo que no consideraran el suicido como un pecado, lo que es bastante raro y de una gran sofisticación y el atribuir el suicido como el resultado de un cansancio infinito, no de desesperación sino de fatiga, me parece poético.

—La contracara de eso son los hoteles all inclusive en donde los protagonistas están. ¿Por qué le interesó ese escenario?

—Es que tenía que establecer un contraste entre la experiencia del cenote y la experiencia del hotel, un poco la idea era mostrar que en lugares de inocentes frivolidad, como son unas vacaciones, puede estar el lado hostil de la vida y del mundo, que la frontera que divide una naturaleza agradable e idílica, como dice uno de los personajes, y otra donde cualquier cosa terrible nos puede pasar, es una línea es muy delgada. En este caso, también hay un cruce entre la protagonista y el personaje maya, un cruce de acercamiento, como si hubieran transgredido la línea cultural que los separaba. Se funden, se cruzan, se separan pero, de algún modo, quedan unidos.

Guardar