"Víctor Hugo consideraba a Shakespeare el más grande genio que dio Inglaterra. Yo coincido con esa opinión. Bueno, Víctor Hugo también era un genio, creo que no hay duda de eso. De manera que es la biografía de un genio escrita por otro genio". Esa fue la opinión de Jorge Luis Borges acerca de Vida de Shakespeare, el libro de Víctor Hugo que Editorial Claridad acaba de reeditar entre nosotros, en una fecha muy especial, ya que en este 2016 se cumplen los 400 años de la muerte del dramaturgo inglés.
Pero, ¿cómo llegó el autor de Los Miserables a escribir esta biografía de William Shakespeare?
Aunque napoleónico, Víctor Hugo estaba enfrentado con el sobrino del corso -el emperador Napoleón III- circunstancia que lo llevó al exilio, entre 1852 y 1870. Esos años los pasó en las islas Jersey y Guernesey, en el canal de la Mancha. Fue por entonces que uno de sus hijos, François Víctor, emprendió la traducción al francés de las obras de William Shakespeare, con prólogo de su ya célebre padre. Estos textos introductorios fueron creciendo hasta convertirse, en 1864, en un libro:
El libro de Hugo es mucho más que una biografía. "Todo cuanto se vincula con Shakespeare, todos los problemas que se relacionan con el arte, se hicieron presentes a su espíritu -escribe Víctor Hugo, hablando de sí mismo en tercera persona-. Tratar tales cuestiones implicaba explicar la misión del arte; (…) los deberes del pensamiento con respecto al hombre. Semejante oportunidad de exponer verdades es ineludible (…). El autor lo ha comprendido así. No ha titubeado en abordar esos complejos interrogantes del arte y de la civilización, en sus múltiples aspectos".
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Y así lo que empezó como una biografía de William Shakespeare se amplió hasta convertirse en lo que la crítica posterior consideró como un manifiesto del romanticismo y un tratado sobre el arte y su sentido.
Víctor Hugo toma distancia de la teoría del "arte por el arte": éste es bello en sí mismo y esa belleza debe ser preservada de la contaminación política. Los artistas tienen que mantenerse al margen de los acontecimientos públicos de su época.
Para el célebre escritor francés exiliado, en cambio, el arte tiene una misión civilizadora. Admirador de Napoleón y de otros grandes actores políticos de la historia -Julio César, Carlomagno, etc-, Hugo cree que los genios artísticos -y en especial los literarios- pueden tener una mayor fuerza transformadora; no necesitan apelar a la violencia para cambiar el mundo.
Por eso su ardiente admiración por Shakespeare, pero también por Dante, Cervantes, Homero… Los llama "hombres-océano", por su grandeza y por lo mucho que abarcan en su persona. Son hombres que no se contentan con una vida ordinaria, que se interrogan sobre su sentido. Y que tienen una visión del mundo superior a la de sus coetáneos. Es por ello que, cuanto mayor peso tengan los intelectuales en la sociedad, mayores serán las chances de desarrollo que ésta tendrá.
Víctor Hugo expresa así su gran confianza -muy propia de la época- en que el acceso a la cultura universal tendrá efectos benéficos y reformadores en la sociedad. Traerá progreso.
Para completar el carácter de tratado sobre el arte que tiene el libro, la editorial Claridad consideró interesante incluir, a modo de apéndice, otros dos textos de Víctor Hugo. Se trata de los prefacios a sus obras Cromwell y Los burgraves, considerados como la "suma" de sus "doctrinas dramáticas", y el primero en particular como "el verdadero manifiesto del romanticismo".
Shakespeare es inglés al extremo de compartir, en cierta medida, las hipocresías de la historia presuntamente nacional (V.Hugo)
Volviendo a Shakespeare, es muy interesante la visión que tiene Víctor Hugo de lo que este escritor le aporta a su patria. "Shakespeare es la más alta gloria de Inglaterra -escribe-. Inglaterra posee a Cromwell en política, en filosofía a Bacon, en ciencia a Newton, tres altísimos genios. [Pero] más arriba que Newton está Galileo, más alto que Bacon están Descartes y Kant, más alto que Cromwell están Danton y Bonaparte; más arriba de Shakespeare no hay nadie".
Como todo clásico, el dramaturgo ya pertenece a toda la humanidad, pero al mismo tiempo es muy local. Así lo expresa Hugo, en un párrafo en el que asoman históricos rencores entre ambos países: "Shakespeare es un espíritu humano y es asimismo un espíritu inglés. Es muy inglés, demasiado inglés; es inglés al extremo de pulimentar a los reyes terribles que pone en escena, cuando éstos son reyes de Inglaterra; al punto de empequeñecer a Felipe Augusto en presencia de Juan sin Tierra (…), al extremo de compartir, en cierta medida, las hipocresías de la historia presuntamente nacional".
Quitadle Shakespeare a Inglaterra y observad en qué proporción decrece la reverberación luminosa de esa nación (Víctor Hugo)
Luego viene la glorificación de Shakespeare, un hombre tan genial que disimula los defectos de su nación: "Inglaterra es egoísta. El egoísmo es una isla. De lo que sin duda carece Albión, entregada a sus negocios, y a veces mal mirada por los otros pueblos, es de grandeza desinteresada; Shakespeare la provee de ella. Arroja ese manto purpurado sobre los hombres de su patria. Es cosmopolita y universal por su fama. Desborda por todas partes de esa isla y de su egoísmo. Quitadle Shakespeare a Inglaterra y observad en qué proporción decrece la reverberación luminosa de esa nación. Shakespeare modifica, embelleciéndolo, el rostro inglés. Disminuye el parecido de Inglaterra con Cartago".
A continuación, Hugo critica a Inglaterra por no honrar lo suficiente a su gran escritor: "Cuando se llega a Inglaterra lo primero que se busca con la mirada es la estatua de Shakespeare, pero la primera que se ve es al de Wellington. Wellington es un general que ganó una batalla con la colaboración del azar". Otra vez la huella de las guerras napoleónicas.
"Estatuas por doquier -sigue Víctor Hugo su diatriba-; estatuas a granel; estatua para Carlos, estatua para Eduardo, estatua para Guillermo, estatuas para tres o cuatro Jorges, uno de los cuales fue idiota. (…) En Guernesey, a orillas del mar, sobre un promontorio, se eleva una alta columna semejante a un faro (…). ¿Para quién es? Para el general Doyle. ¿Quién es ese general Doyle? Un general. ¿Qué hizo ese general? Abrió caminos. ¿A su costa? No, a costa de los habitantes. Una columna para él, ninguna para Shakespeare, ninguna para Milton, ninguna para Newton; el nombre de Byron es obsceno. Tal es Inglaterra, ilustre y poderoso pueblo"
La explicación para esto la da el escritor francés en las siguientes líneas: "La gloria de Shakespeare ha llegado a Inglaterra desde fuera.(…) Fueron necesarios trescientos años para que Inglaterra empezara a oír esas dos palabras que el mundo entero le gritaba al oído: William Shakespeare".
Para quien disfrute de la pluma genial del novelista, este libro, mitad biografía, mitad ensayo, está lleno de delicias como éstas.
Pero no debe pensarse, pese a la dureza de sus juicios, que Víctor Hugo odiaba a la patria de Shakespeare. Basta ver las líneas iniciales del libro: "A Inglaterra le dedico este libro, glorificación de su poeta. Digo a Inglaterra la verdad; pero, como tierra ilustre y libre, la admiro, y como asilo, la amo."