"Un día de lluvia", la increíble historia que marcó el destino del genial Federico Fellini

Nada mejor que un día lluvioso en Buenos Aires para evocar una breve y extraña historia de un joven italiano nacido en Rímini que quiso ser periodista, pero debió conformarse con ser sólo el genio más original y asombroso del cine

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El genio de "Fellini 8 y medio", "La strada", "Los inútiles", "Casanova", vagaba por una Roma devastada por la guerra. Dibujante de talento, latía apretada contra su pecho la carpeta con muestras de su obra. Pero con pocas esperanzas: Roma se parecía más a la ciudad de "Ladrones de bicicletas", el desgarrador film de Vittorio de Sica, que a "La dolce vita" que firmaría Federico Fellini cuando la miseria de la posguerra había quedado atrás y Via Véneto era lujo, ocio y pecado.

Después de peregrinar largamente, y empapado por una lluvia impía que no cesaba desde el amanecer, entró en el edificio donde funcionaba un periódico y encaró al Jefe de Redacción:

-Soy dibujante y necesito trabajo.

-No necesitamos dibujantes. Necesitamos gente que escriba, periodistas.

-Bueno, también puedo escribir. Tómeme una prueba.

-Está bien. Escriba una columna.

-¿Tema?

-Hoy llueve.

-¿Qué puedo decir de eso?

-No sé. Demuéstrelo.

Federico se sentó ante una vieja máquina de escribir Olivetti que había conocido mejores tiempos y, antes de apretar una tecla, caviló. ¿Qué hacer, un informe meteorológico o un poema?

Pero entre la duda y el hambre, empezó a teclear, y una hora después entregó su material al jefe.

-Está bien. Déjelo.

-Si sale, ¿cuándo?

El jefe se encogió de hombros. Y seguía lloviendo…

Federico Fellini, director, guionista, ganador
Federico Fellini, director, guionista, ganador de cinco Premio Oscar, genio del cine.

La columna no salió. Federico siguió yendo al periódico durante dos semanas. Ignorado (ni el saludo) y sin ningún encargo, ajustó su brújula hacia otras calles y otros rincones eternos, y olvidó su paso fugaz por el periodismo, más efímero que la luz de un fósforo.

Pero de pronto, y un día de sol, se detuvo ante un kiosco. Y allí, en la tapa del periódico, relumbraba su columna: "Hoy llueve", por Federico Fellini.

Ni siquiera lo compró. Alto, flaco, desgarbado, como era entonces, y todavía lejano el primer día en que partió hacia Cinecitá, el templo donde llegaría a ser, sin discusión, el genio más original y asombroso del cine, pensó que el periodismo era un oficio extraño y misterioso. Empezado con lluvia e impreso con sol.

Hoy, septiembre 12, con una Buenos Aires gris, neblinosa y sometida a una lluvia incesante, recordé ese episodio casi desconocido, y desgrané estas palabras. Pero juro que si no aparecen pronto en Infobae, no abandonaré la lucha. Entre otras cosas, porque no sé dibujar ni una manzana, y menos filmar. El cine es mi ceremonia desde los días de pantalón corto. Pantalla de plata y penumbra. Eso que Federico convirtió en una religión sin ateos.

 
 
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