Ana María Shua: “La militancia nos liquidó más que la droga"

Por Matías Méndez

Después de varios libros de relatos y de microficción, Ana María Shua vuelve a publicar una novela: Hija (Emecé), en la que narra la relación de una madre con su hija desde la perspectiva de la mamá. Es también el devenir y la complejidad del crecimiento de una hija en un país de crisis recurrentes. El libro se abre con una escena en la que Esmé, la madre que trabaja en publicidad y es alter ego de la autora que vivió en 1977 en París, aborda un barco junto a su pareja Guido rumbo a Europa, en los primeros años de la dictadura militar ("Mucha gente se iba en serio, se iba del todo"). Llegarán a París y allí se encontrarán con las dificultades de los inmigrantes y los exiliados latinoamericanos.

La novela tiene una marca particular: entre capítulo y capítulo hay un diario de escritura en el que Ana María Shua le permite al lector adentrarse en su mundo de escritora. Es una excelente decisión la que tomó la autora, porque con generosidad se abre a compartir sus dudas, pero también porque al leer sus apuntes se accede a conocer sus convicciones literarias ("La ficción se construye como los sueños. No se sueña con algo desconocido, el sueño reorganiza los materiales conocidos de la vigilia", "La imperfección del imperfecto a la hora de narrar", "La primera persona me gusta mucho. Me fascinan sus límites, todo lo que ignora").

Ana María Shua estuvo en la redacción de Infobae y se entregó a una larga charla en la que se mostró feliz por esta nueva novela, repasó los métodos de su escritura, contó que cada día le gustan menos las tramas cerradas, porque dice que ese es un modelo de novela y cuento ya agotado.

—¿Cómo está viviendo este regreso a la novela?

—Estoy contentísima, hacía muchísimos años que no publicaba novela y fueron muchos años de trabajo. Para mí, una novela no son menos de tres años de trabajo y ahora estoy muy satisfecha con el resultado, porque ya pasó un tiempo. En el momento de publicarlo tenía unas dudas y una inseguridad terribles.

—¿Por qué?

—Porque uno nunca sabe qué es eso que escribió y es que uno que se dedica a este tipo de actividad depende tanto de la opinión ajena y tiene tantas dudas de sacar su propio trabajo, pero cuando el libro salió a la calle y empecé a tener el feedback de las opiniones a favor, me fui tranquilizando y vi que logré lo que quería.

Mientras estás escribiendo, vivís simultáneamente la realidad y el mundo de la novela y no podés salir

—Uno admira de los escritores esa capacidad de meterse en una historia durante tres años, que es mucho tiempo.

—Es mucho y es raro; por eso, cuando una termina una novela, siente sensación de vacío, en realidad, no es exactamente de vacío, es que dejaste de estar en un mundo. Mientras estás escribiendo, vivís simultáneamente la realidad y el mundo de la novela y no podés salir: todo lo que te pasa, lo que ves, lo que te cuentan, se convierte, o puede llegar a convertirse, en material para la novela y todo lo que sacás de ese mundo está en función de ese otro mundo en el que también estás viviendo y no te podés distraer porque, si te vas, después retomar los hilos y que no se te escape nada es muy complicado.

—En esta novela nos dio a los lectores la posibilidad, muy grata, de meternos en ese mundo con la publicación de un diario de la escritura. ¿Por qué?

—Es que a mí como lectora me pasa lo mismo, me encantaría saber cómo trabajan los otros escritores y que me cuenten un poco de su cocina, entonces se me ocurrió que podría ser interesante que después de cada capítulo —esta es la historia de una madre y su hija, una hija vista a través de los ojos de la madre— lo que hago es contar de dónde saqué los materiales, si eso me pasó o lo inventé, qué dudas tengo, cómo pienso que voy a resolver algunas cosas, cuáles son los problemas con los que me encuentro. Entre capítulo y capítulo hay una especie de diario de construcción de una novela que el lector puede saltear si no le interesa, pero que creo que le agrega.

—Quizás lo más rico es poder, a través de ese diario, conocer cuáles son las dudas y la convicción del escritor. Muchas de ellas las anoté para poder preguntarle, por ejemplo: ¿Se escribe lo que a uno le gustaría leer?

—Uno trata de escribir lo que le gustaría leer, no siempre lo consigue.

—En esos apuntes dice: "Con los años, las tramas cerradas me gustan cada vez menos". ¿Lo explica?

—Las tramas cerradas, en las que al final aparece algún elemento revelador que explica y aclara todo el resto, cada vez me convencen menos. Cada vez me gustan más los libros deshilachados, más parecidos a la vida, donde las historias no siempre cierran, siguen. Prefiero ese tipo de novelas.

—¿Eso implica un lector más activo?

—Podría ser, lo que pasa es que además hoy ya no hay sorpresas para el lector. Para un lector avezado, no puede haber un libro con la sorpresa del final, ya se sabe: hay un catálogo de sorpresas posibles, están totalmente agotadas, entonces ya no hay finales sorpresa que sirvan para aclarar todo lo que pasó antes. Es un modelo de novela y de cuento que está agotado, prefiero otro tipo de historias más abiertas.

Si no hay trabajo con el lenguaje, no hay literatura

—¿Donde se preste más atención al trabajo con el lenguaje?

—El trabajo con el lenguaje es esencial siempre, si no hay trabajo con el lenguaje, no hay literatura. Eso es lo mínimo, no lo máximo. Pero puede haber un muy buen trabajo con el lenguaje y un libro que no vale nada; eso también puede pasar, que el trabajo con el lenguaje sea exquisito, pero que falten otras cosas, porque la literatura no es sólo eso. Puede ser perfecto técnicamente, puede tener un lenguaje muy original, diferente y, en otras cosas, ser un libro con una historia trillada, que uno ya leyó veinte veces. La escritura no es el estilo, la escritura es algo más que el estilo e incluye la forma y el contenido.

—"De todos los elementos que juegan en un texto literario, el tema es el más misterioso", escribió. ¿Por qué?

—Es tan poco lo que un autor puede decir de cuáles son sus temas, por qué son sus temas. Yo no tengo la menor idea de por qué elijo los temas que elijo y me parece que casi nadie puede explicar eso. Hay un texto muy famoso de Edgard Allan Poe, el ensayo sobre la composición, en el que él detalla meticulosamente cómo compuso su famoso poema El cuervo. Él puede explicar racionalmente cada uno de los elementos que le han servido para configurar el poema, pero cuando habla del tema, dice: "Bueno, es un poema, entonces el tema tiene que ser bello y qué hay más bello que una joven doncella muerta en su primera juventud". Eso era lo que él consideraba bello. Yo, cuando escribí mi primera novela, Soy paciente, estaba escribiendo sobre el tema de la salud y la enfermedad, y yo pensé que era por casualidad, porque teníamos un amigo que estaba pasando algo así en ese momento y hoy, cuando miro hacia atrás y veo los libros que escribí, me doy cuenta de que ese es un tema recurrente en mí y un tema que me resulta fascinante. ¿Por qué? Qué se yo por qué.

—También sostiene que nada peor que los personajes modélicos, en el sentido de los que son un modelo de algo. ¿Cómo se construye un personaje?

—Un personaje es un poco como un monstruo de Frankenstein: uno le pone el cuerpo de uno, la cabeza de otro, el dolor de cabeza de un tercero, el mal carácter de la tía, a veces; otras, una toma el modelo de alguien que conoce y lo transforma en personaje, hay muchas variantes.

—¿Y en este caso, con la madre?

—El personaje central es un alter ego mío, es parecida a mí pero con todas las enormes diferencias que un alter ego tiene respecto de su creador, porque a veces un alter ego puede ser muchísimo más ingenioso que quien lo está escribiendo, porque uno tiene el tiempo de pensar esa respuesta ingeniosísima que, quizás en el mundo de la realidad se le ocurre tres días después. En este caso, no, es un alter ego mío que es más débil, no es escritora, no le va por la literatura y es una mujer a la que le pasaron muchas cosas muy duras que me podrían haber pasado a mí pero no me pasaron.

—Sí tiene suyo el trabajo en la publicidad. ¿Eso la marcó?

—Absolutamente, yo trabajé quince años en publicidad, entre los 19 y los 34. En cambio, Esmé se queda trabajando toda la vida.

—¿Su personaje Esmé está en un equilibrio entre ser madre y ser hija?

—Ella está hecha un jamón del sándwich entre la mamá y la hija, y, además, la mamá y la hija se entienden bastante bien. Estoy muy contenta con el personaje de la madre de Esmé, Alcira, un personaje muy fuerte, que tiene sabiduría, autoridad y toda la fortaleza que a Esmé le falta.

—En ese equilibro entre madre e hija, hay también una bisagra con la historia reciente argentina: niña en los sesenta, joven en los setenta, con una hermana desaparecida y muerta y madre con la democracia…

—Sí, porque es una historia que empieza en los setenta y termina ahora y entonces va pasando por todas las etapas de la historia argentina y por todos los problemas. Desde los que tenían nuestros padres con sus hijos militantes, hasta los que tienen hoy los padres con el tema de las drogas, y casi me estoy salteando una generación intermedia, porque el problema de la droga fue también de la generación anterior. La muerte de la hermana es lo que hace que ella y el marido se vayan a vivir a Francia, que es donde se quedan durante toda la dictadura.

La militancia nos liquidó más que la droga

—En el libro escribió algo muy fuerte: "Somos un país donde la militancia mató más que la droga".

—Sí, es que es así, la militancia nos liquidó más que la droga. A veces escucho padres muy desesperados que dicen: "Ahora nos tocó el tiempo más terrible" y les digo: "Nuestra generación fue mucho peor, la militancia nos liquidó más que la droga".

—¿Este es su libro más personal?

—No es más personal que otros; en cierto sentido es menos personal que otros, pero esas cosas nadie las sabe.

—Se lo pregunto por el alter ego y por el diario de escritura.

—Es que es un alter ego a la que le pasaron otras cosas, pero en el sentido del diario, sí. Eso sí es muy personal y muy revelador, en eso tenés mucha razón, ahí confieso muchas cosas.

—Además de confesar, creo que es generosa, porque confiesa dudas y no certezas.

—Te voy a decir más, cuando termino un libro y creo que llegué a lo mejor que puedo dar, lo hago circular por cuatro o cinco personas que considero buenos lectores. Lo leyeron y yo les preguntaba por el diario. Dos me dijeron que sí, que funcionaba bien, pero que no sea tan dura conmigo misma, porque daba la impresión de falsa modestia, porque en una primera versión insistí mucho más en el tema de las dudas, de la sensación de ser una semilla de sésamo en el universo literario, en mi inexistencia y mi admiración por los grandes autores, a los que siento que quizás nunca pueda llegar y todos me dijeron: "No exageres con eso". Parece falsa modestia pero no es, a uno le pasa eso.