Los beatniks también fueron argentinos

Por José Loschi

Opium, cerca de los happenings y del rock nacional

La generación beat, esa banda de escritores norteamericanos de posguerra conocida por sus obras transgresoras y por su intento desesperado de unir el arte a la vida, encarnó como pocos en la literatura –Rimbaud aparte- el mito de la juventud. Su aullido se hizo audible por estas tierras a mediados de los sesenta, gracias en parte a la traducción temprana de "Los subterráneos", de Jack Kerouac, por la editorial de la revista Sur y al rol de difusor que asumió Miguel Grinberg desde la revista Eco Contemporáneo; pero también como resultado de audacias, justamente, más subterráneas, como la traducción que hizo Leandro Katz –la primera en castellano- del poema magno de Allen Ginsberg (Howl) y que circuló en distintas revistas de Latinoamérica. Con ese impulso nacieron los grupos Opium y Sunda, una decena de jóvenes agitados, aún no llegados a los treinta, que hicieron del bar El Moderno –en el microcentro porteño- su base de operaciones.

"Nos conocimos en revistas, en bares, en confusas reuniones a las tres de la mañana. Nos conocimos orinando en baños donde leímos que Perón o Tarzán nos salvarían; nos miramos a los ojos y sonreímos: ninguno quería ser salvado". Así declamaban en el primer número de su revista los opiúficos, mote con el que se autodenominaron los miembros de Opium (Raymundo Mariani, Ruy Rodríguez, Sergio Mulet). Sus días y sus noches transcurrieron próximos a los happenings, la psicodelia y el pop-art del Instituto Di Tella y no lejos de la incipiente escena del rock nacional. La efervescencia que los caracterizó fue capturada en Tiro de gracia, película de 1969 devenida en culto, que reunió en su elenco a estrellas del cine como Susana Giménez y Perla Caron, a Javier Martínez y la música de Manal, y a personalidades del Di Tella como Federico Peralta Ramos y Roberto Plate.

El grupo Opium en su única aparición en televisión

Lo que escribieron por esos años los que formaron parte de Opium y Sunda fue publicado en las propias editoriales que armaron, o salía en sus revistas, que pueden considerarse como los primeros pasos del fanzine en el hemisferio sur. Medio siglo después, es prácticamente imposible conseguir sus libros y apenas unos pocos nombres son recordados entre entendidos. La editorial Caja Negra acaba de rescatarlos por medio del paciente trabajo de investigación de Federico Barea, que logró reunir para esta antología manifiestos, poemas y narraciones de los integrantes de ambos grupos. Con un título que acredita la influencia de la generación beat en la Argentina, se enlaza con otras publicaciones recientes del sello como Memoria de los ritos paralelos, de Grinberg, y El viajero solitario, de Kerouac.

Los textos reunidos por esta edición dan testimonio de una escritura concebida más allá de los géneros, el mercado y las instituciones literarias. Con frecuencia crípticos y alucinados, se ligan primordialmente con la poesía y la música, en especial el jazz. Son piezas rítmicas tocadas por un instrumento que se sostiene entre el cuerpo y la conciencia, sus notas surgen del instante vacío o pleno que los convoca a escribir y se amplifican como visiones entre los pliegues de la memoria. Aunque son escrituras personales, no se trata en ellas de revelar un misterio biográfico ni de confesiones, sino –influencia surrealista- de despertar la imaginación con la certeza de que "un pez en nuestras manos es siempre otra cosa de la que estamos acostumbrados a ver en un pez".

En una época en que los autores del llamado boom latinoamericano se consagraban gracias al aporte de nuevas formas a la novela en lengua hispana, los aquí presentes "ensayaron otros modos de ser escritores", como sostiene Rafael Cippolini en el prólogo. Así, por ejemplo, Reynaldo Mariani, que firmó siempre en minúscula como mariani, manifestando de ese modo su rechazo a una carrera literaria. Con el inicio de los setenta, cada uno siguió su propio rumbo, muchas veces fuera del país y ocupados en oficios varios. Algunos llegaron a construir una obra reconocida -Leandro Katz como artista visual en Los Ángeles, o Néstor Sánchez, revalorado estos últimos años-, pero es siempre en los márgenes donde se hallan sus aventuras.

Hugo Tabachnik y Poni Micharvegas, asociados a Sunda, en una azotea del Lower East Side neoyorquino

Argentina Beat. Derivas literarias de los grupos OPIUM y SUNDA (Caja Negra).

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