¿Clara Obligado besará este suelo querido cuando lo visita desde la España que tuvo que adoptar en su exilio forzado por la dictadura militar? ¿Lo besará, como lo hace el payador que su bisabuelo Rafael Obligado creó en Santos Vega? Es posible que sonría cuando en su cabeza resuene "beso a este suelo querido/que a mis caricias se entrega", porque, cuenta, desde siempre tuvo una relación irónica con el género y eso la llevó a intentar escribir un Lo que el viento se llevó gauchesco para desistir a las cincuenta páginas. La juzgó "un bodrio" y fue entonces que con su escritura "descolocada", como le gusta decir, comenzó a transitar el camino de su propia familia desde el momento de la inauguración del Obelisco en 1936 hasta estos días. Así surgió La muerte juega a los dados, el nuevo libro de Clara Obligado que la editorial española dedicada al cuento Páginas de Espuma distribuyó este mes en Argentina.
Obligado hilvana dieciocho relatos que también pueden leerse como una novela para narrar una familia tradicional de la oligarquía argentina. Lo hace tallando cada palabra porque se trata de una orfebre del lenguaje. Escribe: "Leonora, joven e ingenua, se había casado con Héctor Lejárrega, uno de los hombres más influyentes de Buenos Aires. Lo había hecho empujada por su madre, esa viuda con más apellidos que dinero, quien veía en la siembra de su hija su propia cosecha…" "…Alma era una vaga, pensó Mme. Tanis, con ese desprecio natural de los que obedecen con respecto a los que mandan. Ella la había cuidado de niña, la vio convertirse en mujer, casarse con un médico que no valía demasiado y traer al mundo a tres hijas como quien recibe tres muñecas…"
El jueves 18 a las 19 horas en la librería Eterna Cadencia, Martín Kohan y Adriana Imperatore presentarán el libro. Antes, Clara Obligado visitó la redacción de Infobae. Habló de su prosa mestiza, de su método de escritura y de cómo piensa al lector. Contó que escribió una "autoficción" y afirmó que para ella el mejor adjetivo es un sustantivo.
—Le propongo empezar esta charla con las primeras líneas de su libro que están dedicadas al lector, donde dice: "Esta forma mestiza, que lo es también en el idioma, es mi manera de plantear una escritura descolorada, fuera de los límites, extranjera". ¿Por qué le pareció importante esa aclaración para el lector?
—Es como empezar por el nudo porque el nudo de mi escritura es la condición de extranjera: soy extranjera en España y soy extranjera en Argentina. En este momento, por ejemplo, estudian mis libros en la cátedra de literatura española, estoy descolocada. Y me parece que el desconocimiento, que es algo doloroso al comienzo, es una señal de identidad, más en un mundo en el que sesenta millones de personas se están moviendo por distintas razones. Me interesa esto a todos los niveles: al nivel del lenguaje, no uso un castellano puro en ningún caso, a nivel de las estructuras también: yo hago algo que no es ni micro, ni cuento, ni cuento largo ni corto, ni novela, es una especie de mezcla que me parece que es la mejor manera de hablar de un mundo descentrado, mover los géneros, empujarlos.
—Eso puede volver locos a los que sólo piensan con la estructura rígida del genero. ¿Donde metemos a esta mujer?
—Ese es el problema de mi literatura desde siempre, pero quizás el "dónde metemos a esta mujer" sea justamente una señal de identidad, es decir no estoy ni aquí ni allá, sino en el medio y creo que eso también es parte de la modernidad. Cuántos de nosotros nos desplazamos, nos movemos, cómo contamos el desplazamiento, y es que las fronteras nos están quedando bastante cortas, en todos los sentidos.
—¿Incluso en cómo leemos?
—Sí, yo leo de una manera muy mestiza también: no leo literaturas nacionales, no leo géneros, leo personalidades, maneras de escribir, cosas que me interesan. De esta mezcla, de esta especie de miscelánea sale lo que escribo también.
—¿Cómo fue trabajando ese mestizaje en su escritura? ¿Se tuvo que despojar de algún españolismo o argentinismo?
—No saco, yo sumo, no siento que esté renunciando… Creo que sí he renunciado a cosas pero en este momento estoy sumando. Podríamos hablar de panhispanismo, que es una palabra muy difícil de pronunciar pero que es la palabra de moda. Hoy en día somos demasiados los que estamos desplazados, entonces, ¿cuál es el castellano? Me formé escuchando telenovelas latinoamericanas y eso está metido en mi lenguaje, hablo como española cuando estoy en España -no con acento español porque tengo mi acento de siempre- pero uso el lenguaje de allí, voy a México y chupo palabras, hablo con amigos latinoamericanos y hablan con un castellano que va por un lado y por el otro. ¿Qué hago, lo recorto? ¿Me invento una identidad lingüística? Realmente me parece que es atrevido pero es interesante.
—En el comienzo de la charla hablamos de esa llamada al lector que hace al comienzo y en un libro anterior usted también hacía algo similar pero le recomendaba un camino de lectura. ¿Está pensando en un lector en el momento de la escritura?
—Estaba leyendo el otro día a Borges que decía que él pensaba sólo en sí mismo, en el lector que era él, pero claro era Borges como lector. Este es un tema muy interesante, siempre pensamos en un lector; si no, no escribiríamos, pondríamos las palabras una detrás de la otra pero no nos esforzaríamos por armar estructuras. En mi caso, juego al gato y al ratón, estoy muy pendiente del lector pero es un lector que se parece muchísimo a mí, que lee lo mismo que leo yo, se divierte con los mismos juegos y cuento con él. Trato de sorprenderlo, trato de engañarlo. Monterroso decía una cosa que me gustaba mucho: el escritor tiene que parecer más inteligente que el lector, aunque no lo sea. Ese juego de parecer inteligente, de sorprender, es el juego de la seducción. Eterno juego.
—¿Eso está vinculado a como usted construye los cierres de sus historias?
—Eso es algo en lo que he estado trabajando en el último tiempo, los cierres. Hemos sido cortazarianos demasiado tiempo, a mi me gusta mucho Cortázar y lo respeto mucho pero creo que este cierre con sorpresa, con historia B como decía Piglia, de alguna forma se ha superado. Intento que mis cuentos se disuelvan en la vida, eso hace que no sean finales cerrados. Me cuesta muchísimo cerrar un cuento pero intento hacerlo como en otra fase, en algún punto carveriano, uno dice: ¿cómo cierra estos cuentos Carver? ¿Qué está haciendo? Son como líneas raras que terminan donde el cuento no termina, donde la vida sigue más bien.
—En este libro, que puede leerse como cuentos o como una novela, hay un trabajo de reflexión sobre las familias criollas tradicionales de la oligarquía argentina. ¿Así se lo planteó?
—Es lo que soy yo (se ríe)…
—Es el rasgo autobiográfico…
—Claro, es un rasgo bastante curioso. En España siempre me decían, tenés una historia muy divertida, la deberíamos contar, y yo decía para qué la voy a contar si es mi historia y para mí no es divertida, es mi historia. Durante un tiempo, pensé que sí era interesante contarlo y dije voy a escribir Lo que el viento se llevó gauchesco y escribí cincuenta páginas y dije esto es un bodrio, primero debería tener cinco mil páginas y segundo, ya se escribió.
—¿Cuándo dice gauchesco se refiere al gauchesco en la línea de su bisabuelo?
—Mi bisabuelo es Rafael Obligado y entonces la relación con la gauchesca la he mamado pero de una manera muy irónica, genética e irónica. Me río mucho de ese tema. Le di muchas vueltas a este libro y dije quiero contar, tengo una idea de la vida en la cual contar mi historia es interesante para liberarme de ella e hice un libro bastante autobiográfico, aunque estaba no disfrazado porque no pretendía disfrazar, sino pasado por las normas de lo literario; no es autobiografía es autoficción, que es otra cosa. Lo que hice fue construir una serie de cuentos donde el lector inventa la novela, la novela que leíste, yo no la escribí, o sea, Lo que el viento se llevó no está escrito pero sí hay un aire fuertísimo de novela y también quise contar desde una perspectiva más femenina porque estas historias de la clase alta siempre se cuentan en masculino. En el caso de mi propia familia, Rafael Obligado es un tipo estudiado, pero María Obligado, su hermana que es una pintora muy importante, es una mujer olvidada. Me interesa ver qué sentían estas mujeres y ver desde 1936, cuándo se construye el Obelisco, hasta hoy en día. Este es el fragmento que yo tomo.
—¿Esa narración masculina estaba dada por el componente machista de esas familias?
—De esas familias y de esa sociedad, que era profundamente machista. Yo soy la primera mujer escritora de mi familia, cuando ha habido muchísimos escritores y cuando voy a la Embajada en España a hacer un trámite y me dicen "ah, Obligado, la escritora", y yo digo "no, el escritor es mi bisabuelo" es que, todavía a mi edad y con quince libros publicados, asumo que el escritor es mi bisabuelo y no yo. Estas cosas te hacen pensar.
—Anoté una línea del libro con una pregunta que quiero trasladarle: "¿Escribimos para atrapar el tiempo?"
—Sí, y ayer también me la hacía. Subí a Facebook una notita que decía: ¿Proust tenía razón? ¿Escribimos para atrapar el tiempo? No tengo respuesta. Este libro es un libro que más que atrapar el tiempo busca la venganza, creo que la literatura es una forma de venganza y la venganza es una manera de poner las cosas en orden. Es un libro sobre la memoria pero quizás sea lo último que escriba sobre la memoria, no sé si esa es la génesis de toda literatura o de este libro simplemente.
—En el libro hay un viaje entre épocas que no es cronológico: los protagonistas pueden aparecer a una edad en una historia y más adelante surgir con muchos años. ¿Cómo es este juego formal que le propone al lector?
—Lo llevo de viaje, ¿no? Si vos me contaras tu vida, yo vería el que sos, más ese chico que fue, que explicaría el que sos. Somos como una milhojas, una sucesión de capas y en estas capas están nuestras biografías. Me pasó en un pueblo en España: compré una casa en un pueblo y la gente me parecía muy plana, muy convencional y, de pronto, alguien me dice "esa mujer", una viejita iba con la cabeza rapada porque era anarquista y le rapaban la cabeza. A mí me interesa mucho el ser humano en cuanto matiz, en cuanto posibilidad y eso me hace moverlo en el tiempo. Cada persona encierra miles de historias, es lo que ve, es lo que dice, es lo que piensa, es su época. El libro es caleidoscópico: lo mismo está mirado desde distintos lugares. Estoy muy en contra del pensamiento único, entonces realmente faceto los personajes por eso.
—El libro es muy sensorial y hay pocas y muy fuertes imágenes metafóricas. ¿Qué importancia le da a la metáfora?
—Intento cada vez más hacer una escritura muy plana, donde el mejor adjetivo es un buen sustantivo, o sea, muy precisa, pero no abandono aquello que la poesía tiene, que es el ritmo de la prosa que me interesa mucho y ciertas imágenes que pueden ser metafóricas, pero intento que sean muy poquitas, justamente para que brillen. No escribo como si fuese una caja de joyas, escribo como si hubiese un anillo en una caja, que es distinto.
—¿Eso es lo que le brinda una cadencia musical al texto?
—Intento la precisión y la brevedad. Soy antóloga de microficción en Páginas de Espuma y creo que eso me anudó las neuronas de cierta manera; busco una precisión muy exacta, intento no poner nada de más, con lo cual el adorno se cae.
—¿La búsqueda de la brevedad es también la búsqueda de la perfección?
—Claro, yo busco la perfección, no tengo metas, no quiero ser famosa, quiero ser inmortal (se ríe)…esto dicho así parece un chiste, pero de alguna forma uno cuando escribe pone ese escalón tan alto, después no lo logramos pero intento que sea perfecto, lo trabajo muchísimo. Soy muy flaubertiana realmente, creo que la prosa no perdona. Soy una escritora lenta, trabajo mucho e insisto en que no quiero decir que lo logre pero sí que lo intento. Trabajo unos tres o cuatro años cada libro y cuando termino tengo unas veinte o treinta copias que voy corrigiendo y corrigiendo hasta que saque mi mejor yo, termino el libro cuándo no puedo más.
—¿Mucho trabajo de corrección y reescritura constante?
—Sí, a mí las ideas me sobran, no necesito ideas, sé adónde voy cuando escribo un libro pero la prosa es el problema, la escritura es el problema.
—¿El cómo mucho más que el qué?
—El qué me es indiferente, el qué surge de alguna manera, tampoco soy una filósofa, soy una escritora, dejo llevar mi cabeza adónde quiera ir y no pongo censuras, no tengo una meta cuando escribo un libro, quiero contar una historia, que es distinto. Las historias son ambiguas, lo que no es ambiguo es cómo se cuenta.