Jorge Luis Borges, polémico en sus opiniones políticas, al punto de llegar a decir que le hubiera gustado ser suizo, era casi insuperable en el acendrado patriotismo que asomaba en algunos de sus textos. Como Sarmiento, capaz de proponer "no ahorrar sangre de gauchos" porque "es un abono útil para la tierra" y de describirlo luego como nadie en su Facundo.
Borges, el que además se decía agnóstico, escribió:
La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Esos versos son parte de la imperdible "Oda escrita en 1966".
Desde siempre, Borges admiró el coraje y la entrega ajena, escrutó en su árbol genealógico todas las proezas y las muertes gloriosas posibles para exaltarlas en la poesía, quizás con la secreta envidia de no haberlas podido encarnar él. Pero, como coraza a esos sentimientos profundos que expresaban sus versos, en cada ocasión que podía, se mostraba irónico respecto a estas mismas hazañas que su genio literario inmortalizaba.
Se decía agnóstico, pero nos advertía respecto de la rectitud moral que debe tener un hombre, porque "en las grietas está Dios, que acecha" ("Poema dedicado al I King").
En la Oda antes citada, dice:
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.
Borges había renegado de algunas de sus páginas iniciales, muy anteriores a esta Oda (de la década del sesenta), como las del famoso prólogo a su segunda recopilación de ensayos, El tamaño de mi esperanza, publicada en 1926, que lo revela como un joven con inquietudes nacionalistas, crítico de Sarmiento, y defensor de Rosas e Yrigoyen, y cuya reedición prohibió.
Unas líneas permitirán entender que el espíritu de aquella esperanza contradecía la pose incrédula y algo cínica que fue la suya posteriormente. Nótese, de paso, la criollización de algunas palabras:
"A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. ¡Bendita seas, esperanza, memoria del futuro, olorcito de lo por venir, palote de Dios! (…)
Sarmiento (norteamericanizado indio bravo, gran odiador y desentendedor de lo criollo) nos europeizó con su fe de hombre recién venido a la cultura y que espera milagros de ella. (…)
No quiero ni progresismo ni criollismo en la acepción corriente de esas palabras. El primero es un someternos a ser casi norteamericanos o casi europeos, un tesonero ser casi otros; el segundo, que antes fue palabra de acción (…), hoy es palabra de nostalgia (…). No cabe gran fervor en ninguno de ellos y lo siento por el criollismo. Es verdá que de enancharle la significación a esa voz —hoy suele equivaler a un mero gauchismo— sería tal vez la más ajustada a mi empresa. Criollismo, pues, pero un criollismo que sea conversador del mundo y del yo, de Dios y de la muerte. A ver si alguien me ayuda a buscarlo."
Aunque luego renegó de este nacionalismo juvenil –al punto de querer ocultarlo-, muchos de sus poemas y textos breves posteriores están llenos de reconocimiento a los hombres que murieron por la Patria; no sólo aquellos referidos a los próceres, como el famoso "Poema conjetural" sobre Laprida, sino incluso los que hablan de sucesos contemporáneos como la guerra de Malvinas. Basta recordar el genial por todos conocido "Juan López y John Ward".
Se mostraba escéptico pero, según su propia confesión, el último libro que leyó antes de perder del todo la vista fue El mendigo ingrato, de Léon Bloy, escritor francés que le gustaba "muchísimo": un católico ortodoxo y un apasionado de Napoleón Bonaparte e, irónicamente, un autor citado por Eva Perón en La razón de mi vida…
Amante de las paradojas, Borges fue una en sí mismo. Se empecinó en un discurso de renegado, fue a morir lejos, pero es uno de nuestros escritores más nacionales y una de nuestras marcas en el mundo.
El Nobel le fue esquivo no tanto por sus posiciones ideológicas como por la influencia que sus admirados anglosajones tienen sobre el comité que lo otorga: ellos no se confundieron, Borges fue demasiado argentino.
Entrevistado por Matías Méndez para Infobae, Carlos Gamerro dice que Borges apelaba a una erudición a veces ficcional, a veces "en solfa o jodona", que tenía que ver, entre otras cosas "con jugar a ser un argentino medio trucho cuando en realidad no lo era".
La última frase del prólogo a El tamaño de nuestra esperanza, parece escrita por Borges para sí mismo: "Nuestra famosa incredulidá [sic] no me desanima. El descreimiento, si es intensivo, también es fe y puede ser manantial de obras".
Que no nos desanime entonces a nosotros la "incredulidad" de Borges. A 30 años de su muerte celebrémoslo junto a la Patria por la que tantas veces desenvainó la pluma.
Nota: El dibujo que ilustra esta nota fue realizado especialmente por Enrique Breccia para este homenaje a Jorge Luis Borges en Infobae