Pocos años después de su lanzamiento en enero de 2009, quedó claro que bitcoin era la primer criptomoneda descentralizada en obtener una adopción significativa. Sin embargo, había aspectos de su protocolo con los que algunos usuarios no estaban conformes.
Por ejemplo, la brecha de diez minutos entre la confirmación de cada nuevo bloque de Bitcoin significaba que, dependiendo del momento en que un consumidor enviara un pago, la transacción podría tardar hasta 10 minutos, a veces más, en añadirse a la blockchain de Bitcoin. Esta demora genera un problema crucial para los comerciantes que necesitaban saber si recibieron su debida remuneración antes de poder entregar un bien o servicio.
A otros les preocupaba la función hash de bitcoin en el proceso proof-of-work (prueba de trabajo), porque estaban comenzando a crearse hardwares que se especializaban en esta función hash y que causaban una mayor centralización de la red de minería. Para una moneda descentralizada, la creciente centralización de las máquinas encargadas de procesar sus transacciones era un problema preocupante.
Afortunadamente, el protocolo Bitcoin es un software de código abierto, lo que significaba que los desarrolladores podían descargar la totalidad de su código fuente y modificar los aspectos que consideraban más deficientes.
Cuando el software actualizado estaba listo, los desarrolladores lo divulgaban de una manera similar a como Bitcoin fue lanzado originalmente. Ya en funcionamiento, el nuevo software requería su propio equipo de desarrolladores para mantenerlo, mineros para sostener el hardware y una blockchain separada para realizar un seguimiento de los débitos y créditos del nuevo criptoactivo.
Muchas otras criptomonedas han sido creadas a través de esta combinación de software de código abierto e ingeniosos programadores. Aquellas que son sólo ligeramente distintas a Bitcoin son denominadas altcoins.
En abril de 2018, habían más de 1.500 altcoins disponibles en internet.
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