La Organización Mundial de la Salud (OMS), hace más de dos años, categorizó al COVID-19 como una pandemia. Casi 455 millones de personas contrajeron coronavirus hasta el momento, de los cuales entre un 15 y un 20% de los recuperados padecerá long COVID, también denominado como COVID prolongado o COVID persistente, según algunos estudios. Sin embargo, un porcentaje de estos que no recibirá un diagnóstico y tratamiento debido a la falta de consenso por parte de la comunidad científica.
A finales del año pasado, luego de que un grupo internacional de científicos avalados por la OMS confeccionara la primera definición del long COVID (y su consiguiente publicación en la revista The Lancet Infectious Diseases) esta enfermedad dio un paso importante para su consideración. Sin embargo, los expertos advirtieron que existen unos 200 síntomas.
Según la descripción que consta en el documento, se considera long COVID cuando una persona “con antecedentes de infección por SARS-CoV-2 probable o confirmada, generalmente 3 meses desde el inicio, presenta síntomas que duran al menos 2 meses y no pueden explicarse con un diagnóstico alternativo”.
En ese sentido, el estudio señaló que los síntomas más comunes incluyen, entre otros, fatiga, dificultad para respirar y disfunción cognitiva, los cuales generan “un impacto en el funcionamiento diario”. Asimismo, advierte que estos sinos “pueden ser nuevos después de la recuperación inicial de un episodio agudo de COVID-19 o persistir desde la enfermedad inicial”, aunque también pueden “fluctuar o recaer con el tiempo”.
De todos modos, al considerarse una amplia gama de síntomas, los expertos advierten complicaciones a la hora de realizar diagnósticos, ya que la patología varía tanto en su expresión como en su impacto. Un ejemplo de esta situación fue informado por investigadores de la UCLA Health y la Escuela de Medicina David Geffen de UCLA, quienes publicaron en la revista Annals of Internal Medicine, los desafíos que deben enfrentar a la hora de su definición ante las autoridades sanitarias.
Lauren E. Wisk, investigadora de la División de Medicina Interna e Investigación de Servicios de Salud de la Facultad de Medicina David Geffen de la UCLA y la Facultad de Salud Pública Fielding de la UCLA, admitió esta problemática al advertir que “el primer desafío al estudiar cualquier enfermedad es saber cómo diagnosticarla, y aunque hemos visto graves consecuencias médicas derivadas de la COVID-19, aún no tenemos criterios de diagnóstico definitivos”
En ese sentido, Joann G. Elmore, profesora de la Escuela de Medicina David Geffen de la UCLA. y la Escuela Fielding de Salud Pública de la UCLA, aseguró que se necesitan “datos e información de alta calidad que respalden un diagnóstico preciso antes de que los pacientes puedan recibir la atención de apoyo adecuada y una terapia eficaz específica de la enfermedad”
“Debido a la naturaleza dinámica del virus en sí y la tecnología disponible para probar, monitorear y tratar la infección, puede existir una variación sustancial en la presentación clínica aparente del long COVID”, admitieron los autores; por lo cual instaron a que se impulsen “evaluaciones sólidas, estandarizadas y longitudinales de la salud y el bienestar”.
Lo cierto es que, incluso, en el documento que estableció los primeros parámetros para definir esta patología se presentaron reparos a la hora de enumerar, de forma eficiente y veloz, los síntomas que conforman la enfermedad. Incluso, se excluyeron a los chicos de la definición. Es por ese motivo que en varias clínicas y centros médicos que realizan sus propias investigaciones al respecto.
En la Argentina, la Fundación Favaloro cuenta con un Programa de atención integral post Covid, en el cual se atienden unas 2 mil personas. Según explicó a Infobae Enrique Baldessari (MN 79768), Jefe del departamento de Medicina Interna y responsable del proyecto, los pacientes que pasan por sus instalaciones no solo informan de sus síntomas, sino que los expertos buscan conocer “qué es lo que les pasa”.
“La mayoría fueron casos leves y el porcentaje de complicaciones cardíacas que observamos, por ejemplo, es muy bajo, cercano al 2 o 3%”, dijo el especialista. Al tiempo que advirtió que existen otras secuelas del COVID-19. “Notamos que hay problemas de salud mental, como es la ansiedad o la depresión, siendo que para el primero registramos un 25% y para el segundo un 11%. Es por eso que creemos que el estrés al que estuvieron sometidos estos pacientes también impacta en su salud”, explicó Baldessari.
Por lo cual instó a que los recuperados de la patología busquen atención médica, sin importar la gravedad del cuadro de coronavirus que transitaron. “Es muy importante el control médico después de pasar la enfermedad porque se deben realizar estudios para individualizar posibles factores de riesgo, ya sean cardiovasculares como de otra índole, sin importar cuán grave haya sido la enfermedad”, concluyó.
“El COVID-19 seguirá siendo un desafío en el futuro previsible. Quedan muchas respuestas pendientes en torno al COVID-19 y sus secuelas, y constantemente se formulan nuevas preguntas”, afirmó el documento que contó con el respaldo de la OMS.
Al tiempo que señalaron que, pese que la definición global de la condición post-COVID-19 ayudará a avanzar tanto en la defensa como en la investigación, es probable que cambie “a medida que surja nueva evidencia y nuestra comprensión de las consecuencias de la COVID-19 continúe evolucionando.
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