La India empezaba en febrero a ser un caso de estudio para epidemiólogos de todo el mundo por cómo había logrado bajar la curva de muertes y contagios de COVID-19, contra todos los pronósticos. A pesar de tener un sistema de salud precario, con algunas de las ciudades más densamente pobladas del planeta, en las que viven millones de personas hacinadas y sin posibilidad fáctica de cumplir con el aislamiento social, el país había pasado de rozar los 100.000 casos diarios en septiembre de 2020 a promediar 11.000, una caída cercana al 88 por ciento.
Una respuesta fácil sería atribuir la baja a una disminución de los testeos. Pero el derrumbe de la mortalidad había sido incluso más violento. De superar las 1.150 muertes por día pasó a sólo 89 a principios de febrero, 92% menos. En un país de 1.366 millones de habitantes, esos indicadores permitían decir que la pandemia estaba totalmente bajo control. Algunos pensaron que incluso superada.
Pero India consiguió desconcertar aún más a los expertos durante el último mes, cuando el COVID-19 estalló de una manera que no se había visto casi en ningún otro lugar. De una media móvil de 15.000 casos cada 24 horas en los primeros días de marzo, saltó a 297.000 esta semana, 1.880% más. El miércoles reportó 314.835 contagios, récord mundial desde que empezó la pandemia, superando los 300.310 registrados por Estados Unidos el 2 de enero.
La suba continúa, ya que el viernes fueron 346.786 casos. Es más de cuatro veces lo que están registrando Estados Unidos y Brasil, los otros dos países más afectados por la pandemia en números absolutos. Es cierto, ninguno es tan poblado como la India. Pero si se miran sus infecciones diarias por millón de habitantes (215), ya superó a la nación norteamericana y está muy cerca de la sudamericana (271).
Además, ninguna de las otras dos había experimentado una suba tan pronunciada en tan poco tiempo. Estados Unidos tardó cuatro meses en llegar al pico de su tercera ola, en enero. Brasil tardó tres meses en llegar al máximo de una media móvil de 77.000 casos, a fines de marzo. India, en cambio, en poco más de un mes pasó de estar muy por debajo de ambos a superarlos estrepitosamente.
Brasil experimentó un proceso similar con la mortalidad por COVID-19, que se triplicó entre mediados de febrero y principios de abril, cuando pasó de 1.000 a 3.000 por día, aunque en las últimas semanas descendió levemente, hasta 2.520. India está aún por debajo de ese nivel, pero el alza fue incluso más pronunciada, Las muertes se multiplicaron por 21: de una media móvil de 92 a una de 1.985.
Y la tendencia sigue siendo marcadamente ascendente: el viernes fueron 2.634 decesos. Nuevamente, cuando se miran los datos por habitante el panorama parece menos inquietante. Con 1,3 por millón está muy lejos de Brasil (11,8) e incluso está debajo de Estados Unidos (2,1). Pero lo que preocupa es la tendencia. Sobre todo, por la débil infraestructura hospitalaria del país, que se está viendo desbordada por la gran cantidad de enfermos en un plazo tan corto.
“Tras la propagación de las variantes británica y sudafricana en febrero de 2021, los casos de COVID-19 comenzaron a aumentar de nuevo”, explicó Azizah F. Siddiqui, investigadora del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra, consultada por Infobae. “Esto también coincidió con la relajación de las medidas sanitarias. Además, la concentración masiva de procesiones religiosas, así como campañas políticas que atrajeron a millones de espectadores en persona, pueden haber desempeñado un papel importante. Todavía no está claro si la variante de doble mutación de la India, la B.1.617, es más mortal que las demás. Pero con el aumento vertiginoso del número de casos diarios, el sistema de salud pública, ya agotado y con escasos fondos, resultó insuficiente para gestionar el creciente número de pacientes”.
La ilusión del fin de la pandemia
El 24 de marzo de 2020, cuando aún no había 500 casos de COVID-19 confirmados en la India, el primer ministro Narendra Modi ordenó el confinamiento más grande del mundo. Se aplicó en todo el país y estuvo entre los más duros del planeta. “Se les prohibirá totalmente salir de sus casas”, dijo Modi en un discurso televisado. “Todos los estados, todos los distritos, todas las aldeas estarán bajo confinamiento”.
La extrema medida, que paralizó al país por dos meses, probablemente haya sido efectiva para demorar el avance del virus. La comparación con Estados Unidos y Brasil muestra que en India tardó más en propagarse a gran escala.
Prabhakaran Dorairaj, profesor de epidemiología en la Fundación de Salud Pública de la India y de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, considera que ese cierre prolongado ayudó a aplanar la curva. “Al principio —dijo a Infobae— la población era bastante disciplinada y seguía el comportamiento adecuado para prevenir el COVID, en particular el uso de mascarillas. Por otro lado, las mejoras en la gestión y el menor número de casos facilitaron que hubiera una relación óptima entre proveedores y pacientes, y la disponibilidad de otros recursos, lo que puede haber contribuido a una menor mortalidad”.
El problema es que el costo social y económico fue brutal. En una nación en la que buena parte de la economía está sumergida en la informalidad, el cierre de actividades implicó quedarse sin nada. Cientos de miles trataron de regresar de las ciudades a los pueblos de los que había migrado para tener al menos algo que comer, pero como el transporte fue suspendido, tuvieron que hacerlo a pie.
Con el correr de los meses, el confinamiento se volvió imposible de sostener. Pedirle a la gente que se quede en su casa cuando vive hacinada, sin agua de red y sin infraestructura cloacal, no es algo que se pueda mantener por mucho tiempo.
Así que el virus terminó propagándose y a partir de agosto India empezó a superar a los otros países en cantidad de contagios diarios. En septiembre, cuando llegó al pico de casos, también los superaba en decesos cada 24 horas.
Sin embargo, sin que mediara ninguna medida adicional, ambas curvas comenzaron un descenso ininterrumpido, que se extendió hasta el mes pasado. Perplejos, los especialistas sufren para encontrar las causas. El confinamiento, que puede haber servido para demorar la diseminación inicial del virus, ya no estaba en condiciones de explicar el fuerte descenso registrado en el último trimestre de 2020.
Un estudio publicado en agosto aportó algunos datos llamativos. Investigadores tomaron muestras de sangre de 7.000 residentes de barrios precarios de Mumbai, capital del estado de Maharastra y ciudad más poblada del país, con 12,5 millones de habitantes. El análisis reveló que el 57% tenía anticuerpos contra el coronavirus.
Para algunos epidemiólogos, era el indicio de que al menos en esos lugares se estaba alcanzando la inmunidad de rebaño por la gran cantidad de personas que se habían contagiado. Para otros, era demasiado pronto para llegar a esa conclusión. Lo cierto es que el descenso de las infecciones y de las muertes era ostensible.
Si el incumplimiento de las recomendaciones de aislamiento había empezado cuando aún no se había llegado al pico, cuando este quedó atrás el proceso se aceleró. Al ver que los hospitales comenzaban a vaciarse, el propio gobierno levantó todas las restricciones.
Durante cerca de cinco meses entre finales de 2020 y comienzo de 2021, India tuvo la ilusión del regreso a una vida normal. Se habilitaron los espectáculos deportivos masivos y las grandes ceremonias religiosas, como el Kumbh Mela, el festival en el que cientos de miles de personas se bañan en las aguas sagradas del río Ganges.
La economía, que en 2020 cayó 8%, volvió a encender todos los motores, para alivio de una población pobre, que se había empobrecido aún más. También la política se galvanizó. Volvieron los actos multitudinarios y se realizaron elecciones en cinco estados del país, a lo largo de varias fases. La pandemia parecía haber terminado. Pero recién estaba dando sus primeros pasos.
“Cuando se informó inicialmente de este aumento de los casos, durante el festival hindú Holi de este año, todo el mundo se fue a casa y lo celebró como si no hubiera existido nunca el coronavirus”, dijo a Infobae Manish Raturi, profesor del Instituto Himalayo de Ciencias Médicas. “Ponemos excusas para salir a divertirnos incluso en los fines de semana de confinamiento, asistimos a encuentros políticos y a reuniones religiosas y nos preocupamos menos por seguir las prácticas de higiene adecuadas. Los datos dan miedo y la realidad sobre el terreno es peor que antes. En septiembre de 2020 nos preocupábamos por la prevención y, al salir de las severas restricciones, estábamos dispuestos a hacer lo que fuera necesario para evitar la propagación. Pero semana a semana hemos ido decayendo, primero en unas regiones, luego en otras. Las aglomeraciones en los transportes públicos, en los mercados, en las fiestas, en las celebraciones familiares y durante las elecciones volvieron a ser aceptables”.
Una disparada que impacta al mundo
Aunque la mortalidad por millón es relativamente baja comparada con la de la mayoría de los países, no hay que perder de vista que la India tiene una población esencialmente rural. En miles de pueblos la situación sanitaria está bajo control. El problema son las grandes ciudades, que están colapsadas.
Nueva Delhi, capital y segunda ciudad más poblada del país, con 11 millones de habitantes, es una de las más comprometidas. El viernes registró más de 24.000 casos y tiene más de 92.000 pacientes activos. Muchos hospitales se están quedando sin camas y la escasez de oxígeno es alarmante.
Esta semana murieron 20 personas que estaban internadas en terapia intensiva porque se quedaron sin oxígeno. Los directores de los hospitales y las autoridades de la ciudad están pidiendo apoyo al gobierno nacional, pero no hay mucho por hacer. Lo que se está poniendo de manifiesto es la debilidad de la estructura sanitaria, que no está en condiciones de hacer frente a una crisis de esta envergadura.
También los cementerios están saturados, como se vio alrededor del mundo en otros lugares en los momentos más críticos de la pandemia. En las morgues y crematorios hay cadáveres apilados, y en algunas ciudades los cuerpos se creman directamente en la calle o en lugares improvisados.
“En un país tan grande, donde el virus ya se había extendido durante meses, la segunda ola no empezó con sólo un par de viajeros procedentes del extranjero, como ocurrió durante la primera, sino con miles de casos procedentes de muchos lugares de todo el territorio”, dijo a Infobae Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra. “Incluso con un pequeño aumento de la tasa de reproducción, el país alcanzó rápidamente cifras elevadas. La mayoría de las naciones han experimentado segundas y terceras olas mucho mayores que las primeras por esta misma razón. Además hay que considerar el papel de los eventos superpropagadores, como la peregrinación religiosa registrada en las orillas del río Ganges, cerca de Mumbai, que pueden haber desencadenado cadenas masivas de transmisiones que se diseminaron a territorios remotos”.
No hay muchas dudas de que en los últimos meses aumentó la circulación de personas, y de que eso aumenta las probabilidades de que se propague el virus. Pero no deja de ser intrigante que la disparada haya sido tan precipitada, cuando el movimiento empezó hace meses.
Es llamativo que uno de los estados más afectados ahora vuelva a ser Maharashtra, donde se habían detectado altos niveles de anticuerpos, lo que presuponía al menos cierta inmunidad contra el virus. Allí murieron 24 pacientes por falta de oxígeno esta semana y el Gobierno anunció un confinamiento parcial. Pero los antecedentes de 2020 indican que va a servir de poco.
Una hipótesis para explicar lo que está sucediendo es que muchas personas se están reinfectando. ¿Por qué los anticuerpos no estarían siendo efectivos? La circulación de mutaciones del virus más contagiosas podría ser una de las causas.
“El coronavirus está mutando muy rápidamente, ya que es un virus de ARN monocatenario y se observan cambios en las proteínas de los picos que se fijan en nuestras células —dijo Raturi—. Por tanto, cuantas más personas infecten, más posibilidades hay de que se produzcan mutaciones y se generen variantes”.
Precisamente en Maharashtra se detectó en enero la variante B.1.617, conocida como la cepa india. Si bien aún está bajo estudio, se distingue de otras por tener dos mutaciones respecto de la cepa original del SARS-CoV-2. Una es similar a la variante británica y otra a la californiana.
“El caso de India es realmente intrigante —dijo Flahault—. Podemos tener preguntas similares para Sudáfrica o Brasil. Al principio, la gente creía que la inmunidad de rebaño protegería a Manaos, en Amazonas, cuando llegó la nueva oleada, pero no fue así. Propongo dos hipótesis para explicar por qué el virus se propagó en lugares donde se había adquirido un alto nivel de inmunidad. Una es que las nuevas variantes lograron evadir las defensas del sistema inmune. La otra es que las nuevas variantes aumentaron la transmisibilidad, lo que llevó a que fueran más altos los niveles requeridos de inmunidad de rebaño para detener la propagación. Ambas hipótesis pueden combinarse”.
No hay evidencias de que la cepa india sea más virulenta, pero sí hay indicios de que se contagia con mayor facilidad y de que puede evadir los anticuerpos generados por la infección con el virus en sus versiones primigenias. Un estudio del Instituto Nacional de Virología que analizó muestras de sangre de diferentes distritos de Maharashtra encontró que el 60% tenía la B.1.617.
El médico indio Kamal Kant Sahu, investigador del Hospital Saint Vincent de Worcester, Massachusetts, enumeró a Infobae algunas de las posibles razones de la disparada que se está viendo. “En primer lugar, tenemos que entender que la vacuna no es a prueba de todo, sólo reduce la probabilidad de contraer una infección sintomática o más grave. Y recién acabamos de empezar a vacunar a nuestra población. Segundo, la gente se niega a tomar precauciones. Se han celebrado muchos eventos públicos importantes: hemos tenido de tres a cinco elecciones locales en los distintos estados y se celebraron muchos festivales con una concurrencia de entre miles y cientos de miles de personas en diversos lugares. Tercero, la nueva variante es ciertamente más infecciosa, como sabemos. Por lo tanto, se espera una elevada severidad”.
La lenta campaña de inmunización en India no deja de ser paradójica, ya que es el mayor productor mundial de vacunas. Hasta ahora se suministraron 130 millones de dosis y apenas el 8% de la población fue vacunada al menos una vez.
“La campaña de vacunación en la India, aunque fue impresionante al comienzo, con 300.000 dosis al día en su punto álgido, se ha reducido a 200.000 al día por la falta de insumos —dijo Siddiqui—. Recientemente, la India ha aprobado de urgencia la vacuna Sputnik V (Rusia), y en el país circulan la Covishield (AstraZeneca) y la autóctona Covaxin. Lo que resulta insatisfactorio es que India haya regalado vacunas Covishield a países vecinos y estratégicos, lo que se sospecha que es una forma de poder blando, en el marco de la competencia con China. Esta medida es innecesaria, ya que no estamos suficientemente inmunizado. No como respuesta a estas críticas sino al número desorbitado de casos, desde el 1 de mayo de 2021 todos los indios mayores de 18 años podrán vacunarse de forma gratuita en las instituciones gubernamentales”.
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