La primera vez que Sergio Dalmasso pisó una calesita fue la que tenía su padre en una plaza cerca de la estación de ómnibus en Rosario. Desde ese día su vida cambió. Hoy, con 58 años, Dalmasso es dueño de dos carruseles. Uno está ubicado en la ciudad de Funes y el otro en el parque nacional de La Bandera en Rosario. Sin embargo, desde que comenzó la cuarentena obligatoria tuvieron que cerrar. Nunca fueron habilitados para abrir las clasitas aunque Santa Fe se encuentre en Fase 5.
Desesperado y sin ingresos, Dalmasso tomó una de las decisiones más difíciles de su vida. Tuvo que poner a la venta los caballitos de madera del carrusel para poder subsistir a la crisis que lo atraviesa desde que el coronavirus llegó al país. “Es la única forma de tratar de aguantar por lo menos un mes o dos meses más”, dice Dalmasso a Infobae desde su casa en la ciudad de Rosario. “La verdad es que ya no sé qué hacer”, se lamenta.
El contexto del coronavirus a Dalmasso lo fundió. Lo atraviesa una sensación de incertidumbre acompañada de miedo, tristeza e impotencia. “Cuando empezó todo esto pensé que íbamos a estar 40 días, pero el tiempo pasó y ahora ya no sé qué hacer. Vendí todo: vehículos, dólares, oro. Me deshice de todo y ahora no me quedó más que desarmar la calesita y vender los caballitos. Siento una tristeza enorme porque uno ya vivió crisis, como la del 89 o el 2001, pero esta es la primera que no te dejan trabajar. La primera vez que facturé cero”, cuenta acongojado.
“Somos patrimonio cultural a nivel nacional. Teóricamente nos tendrían que brindar ayuda, pero jamás recibimos nada. Entonces de la boca para fuera somos artesanos, cuidamos a los chicos, pero después no se dan cuenta ni de que existimos. En un principio puse en venta el carrusel, pero ¿quién iba a comprar una calesita hoy? Nadie. Entonces, la única solución que encontré fue vender los caballitos”, agrega.
La situación que vive Dalmasso es similar a la de varios comerciantes en el país, principalmente en el AMBA. Pero dice que la suya en un punto es peor. “Acá estamos en Fase 5, está todo abierto salvo nosotros. Se olvidaron. Me cansé de ir a reclamar, pero nada. No hay respuesta”, dice.
Dalmasso cuenta que en Rosario y en Funes, las dos ciudades donde tiene sus carruseles, se encuentran en unas etapa, dentro del plan para amortiguar la pandemia, en donde los ciudadanos están habilitados a salir, caminar, ir a bares y reunirse.
“Acá abrieron todos los restaurantes, bares, hoteles, shopping y lo nuestro que es al aire libre, que es menos riesgoso, donde vos podés tener un protocolo tranquilamente, sigue cerrado. El problema es que no nos tuvieron en cuenta, no saben que existimos”, repite Dalamsso.
“Creo que con un protocolo se podrían abrir este tipo de juegos al aire libre”, opina. Y plantea que “si pudieron abrir las ferias populares, por qué no podemos hacerlo nosotros”.
La historia de su familia en el negocio de las calesitas comenzó en 1950. “Somos pocos en esto, y por lo general viene de tradición, se hereda. Todo empezó cuando mi abuelo viajó con mi papá a Alta Gracia, en Córdoba. Ahí vio una calesita por primera vez, era el año 1950. Y también vio un poco el negocio. Como en ese momento en Rosario no había calesitas, habló con mi abuela para vender su casa y así poder comprar su primer carrusel. Y ahí empezó todo. Se instalaron en Rosario y después, pasó la vida”, explica.
“Por tradición me quise dedicar a lo mismo. En un principio, un poco la burocracia hizo que yo tenga que poner mi primera calesita en Córdoba... volví a donde había comenzado todo, porque en Rosario no había lugar. Era 1990 y la instalé en Parque Sarmiento, en Córdoba capital. Ahí estuve varios años hasta que conseguí ́trasladarla a Funes, mi ciudad”.
Luego, el negocio creció y decidió comprar otra calesita y colocarla en el Parque Nacional de La Bandera en Rosario, frente al Río Parará. “Un sueño hecho realidad”, dice. “Pero ahora todo se acabó es muy triste, lamentable, uno lucha y nada. Le tengo miedo a la post pandemia, a lo que viene... ¿qué va pasar después?”, se pregunta.
Sin embargo, Dalmasso cuenta que lo mejor que descubrió dentro de este mal momento es la solidaridad de la gente. “Cuando se enteraron de lo que me pasaba mucha gente se comunicó conmigo, me intentó dar una mano, la verdad es que estoy muy agradecido. Frente a tanta desesperación escuchar que hay que personas que están dispuesta a ayudarte por nada, te da fuerza para seguir”, se emociona.
Pero rápidamente regresa a su realidad y concluye: “Ahora salgo a vender los caballitos, mañana saldré a vender mi ropa. No sé, es muy difícil esta situación y no se sabe cuánto va a durar”.
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