El viernes 13 de marzo fue el último día que las niñas y niños de la Argentina concurrieron a clases. Habían transcurrido sólo dos semanas de un ciclo lectivo que se vio interrumpido tras decretarse la emergencia sanitaria en el país por un nuevo virus que tenía al mundo en vilo. También dejaron de ir a los establecimientos educativos los adolescentes del nivel secundario y los estudiantes universitarios. Los pequeños de jardín de infantes no habían llegado a completar la famosa -y tediosa para más de un padre- adaptación.
Así, mientras los uniformes todavía tenían olor a nuevo y muchos libros no habían sido estrenados, todos los actores de esta película -entidades, padres, docentes y niños- comenzaron a hacerse a la idea de que la realidad había cambiado.
Esto podría ser una nota escrita en primera persona, de una madre con nulas habilidades pedagógicas, con un niño en primer grado y una pequeña a quien sus docentes de sala de tres le envían semanalmente consignas y actividades que pocas veces logra realizar con éxito. Pero no, mejor pensar que las clases van a ser de las últimas actividades en normalizarse e intentar ver el vaso “medio lleno” y tomar esta coyuntura como una oportunidad para aprender. Todos.
Para empezar, hay que tener en claro que este es un momento especial, son tiempos de pandemia, y tal como la salud está en emergencia, la interrupción de las clases representa una “urgencia educativa”. “En verdad, los padres no pueden ocupar el rol de los docentes en las conversaciones curriculares que instala la escuela en el proceso de escolaridad; sí son facilitadores, y su trabajo es apoyar al docente. Para los padres ésta es una oportunidad de encontrar nuevos espacios con sus hijos, acompañar el proceso de aprendizaje por ejemplo compartiendo una película escolar juntos y charlando sobre la misma”. Pablo Aristizábal es emprendedor tecnológico-educativo y experto en aprendizaje en línea, premiado por la ONU a la innovación educativa, y para él, “exigirle a los padres que ocupen el rol del maestro no sería el camino más adecuado, por distintos motivos. Depende de muchos factores, como las desigualdades de origen, que no surgen ahora, son producto de la falta de equidad en las naciones desarrolladas y no tan desarrolladas”.
Lo cierto es que las madres y los padres llevan 47 días desempeñando un papel que les es tan ajeno como engorroso (porque, hay que decirlo, no es lo mismo ayudar a los hijos a hacer las tareas en una situación normal, que guiarlos en esta coyuntura). La mayoría de ellos no son (no somos) docentes: son mamás y papás poniendo lo mejor de sí, sin las herramientas pedagógicas para hacerlo, con un montón de otras preocupaciones y obligaciones en mente, con una paciencia que a veces no es la suficiente y un niño -o dos, o tres- no siempre predispuesto a sentarse frente a una computadora ni con la misma atención que pondría en el aula frente a su maestra.
¿Por dónde comenzar? “Las familias tenemos el desafío en estos días de acompañar las tareas de los chicos en casa para garantizar la continuidad pedagógica y que puedan seguir con sus aprendizajes escolares y para eso tenemos algunas cosas muy importantes que hacer: la primera es ayudarlos a organizarse, con el tiempo, los espacios, con los que son más chicos estar disponible y cerca cuando están haciendo la tarea, idealmente con el celular apagado para ayudarlos si tienen dudas y obviamente no resolviendo la tarea por ellos pero sí dándoles pistas en algo que necesiten o ayudarlos a buscar alguna información de algo que no saben o incluso nosotros no sabemos”. Consultada por Infobae, la bióloga y máster y doctora en Educación Melina Furman señaló que “en el caso de los adolescentes también ayudarlos a que puedan organizarse, ver qué tareas son prioritarias, cuáles son obligatorias y cuáles no tanto. No replicando el horario de la escuela porque en estos días existe la chance de empezar un poco más tarde y sobre todo los adolescentes que son más noctámbulos y está demostrado que su reloj biológico los hace estar más atentos en horarios vespertinos y no tanto a la mañana puede aprovecharse eso a su favor”.
Furman es investigadora del Conicet y profesora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés ¡y madre de mellizos en segundo grado! El gran desafío, para ella, “es lograr que también haya momentos en el día para otras cosas, como jugar en familia, para tener momentos de soledad (los adolescentes y los adultos que los necesiten), para compartir las tareas de la casa que también son una fuente de aprendizaje, por ejemplo cocinar es un gran momento para conversar, para aprender a medir, mezclar, si la receta sale bien escribirla en un recetario”. “Volver a encontrar en las actividades cotidianas espacios de juego y aprendizaje. No se trata sólo de las tareas de la escuela”. Por ahí parece que va la cosa.
Para Rita Marini, licenciada en Psicopedagogía con posgrado en Neuropsicología infantil del aprendizaje y profesora de enseñanza primaria, “es importante tener en cuenta el contexto que estamos viviendo, donde cada familia, tanto padres como hijos, transitan la incertidumbre y la preocupación de una manera diferente. Algunos pueden reconocer y hablar sobre sus sentimientos, mientras otros cambian sus conductas mostrándose más sensibles, ansiosos, irritables o miedosos”.
“Los aprendizajes empiezan siempre en casa y a medida que crecen, también, se dan en el colegio y otros contextos que van enriqueciendo la experiencia. Sería bueno que cada padre piense qué habilidades cree que son relevantes para sus hijos e incentivarlos para que la desarrollen”, destacó, al tiempo que consideró que “la mejor manera de acompañarlos es guiándolos con preguntas a que piensen y encuentren la solución, que se animen a probar y a fracasar y seguir intentándolo de una manera diferente. Entendiendo que el aprendizaje es un proceso que se va adquiriendo con la práctica y para que los chicos quieran aprender necesitan experimentar, probar, intentar, vivenciar”.
- ¿Qué hacer cuando (como en la mayoría de los casos) los padres no poseen herramientas pedagógicas?
- Furman: La mayoría de los padres no tenemos herramientas pedagógicas ni tampoco sabemos de todos los temas, entonces la estrategia es estar presentes, estar conectados, tratar de tener paciencia y tener paciencia con nosotros mismos también. Apoyarnos en los docentes o en otras familias cuando no sabemos cómo resolver algo, animarnos a decir “no sé” y buscar la respuesta juntos.
Cada tarea de la escuela, en la medida que estemos emocionalmente disponibles, puede resultar para nosotros también como una aventura y una oportunidad de aprender juntos.
- Marini: Comprendo que es más fácil guiar a un hijo si uno tiene herramientas pedagógicas, pero no se espera que los padres cuenten con ellas. Los chicos están acompañados por su docente de manera virtual. Sugiero acompañarlos frente a las dificultades que se le presentan en esta nueva modalidad de aprendizaje orientándolos a que enfrenten el desafío y busquen la manera de superar el obstáculo, aunque no sea en el primer intento, a que sean tolerantes frente a la frustración, aprendan a trabajar en equipo y a pedir ayuda tanto a sus docentes, compañeros y familiares.
La misión pareciera ser más difícil entre quienes tienen hijos en primero o segundo grado, que están teniendo sus primeras experiencias con la lecto escritura y las operaciones matemáticas, y, además, no tienen tan “aceitada” la rutina escolar. A esos padres, Furman recomendó “estar al lado, cerca, acompañando con las tareas, ayudándolos a entender la consigna, a representar lo que entendieron, a leer un texto las veces que haga falta hasta que lo comprendan, para ayudarlos a construir lo que se llama ‘el oficio de alumno’, esas herramientas que tienen los chicos para estudiar y que son cimientos para lo que va a venir después”.
“Jugar juntos fortalece los vínculos afectivos; los chicos se divierten, disfrutan y aprenden. Yo les aconsejaría que valoren el esfuerzo que sus hijos hacen, que los acompañen y tengan paciencia que el aprendizaje es un proceso, lleva tiempo, pero con perseverancia se alcanzan los objetivos”, sumó Marini, que además es la creadora de ATIR Aprender Jugando, una línea de juegos educativos.
Para quienes tienen hijos que requieren acompañamiento con contenidos más complejos que los padres no manejan, Marini sugirió “que los guíen planteando un problema”. “Por ejemplo, ¿qué harías si estás solo en la casa y tenés que resolver esta actividad? Seguramente van a salir opciones como consultar con un par o docente, buscar información escrita o visual en la web o un libro, llamar a un conocido que creemos que puede saber del tema, entre otros -propuso-. Lo importante es encarar la dificultad como un reto, como un desafío que hay que superar, sin estresarse ni angustiarse. Y aprender que equivocarse es parte del proceso, que cuando nos equivocamos significa que hoy no superamos el reto pero que si lo volvemos a intentar mañana lo podemos lograr”.
Y sobre cómo establecer el límite entre guiarlos/ayudarlos y resolverles la consigna, la psicopedagoga instó a “ayudar a los chicos a que valoren el esfuerzo y registren el sentimiento de satisfacción y felicidad que les produce alcanzar un objetivo, eso es fundamental para sostener su deseo de aprender”. “Es más fácil resolverle la consigna y terminar, pero en esa ocasión el mensaje que se le da es ‘como vos no podés hacerlo lo hago yo’ lo cual afecta su autoestima y autoconfianza en sus habilidades -sostuvo-. En cambio, al guiarlo, el camino es más largo pero lo transita el chico y cuando haya resuelto la consigna, será su logro. Es bueno remarcar su logro y el camino que recorrió hasta lograrlo, eso hará que tenga más confianza en sí mismo y en sus habilidades para encarar otros desafíos”.
- ¿Qué hacer si a los niños no los motivan las propuestas del aula virtual? ¿De qué manera incentivarlos?
- Furman: Uno de los caminos es hacerles “doble click” y ver a dónde más nos lleva la propuesta, qué más podemos explorar sobre eso que a simple vista parece medio árido. Y también es importante aprender que no todo lo que tenemos que hacer nos encanta y nos motiva y a veces hay que hacerlo igual y no pasa nada. Y encontrar otras fuentes de aprendizaje en estos días (hacer algo que no habíamos hecho nunca, escribir un diario de estos días tan particulares, hacer tareas de la casa, cocinar, jugar un juego que no sabíamos: hay montones de cosas que están aprendiendo las familias en estas días y que son importantes para seguir creciendo, más allá de las tareas escolares.
- Marini: La motivación es elemental para que los chicos tengan interés en llevar a cabo la propuesta virtual. A veces pasa que la misma no los motiva. En ese caso, una alternativa es proponerles una motivación externa, que puede ser inmediata o a corto plazo. Si es inmediata ocurre luego de que el chico realice la actividad. En el caso del corto plazo al realizarla puede obtener, por ejemplo, una estrella y a las tres estrellas una recompensa. La misma la puede proponer el chico y reformularla hasta que él y sus padres estén de acuerdo. Dentro de las opciones puede estar jugar a las cartas juntos, acostarse más tarde un sábado, disfrazarse usando la ropa de sus padres, entre otras opciones.
- Aristizábal: Lo que se descontinuaron son las clases presenciales producto de la pandemia; estamos haciendo todo lo posible para que la educación continúe, sólo que de otro modo. La atención es difícil de sostener cuando no se entiende para qué se estudia determinado contenido, cuando el motor del aprendizaje es la motivación y no la emoción, esto no nos engañemos pasa en la escolarización en las aulas presenciales, como en el mundo en línea cuando no podemos hacer una transposición didáctica que conecte a ese chico con el conocimiento. Si un tema lo siento ajeno, lo voy a sentir del mismo modo de forma presencial o en línea. Lo importante es pensar de qué forma podemos aprovechar el medio digital para enriquecer las clases y hacerlas más emocionantes, que los chicos se conecten con su imaginación y su asombro al momento de aprender.
La importancia de establecer rutinas
“Creo que lo primero es asociar el aprendizaje con la emoción de aprender, estimular en los chicos la curiosidad, la imaginación y la autonomía, pero también organizarse. Que haya una rutina donde se determinen espacios para cada cosa; para el aprendizaje (estudiar es poner empeño y rigurosidad para que se produzca el conocimiento), para el momento de esparcimiento, de ejercicio físico, etc”. Aristizábal es el creador de la plataforma Aprender en Casa y, para él, “si se tiene la posibilidad de brindarle al chico esa rutina, seguramente se logrará reducir la fricción en esta actividad, más allá que se debe evitar catalogarla como algo que al chico no le gusta”. “Muchas veces son más nuestros prejuicios y lo que recordamos de lo que ocurría cuando éramos chicos, que realmente lo que sienten nuestros hijos frente a estos nuevos conocimientos”, insistió.
Para Furman “es súper importante establecer rutinas fijas, lo cual no quiere decir que sean inamovibles, hiper estrictas, sino al contrario, rutinas relativamente flexibles, que permitan cada día anticipar medianamente qué va a pasar, que combine momentos de ocio con momentos de trabajo; momentos de hacer algo juntos y algo separados; momentos con y sin pantallas”. “Pero lo más importante de todo es que las rutinas no las tenemos que diseñar los adultos y bajarlas a los chicos, si no que es importante involucrarlos incluso de chiquitos a que puedan participar de la construcción de cómo organizamos el tiempo porque eso los ayuda a ganar autonomía para todo lo demás: en su aprendizaje y en cualquier otra cosa que quieran hacer”, señaló.
En la misma línea, Marini consideró que “es necesario que las rutinas se lleven a cabo con regularidad y constancia para que se conviertan en hábitos que los podrán aplicar a lo largo de sus vidas. Pero hay que entender que son flexibles y que se pueden acomodar a situaciones especiales. Para ello hay que dejar intervalos libres donde se pueda elegir qué hacer en el momento o usarlos frente a los cambios imprevistos”.
En ese sentido, para Marini, “establecer rutinas a los chicos les aporta seguridad, estabilidad, autonomía y orden interno”. “Una buena idea es tener las rutinas diarias con dibujos y/o escritas, así ellos pueden ver cómo se espera que se desarrolle el día".
Consultado sobre si hay un antes y después en educación y tecnología, Aristizábal consideró que “definitivamente”. “Séneca (Lucio Anneo, filósofo) en algunas de sus variables dijo una frase que a mí me ayuda mucho y es que ‘no hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va’ y un buen faro para las escuelas son los aprendizajes fundamentales: aprender a ser, a vivir juntos, a conocer, a aprender, a aumentar y a crear. Como también el desarrollo de habilidades cognitivas básicas, superiores, socioemocionales y tecnológicas”, sostuvo, al tiempo que planteó que “se le está perdiendo el miedo a los recursos tecnológicos, y entendiendo que no se tratan de un reemplazo potencial de los docentes, sino por el contrario, de medios que van a ayudar a la educación a dar el salto que estaba necesitando para desplegar tantos los aprendizajes fundamentales como las distintas habilidades”.
¿Y la salud mental de los niños?
Pareciera que en el contexto de pandemia, a las instituciones educativas les urge enviar plataformas, contenidos, información de ida y vuelta para paliar la ausencia y el “vacío” que la suspensión de clases dejó en las aulas. Y los padres, en la vorágine de un día a día que perdió toda lógica, muchas veces se ven “subidos a una ola” a la que no saben cómo llegaron y de la que -creen- no pueden bajar.
¿Y qué pasa si un día no se hace la tarea? ¿Cómo se reemplaza la falta de recreos y de risas con amigos? ¿Es que nadie está pensando en eso?
“Buscando la etimología de la palabra ‘escuela’ encontré que deriva del griego ‘scholé’, que significa ocio, tiempo libre, estudio. Esto es así porque para los griegos el aprendizaje estaba relacionado con la idea de entretenimiento. Entonces uno se podría preguntar qué nos pasó en el medio”. Así comenzó a analizar el psicoanalista Nicolás Giancaspro (MN 64640) la arista que nadie parece estar viendo en este asunto. Para él, “la sociedad en general no se detuvo, y la escuela no escapó a esta lógica: todos a trabajar y sobre todo los chicos. Continuidad pedagógica es el nombre que se le asignó a esta estrategia en la que parece que prima la idea de que no se puede perder tiempo”.
En la misma línea, la médica pediatra y psicoanalista Felisa Lambersky de Widder (MN 30747) se preguntó “en qué lugar se ubica en este eslabón la salud mental de los niños”. “Sabemos que una parte importante del proceso educativo y de aprendizaje se transmite con amor y se recibe por amor, entonces, ¿tendremos que trabajar sobre el ‘amor a distancia’, ‘el amor virtual?’”, cuestionó la miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y especialista en niños y adolescentes.
Para Giancaspro, “la escuela irrumpió en los hogares produciendo todo lo contrario a lo que intenta hacer. La continuidad pedagógica se realiza descontextualizada, se sostienen las técnicas y modalidades de cuando se estaba en el aula y viéndose las caras como si nada hubiese pasado, como si no se estuviera aprendiendo que hay distintas técnicas, formas de enseñar y de aprender”. “Aprendemos a distancia, pero con las mismas técnicas. Si pudimos cambiar el medio podemos cambiar el resto”, consideró.
“El concepto de homeschooling se gestó de repente en medio de la angustia y el miedo que sienten muchos o casi todos los niños ante este extraterrestre enemigo invasor. Creo que en momentos tan críticos, si bien es importante la transmisión de conocimientos, si podemos hablar del amor, la solidaridad y cómo aprender a ser contenedores y solidarios en familia y en la escuela la virulencia del terror podría ser una batalla ganada en una guerra”, finalizó Lambersky de Widder.
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