—¿Qué es lo que tiene en la cara? ¿Una teta?
El diálogo -más bien la pregunta de una mujer frente al televisor y la cara de meme que pone su pareja- sucede mientras miran un noticiero, ya de noche. Sobre el asfalto y frente a un micrófono envuelto y estirado, habla una joven que se anotó como voluntaria para ayudar a la señora mayor que está unos pisos más arriba, en bata, saludando a cámara desde el balcón. No es la historia optimista lo que deja hipnotizada a la pareja frente a la pantalla: es la cara de la voluntaria, en primer plano, que se hizo un tapaboca con la taza de un corpiño y, por eso, parece que tiene una teta en la cara.
Como la voluntaria del noticiero que destripó el suyo, muchas le encontraron un nuevo uso a los viejos corpiños. También lo hizo Nicole Neumann, que grabó un tutorial enseñando a hacer un tapaboca con un corpiño entero, rojo y con aros con el que sería fascinante verla en la verdulería. Lo cierto es que el corpiño cumple hoy 40 días en pausa: sólo un respiro para algunas, la gesta del abandono definitivo para otras. Es que, al no tener que interactuar en público, muchas dejaron de ponérselos y abrieron un signo de interrogación sobre un hábito que nunca habían cuestionado.
¿Por qué lo uso? ¿Lo elijo o lo hago en automático? ¿Era cierto eso de que "si no lo usás se te caen” o es que el corpiño le da al busto la forma “correcta”? ¿”Correcta” según quién? ¿De dónde viene el corpiño? ¿Qué nos pasa en la calle cuando se notan los pezones? ¿Voy a volver a usarlo cuando todo pase o voy a abandonarlo para siempre?
Daiana Luque tiene 22 años, estudia Diseño Gráfico, vive en Posadas y no es, digamos, una influencer: tiene apenas 400 seguidores en Twitter. Pero una simple observación mostró que no es la única que dejó de usar corpiño en la cuarentena y ahora lo contempla como se mira a unas botas con flecos: “Che, se acuerdan del corpiño, jaja. Cada cosa ocupábamos” tuiteó, recostada en su cama mientras lo miraba, vertical y vacío, colgado de la puerta del placard. El tuit tiene 36.100 likes y fue compartido 8.300 veces.
“Antes de cuestionarme el uso del corpiño me cuestioné la depilación”, cuenta Daiana a Infobae desde Misiones. “Por el aislamiento estuve casi tres semanas sin depilarme nada, mucho más tiempo que el que dejaba pasar antes de la cuarentena, y me pregunté por qué: lo que entendí es que me depilo mucho más por cómo me ven los otros que por un deseo propio”.
Después abrió el mismo signo de pregunta sobre el uso del corpiño, que dejó de usar al inicio de la cuarentena: “Me resulta mil veces más cómodo no usarlo, así que evidentemente es una presión social, supongo que es para que no se note la forma natural. No creo que deje de depilarme cuando todo vuelva a la normalidad pero creo que con el corpiño abandono totalmente”.
Sofía Zelaya tiene 37 años y hace poco más de una semana comentó otro tuit que dice: “¿Se acuerdan de LOS CORPIÑOS?” y tiene casi 15.000 likes. “Es el ejemplo que se me ocurre cuando dicen ‘de la cuarentena no salimos iguales’... yo al corpiño no vuelvo y si seguimos un mes más así, al jean tampoco”.
“Tengo sobrepeso y siempre me costó comprar ropa, también ropa interior. Las marcas conocidas o de moda tenían hasta el talle 95 y a mí me apretaban hasta el alma. Sacarme el corpiño siempre fue el momento máximo del día, de alivio. Poder sacarme eso que me había estado apretando todo el día: oprimiendo las tetas, la espalda, la respiración”, cuenta ella a Infobae.
Sofía no tiene “mucha teta” pero había creído en algo que se repite: “Que si no usabas corpiño el músculo se atrofiaba con el tiempo, que si no contenías el peso a la larga era nocivo para el cuerpo, para tu salud”. Pero la llegada del feminismo a su vida -cuenta- la llevó a hacerse nuevas preguntas:
“Leyendo a ginecólogas feministas en las redes llegué a la conclusión de que, en lo relativo al tejido, el corpiño no tiene razón de ser en la mayoría de los casos. Entonces empecé a pensar: si desde la salud no tiene razón de ser, es cultural. Es para que las tetas encajen en el formato de las tetas paradas, redondas, lo que se ve en la tele, en el porno, en las revistas”.
No sólo para encajar -piensa- sino para tapar “porque la cultura nos dice que si andás sin corpiño por calle y se te ven los pezones, es tu culpa si te dicen algo, si te pasa algo, ‘porque vos lo provocaste’. Creo que en la cuarentena todos estamos más liberados, no tenemos la mirada del otro encima. Por eso tantas salieron a contar que habían dejado de usar corpiño y se dieron cuenta de que soportamos esa incomodidad por la mirada del afuera”.
¿De dónde viene el corpiño?
Ana Torrejón es periodista y directora editorial de la revista de moda L’Officiel Argentina. Además, dirigió las revistas “Claudia”, “Elle” y “Harpers Bazaar”. "¿De dónde viene el uso del corpiño?”, es la pregunta disparadora.
“Pensemos en la evolución desde el siglo 17 hasta el 19 y podemos ver cómo las elites preparaban la idea del formato en el que debía entrar el cuerpo y el indumento, es decir, las piezas y adornos que definían ese acuerdo. En la película María Antonieta, por ejemplo, se puede ver cómo se intervenía el cuerpo a partir de determinados adminículos, algunos constrictores y otros liberadores. Entre ellos existió el corset, que era de cuerpo entero, tan ajustado que podía someter al desmayo. También existía la voluntad de que ese tipo de mujeres tuviesen pies pequeños, algo que las invalidaba, porque caminaban tambaleándose”, explica.
Exhibir los pechos de una manera turgente y voluminosa mostraba fecundidad, lo mismo que dimensionar las caderas con el miriñaque (un armazón circular de tela rígida con ballenas, de aros de metal o mimbre). Eran artefactos muy aparatosos, difíciles de acarrear e higienizar por lo que, después de la revolución industrial, se simplificaron.
“Si ves un miriñaque vas a ver el fastidio y el sometimiento que implicaba. No se podía comer, se necesitaban dos personas para ajustarlo. El corpiño y la bombacha son la evolución del corset, del miriñaque y de otros adminículos”, explica Torrejón. El proceso evolutivo siguió y la revolución feminista en la década del 60 identificó al corpiño como una herramienta de dominación.
“Todos los días hacemos un montón de cosas que van de adentro hacia afuera: nos bañamos, decidimos si nos queremos perfumar o no, elegimos algo que nos va a servir para vincularnos con los demás fuera de nuestro hábitat. En esta situación de confinamiento estamos mucho más tiempo en la estructura de nuestros hogares, donde hay otras maneras de percibirse. Hay muchas cosas que no estamos usando, por lo que estamos viendo si usar corpiño era un deseo que teníamos o lo que estábamos haciendo era responder automáticamente a una enseñanza, una presión o una regla”, reflexiona.
“Creo que hoy están dadas las condiciones para construir otra percepción de las personas conforme a la libertad con la que quieren expresarse. El corpiño no tiene por qué ser condición sine qua non para armar un cuerpo a la hora de presentarse en sociedad. También creo que hay quienes necesitan determinados elementos para la construcción de su identidad -corpiño, maquillaje u otros elementos de la moda- y me parece perfectamente válido”. Y es que no hay algo que esté bien y algo que esté mal: no es mejor ni buena feminista quien quiere dejar de usarlo y mala la que no. Y es probable que no tengan la misma mirada sobre el uso del corpiño una mujer a la que le hayan extirpado las mamas tras un cáncer, por ejemplo, o una mujer trans o travesti, que tal vez deseó usar corpiño desde la infancia.
“Creo que si queremos construir una buena vida tenemos que ser capaces de entender que hay deseos que no necesariamente son los mismos para todas las personas. Estamos reflexionando sobre lo que, por default nos era impuesto. Me parece que en esta cuarta ola del feminismo tenemos que revisar estos mandatos y ver si nos son funcionales o no”. Esto es: se puede reflexionar sobre la imposición cultural de la depilación y seguir depilándose, claro, si hacerlo es la herramienta para construirnos como queremos.
La nueva normalidad
Magdalena Darchuk tiene 24 años y es de Santiago del Estero. La cuarentena la pasó con su novio y el hermano de él, no usó corpiño un solo día, aunque es la mayor de cuatro hermanas y fue criada con todas las reglas del “cómo ser mujer”: a qué edad ya hay que usar un primer corpiño, qué mostrar y qué tapar, a qué edad hay que empezar a depilarse.
“Me he dado cuenta de que tenemos inculcado eso nosotras mismas. No tenemos que estar esperando que la sociedad nos diga qué ‘está bien’ o qué ‘está mal’’. La imagen de mí misma cambió durante el aislamiento, el cuerpo se ve distinto sin corpiño y esta es una manera de aceptarme como soy, sin agregados. No creo que me vuelva a poner corpiño después de esto”.
Ana Moyano tiene 40 años y es madre de dos hijos. Contesta sin dudar frente a la primera consulta de Infobae: usa corpiño porque quiere y porque le resulta más cómodo. Pero al día siguiente vuelve a escribir: “Me quedé recalculando. Y me interpelé sobre si realmente el tema del corpiño pasa solo por una cuestión de comodidad física o de comodidad con la mirada de los demás. Me encontré pensando que si en estos días ando sin corpiño en casa y me siento tan cómoda, los días que trabaje en la oficina puedo perfectamente no usarlo también. ¿Me animaré a llevar mis lolas sin el corpiño opresor cuando vuelva a la ofi? Veremos”.
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