Ante la aparición y la propagación fulminante del coronavirus, el mundo se puso en guardia. Los intentos para combatir el virus y para reducir el número de muertes se multiplicaron. La investigación científica, la medicina y la tecnología (avanzadas, sofisticadas, complejas) siguen buscando la solución. Cada uno de esos aportes debidos a la modernidad son celebrados. Sin embargo, el mundo debió ser parado, inmovilizado. La reclusión fue la norma que se impuso en cualquier geografía. No permitirle al virus pasar de persona en persona. O, al menos, complicarle la tarea y hacer más lentos los contagios. Las mayorías de las medidas, los métodos que se comprobaron más eficaces para conseguirlo tienen poco de novedosos. Fueron utilizados un siglo atrás para combatir la Pandemia de Gripe de 1918.
Durante más de medio siglo, la historiografía ignoró esa pandemia, la de la llamada Gripe Española. La Primera Guerra Mundial absorbió toda la narrativa sobre esos años. Ese virus produjo entre 50 y 100 millones de muertes, multiplicando varias veces el número de decesos ocasionados por la Gran Guerra.
La Gripe Española se desató a principios de 1918 y en tres olas (la segunda, entre septiembre y diciembre de ese año -13 semanas pavorosas- fue la más letal) duró hasta 1920 y llegó hasta los rincones más alejados del planeta. Fue un evento global antes de que se creyera posible la globalidad. Afectó a todas las regiones.
Ese virus, como el actual, era altamente contagioso y se complicaba con una neumonía. Las similitudes no terminan ahí. Ambos producen enfermedades respiratorias, se transmiten por la saliva, por las manos, permanecen en superficies. Sin embargo, algunas diferencias hacen que las esperanzas para el éxito en su combate sean mayores. El de la gripe que se desató en 1918 atacaba a niños, jóvenes y ancianos por igual. Los gráficos que ilustraban la edad de incidencia tenían forma de W. Picos en los más chicos, entre los 20 y los 40, y después de los 60. El coronavirus se ensaña, especialmente, con los mayores de 70. Tal vez el mundo, por estos días, esté menospreciando la importante tranquilidad que brinda saber que los niños, en su generalidad, no son población de alto riesgo.
Al contrario de lo que sucede en la actualidad con el COVID-19, la Gripe Española llegaba sin aviso a cada país tomando a todos desprevenidos e indefensos. Las comunicaciones eran lentas y el virus velocísimo. En la actualidad muchos países pudieron tomar algunas previsiones desde que la enfermedad se desató en China a fines del año pasado. Aunque eso no alcance a detenerlo, ayuda a morigerar sus consecuencias.
La medicina ha evolucionado de manera abrumadora en el último siglo. Las investigaciones en los laboratorios han logrado describir, en poco tiempo, a la perfección al virus y sus mutaciones: se conoce mucho mejor al enemigo. Los antibióticos y retrovirales, los aparatos de diagnóstico por imágenes, el equipamiento sofisticado, los respiradores artificiales, los tests, las estadísticas públicas. Todo ello hace que las herramientas para enfrentarse a esta pandemia sean innumerables respecto a las de 100 años atrás y mucho más efectivas. Y, además, existe la esperanza latente pero realista de que aparezca la vacuna con una velocidad que era impensada décadas atrás en las que el desarrollo y las pruebas podían llegar a tardar casi 10 años.
Sin embargo las medidas que casi todos los países tomaron, algunos antes y otros después, las que se impusieron masivamente y se mostraron más afectivas, hasta que la ciencia logre la vacuna o el desarrollo de retrovirales, no difieren demasiado de lo que se dispuso un siglo atrás.
Como prueba de ello, sirve la foto de un cartel callejero rescatada de algún archivo italiano. En él, bajo el título catástrofe de Grippe, se enumeraban una serie de medidas y consejos destinados a la población para protegerse de la propagación del virus letal. Las principales eran:
"Evitar concurrir a los teatros, cines, conciertos y restaurantes.
No concurrir a bares y restaurantes.
Ir al trabajo, en lo posible, a pie: no tomar transporte público.
Reducir el contacto innecesario con otras personas.
Profundizar la higiene personal
No escupir en la calle
Erradicar el saludo habitual con apretón de manos.
Cambiar periódicamente el pañuelo en uso
Ventilar las habitaciones y dejar entrar el sol en las casas particulares
Quedarse en su casa apenas se perciba algún síntoma de enfermedad para evitar contagiar al resto de la población
Si se declara la enfermedad, pasar un tiempo lo suficientemente largo de convalecencia."
Aislamiento, cuarentena para el contagiado, distanciamiento social, evitar las aglomeraciones, lavarse las manos, evitar el contacto personal en los saludos, ventilar diariamente las viviendas.
102 años después los mismos consejos se repiten y se muestran como los más efectivos para enfrentar la pandemia.
Otros materiales gráficos ayudan a asociar ambas situaciones. Innumerables fotos de las ciudades durante la gripe española muestran a las personas moviéndose por los lugares públicos manteniendo distancia y con barbijos cubriendo sus bocas y narices. Esas fotos de 1918 y 1919 si no fuera por los largos vestidos y los trajes de tres piezas y los sombreros podrían confundirse con cualquiera de la actualidad. En una de las imágenes que acompaña esta nota se ve que en un retrato familiar hasta la mascota fue provista con un tapaboca. En otra, un lugar para espectáculos, una amplia sala, está acondicionada con camas para funcionar como hospital de campaña tal como sucede en tantos lugares en la actualidad.
La Gripe Española constituyó además de un episodio médico un importante fenómeno sociológico. Fue un hecho que atravesó y modificó familias y sociedades en todo el planeta.
Por alguna razón extraña, la historiografía durante más de medio siglo no se dedicó en profundidad a estudiarla. Recién hace 20 años comenzaron a publicarse varios trabajos que la analizan en profundidad. Muchos historiadores sostienen que el brote de gripe fue determinante en la resolución de la Primera Guerra Mundial. Así lo creyó agriamente, también, Erich Lunderdoff, el general que lideraba las tropas alemanes en la contienda. Pero la influencia de la Gripe Española en el mundo que le siguió no termina ahí. Tuvo incidencia en Gandhi (tuvo un contagio leve como también otro personaje que sería clave en los años siguientes como Franklin Delano Roosevelt) y en la India y su posterior liberación. También en el inicio del Apartheid sudafricano, llevó a Suiza al borde de una guerra civil e incidió en otros procesos políticos relevantes de la primera mitad del siglo veinte. No sólo la Gran Guerra diseñó el mundo moderno.
Los datos que se manejaban de esa pandemia se centraban en lo ocurrido en Europa Occidental y Estados Unidos. Allí los muertos se contaban por millones pero sólo con esa información la “imagen” de la pandemia estaba distorsionada. Faltaban la Unión Soviética, China, África, Sudamérica. Allí los estragos habían sido mayores. Y la tasa de mortalidad (muy) superior. En esos sitios la situación fue catastrófica.
Si bien Europa estaba en guerra y las condiciones no eran las ideales para evitar la propagación de contagios, la letalidad del virus en sus tierras fue menor que en otras latitudes. En India se desató un desastre de varios meses de duración. 19 millones de muertes. Pero también castigó en Oceanía donde arrasó con el 80 % de las poblaciones samoanas o en Alaska. No distinguía geografías ni climas. Sin embargo, en los lugares más pobres, con mayores necesidades materiales, los estragos fueron muy superiores. Ya sea por la falta de atención médica, por la mala alimentación que debilitaba los sistemas inmunológicos, por la escasa higiene o porque las condiciones de aislamiento (y la necesidad de su comunicación) se tornaban imposibles, los muertos se multiplicaron exponencialmente respecto a las zonas más desarrolladas. En estas enfermedades en que el aislamiento es la norma de prevención más adecuada y eficaz, las zonas de mayor pobreza son las que se ven más perjudicadas y vulnerables.
Tal vez la principal consecuencia de la Pandemia de Gripe de 1918 fue la instalación de la idea de Salud Pública y de la implementación de programas médicos por parte de los estados modernos. Si bien en Estados Unidos esa implementación, y sin el acceso universal, se demoró casi una década, en el resto de los países europeos se materializó con velocidad. A través del establecimiento de ministerios o secretarias públicas, la salud pasó a ser por primera vez una cuestión de estado. Un asunto en que los países debían involucrarse y proporcionarle cuidado a sus ciudadanos y brindar acceso universal.
Eso ocurrió en cualquier sistema político. Sucedió tras la revolución en la Unión Soviética y también en los principales países europeos como Alemania, Francia y hasta en Inglaterra. Un ejemplo: al principio (y eso significa cuando la pandemia se esparció en cada lugar) los casos eran atendidos de a uno, como si fueran individualidades y como si se tratara de una desgraciada coincidencia que todos estuvieron enfermos a la vez. Faltaba una coordinación pública, medidas en conjunto, campañas de prevención (cuando estas llegaban era generalmente tarde).
Los países, en los años 20, hasta se convencieron que la organización de la salud pública debía coordinarse con sus vecinos. Ese fue otro aporte, otra enseñanza que dejó la Gripe Española.
Otro de los aportes fue el de instalar la concepción de los beneficios de la actividad física y del aire libre en la población. El encierro pasó a ser sinónimo de enfermedad. El sol a partir de allí fue valorado de otra manera.
La pregunta que a esta altura se hace evidente es que otras enseñanzas de la Pandemia de Gripe de 1918 no fueron escuchadas o vislumbradas a tiempo. La medicina con sus notables avances hizo que aquellos que no son especialistas subestimaron la posibilidad de que una nueva pandemia asolara a la humanidad. Eso era terreno de la ciencia ficción y de las películas catástrofe.
Posiblemente la otra gran enseñanza de la Gripe Española es que las pandemias pueden ocurrir sin importar el nivel de desarrollo que alcancen las sociedades, que se debe prevenir sin sobreestimar nuestra capacidad de respuesta. Ojalá la lección sea escuchada.
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