Adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno. Siempre me gustó ese tango pero nunca lo sentí tan propio. Ahora es viernes y estoy en una habitación de hotel en el barrio de Retiro, en Buenos Aires. La comida llega cuatro veces por día en horario puntual. Alguien toca la puerta del otro lado de la habitación y deja sobre una bandeja el desayuno, luego el almuerzo, la merienda y la cena. Casi no veo a los voluntarios que se ocupan de que nuestro aislamiento sea total y ameno a la vez, mientras dejamos correr los días a la espera de confirmar que no tenemos el virus.
A veces me pongo a escuchar tangos. Cada cual, en cada habitación, tendrá sus propios rituales de autobienvenida. Yo llegué en la noche del lunes, bajo el burlón mirar de las estrellas. Ese mismo día a la mañana salió el vuelo especial de Latam que repatrió a 228 argentinos, yo entre ellos. Dos días después, también de Cancún llegó otro avión de Aerolíneas Argentinas con 200 argentinos más. Estoy seguro de que ninguno de nosotros pensó nunca que iba a vivir esta película.
Tardé mucho es escribir sobre ese vuelo y lo hago a regañadientes porque yo, en mi pequeño universo gardeleano, pienso en lo diferente que debe ser escuchar esa misma letra sin haber vuelto todavía. Mi alegría por estar acá, indisimulable, es un poco burda.
En México, según los últimos relevamientos autogestionados por varados, hay todavía más de 1500 argentinos sin poder volver. La mayoría en Cancún y muchos otros en Ciudad de México, además de otro puntos del país. La situación se replica a lo largo del mundo: en España, Portugal, Estados Unidos… en todas partes hay colonias más grandes o más chicas de compatriotas desesperados. En lo personal, por haber participado del colectivo de varados en México, miro más hacia ahí, pero la angustia puebla todo el mapa.
Los datos oficiales de argentinos en México, manejados por el cónsul general Gabriel Serbetto, son un misterio. Infobae repetidas veces le pidió información sobre las listas de personas vulnerables, de pasajeros a la espera, y de los vuelos en camino, pero el diplomático se limitó a decir “casi no tengo tiempo para contestar”. Luego, directamente ignoró los muchos intentos de contacto de este periodista. Lo mismo hizo el cónsul en Cancún, que nunca devolvió siquiera el saludo. Su manejo de la información es cuestionable no solo porque se trata de funcionarios públicos al servicio de los argentinos (en teoría), sino porque ese secretismo es el que aviva los peores miedos entre varados: nadie sabe en qué lugar de la lista está, nadie sabe siquiera si son tenidos en cuenta o cuántas personas antes deben volver para que ellos consigan un pasaje.
Se informa permanentemente que los vuelos se arman siguiendo recomendaciones del consulado pero nadie da un documento que lo conste, ni una palabra, ni una explicación. Si bien las aerolíneas priorizan a los vulnerables y arman las listas para que salgan primero, ninguna me supo decir cuántos quedan ni en qué condiciones. Están calculando ese número, y esperan sacar a todos lo antes posible, pero aún hoy no se le puede responder a la gente cuántos hay en la lista.
La buena noticia para quienes están en México, confirmado por Cancillería, es que la próxima semana habrá un nuevo vuelo de Latam (el 25) y otro de Aerolíneas Argentinas (el 22), y existe una posibilidad de que vuele Copa Airlines también (el 21), que tiene otros cientos de varados con pasaje y sin respuesta. Quedan muchos más de Aeroméxico y Avianca que todavía siguen en el limbo. Es probable que tengan que comprar otro pasaje. ¿Para cuándo? Difícil precisar. Según las palabras del canciller Felipe Solá, los que están en América Latina debieran volver todos a la Argentina para la primera semana de mayo. Los del resto del mundo no tienen siquiera esa precisión. En los próximos días habrá un vuelo de Aerolíneas desde Miami y hoy viernes sale uno de Latam desde Sidney, Australia.
Algunas personas en España creen que tendrán que estar hasta julio fuera del país. ¿Es posible? Si bien al Ministerio de Salud le asusta escuchar hablar de España o Italia, hay un punto en que habrá que enfrentar esos miedos. En algún punto habría que decidir enfrentar esa amenaza. ¿Esto es que vuelvan todos de golpe y exponer al sistema de salud? Tal vez no, pero sí asumir que el problema de los varados no es un conflicto menor golpeando a gente que no sufre. Es lo mismo que viven todos acá pero sin la contención de la patria, sin acceso a la salud pública y sin respuestas a nada.
No faltará quién diga que me desdigo. No es necesariamente cierto pero no puedo ocultar que es más fácil hablar de la espera sin haber esperado, como lo hice en su momento, que hablar de ella después. Entonces tenía la idea de la paciencia y el concepto de la espera. Hoy tengo la experiencia. De pronto pasan 20 días sin información, un mes, y el tiempo se carga de dolor. No es momento de comparar sufrimientos. La realidad es siempre más cruda que las ideas. Y la realidad es que hay gente pasándola verdaderamente mal.
Vuelvo hacia atrás. Ahora estoy en el aeropuerto de Cancún a las 5 de la mañana del lunes 13 de abril. Nadie puede entrar al aeropuerto hasta las 6, cuando comienzan los múltiples check in: primero pasamos por un escritorio donde nos dan para firmar dos declaraciones juradas (una del Ministerio de Salud y una de Migraciones). Después pasamos por el control sanitario: dos personas enfundadas en traje protector celeste con casco y máscara nos hacen preguntas de salud. Una vez terminado, hacemos el check in tradicional. Luego, al embarque.
Primero pasamos por una máquina que mide la temperatura, después por migraciones, y finalmente llegamos a la puerta 62, desde donde saldrá el vuelo. Hay parejas, personas solas, familias con chicos muy chicos, familias con adolescentes, de todo. El embarque es fila por fila, desde el fondo hacia adelante del avión.
“Para nosotros es muy especial poder recibirlos a bordo en este vuelo autorizado por el Estado argentino, que ha permitido la repatriación de pasajeros de manera muy puntual y limitada. Por suerte hoy tenemos la posibilidad de llevarlos a sus casas, pero sabemos que todavía quedan muchos argentinos que necesitan volver, por lo que quiero que sepan que Latam seguirá trabajando junto con las autoridades para realizar la mayor cantidad de vuelos posibles”, dijo el capitán del vuelo antes del despegue.
Toda la tripulación estaba compuesta por empleados de la compañía que se ofrecieron de manera voluntaria a participar. Dada la pandemia, nadie está obligado a volar, por lo que cada uno de los trabajadores presentes en la aeronave decidió exponerse para poder llevar a cabo el vuelo. Lo mismo sucede en cada vuelo de Aerolíneas Argentinas: los tripulantes son voluntarios.
No es un dato menor: en un tiempo en que el gran porcentaje de la gente ve con malos ojos a quienes llegan del exterior, algunos deciden ir a buscarlos más allá del riesgo. El presidente Alberto Fernández habló de una guerra contra un enemigo invisible. En esa lógica, y aunque cada pasaje haya pagado su ticket, estos son vuelos de rescate. Y en el mismo sentido, no es extraño sentir la culpa del sobreviviente apenas se pisa el país al que tan desesperadamente se quiso volver.
Primero bajaron de avión los pasajeros con domicilio en Provincia de Buenos Aires y el interior del país. Conformaban cerca del 80% de los que estaban en el avión. En grupos, según de qué provincia fueran, se los dirigió a diferentes micros que los irían distribuyendo. Por ejemplo: un ómnibus cargaba a la gente de Rosario, Córdoba y Salta para dejarlos en sus provincias. Otro fue llevando a los de zona norte de la Provincia de Buenos Aires.
Recién después bajamos del avión los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires. A diferencia de los del interior, nos llevaron a una sala de registro donde voluntarios y empleados de la Ciudad nos explicaron con extrema amabilidad el protocolo a seguir. Debíamos dar algunos datos y nos llevarían a un hotel en dos micros. Antes, ya habíamos pasado por otro escáner que toma la temperatura. Ninguno presentó fiebre o síntomas. Entonces sí, subimos a los micros en la noche y partimos de Ezeiza a Buenos Aires.
Menos de una hora después estábamos todos en el hotel Feirs Park de Retiro. La asignación es azarosa: nos tocó este hotel porque el día anterior se había vaciado de argentinos provenientes de Alemania, que ya habían cumplido su aislamiento.
Respetando la distancia, cada uno fue haciendo su registro. Luego al ascensor, que era desinfectado tras cada viaje. Todos los voluntarios en el hotel vestían el mismo traje protector celeste. No era una manera de pintar la bandera de la patria en sus cuerpos, pero lo parecía. Las luces de Buenos Aires convertían todo en una escena de romance antes que de apocalipsis. Las mismas luces que alumbraron con sus pálidos reflejos nuestra salida, allá por febrero en mi caso, ahora alumbraban nuestra entrada… Bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia nos vieron volver.
Desde este hotel porteño, quienes estamos de regreso somos los responsables de que esa indiferencia no se vuelque hacia quienes aún queda afuera del país.
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