“Hace unos días tuve que salir a comprar y escuché en un comercio alguien que decía: ‘Ahora las maestras la pasan bomba, todo el día detrás de la computadora; sin hacer nada’”. Esas palabras dolieron a Roxana Fuente, directora del Jardín Nº8 “El Principito” del barrio General Lamadrid, en Lomas de Zamora. El jardincito de La Salada, que dirige desde hace 8 años, ocupa sus días: trabaja casi sin descanso pensando no solo cómo motivar a los pequeños alumnos sino a sus padres porque, como asegura, “todo esto se trata de un trabajo en equipo, con toda la comunidad”.
Lo hace acompañada por el cuerpo docente con el que desde el inicio de la cuarentena preventiva y obligatoria —al igual que los del resto del país— trabajan de manera virtual para que las niñas y niños de entre 3 y 5 años no pierdan la cotidianidad de las actividades y además idean métodos de comunicación para que los pequeños no olviden las caras de sus maestras ni la de sus compañeritos.
A las actividades recomendadas por el Ministerio de Educación y adaptadas en cuadernillos para la continuidad escolar desde las casas, las maestras del “El Principito” debieron readaptarlas por la realidad que tiene cada familia en el interior de sus hogares.
Fue en el feedback logrado cuando supieron que las carencias económicas en las que viven sus alumnos, en algunos casos, las exigía un poco.
Roxana Fuente y las maestras del Jardín Nº 8, “El Principito”, de La Salada dan clases virtuales a 300 niñas y niños.
La vocación de las docentes de La Salada: clases virtuales, cuentos en video para la hora de dormir y contención a las familias
La feria de La Salada está cerrada desde hace casi un mes a causa de la cuarentena y el aislamiento social. Allí trabajan la mayoría de los vecinos de ese barrio y de ella salen sus ingresos. Muchos de los hijos de esos trabajadores fuera del sistema formal comen en las escuelas y jardines. Eso sucede con los niños del Jardín Nº 8, por eso las maestras también se ocupan de organizar la entrega de los bolsones de alimentos previsto por la Municipalidad de Lomas de Zamora tras la disposición de gobierno de Axel Kicillof.
“Nos ocupamos también de entregar la mercadería porque es importantísimo para las familias. La feria se cerró el 18 de marzo y no tienen sustento económico. Detrás del aula virtual hay un trabajo de vinculación y de emociones que, en este contexto, está constantemente acompañado por el trabajo de las maestras, que es realmente extraordinario”, asevera Roxana Fuente en diálogo con Infobae.
“Además de entregar los bolsones de alimentos tenemos que seguir con la continuidad pedagógica de los niños y debido a las condiciones de la escuela y la zona, dependemos de la cuenta del Facebook del jardín y de los grupos de WhatsApp con las familias. En nuestro caso no hay más plataformas virtuales que esas”, señala y aclara por qué la tarea que desempeñan las maestras de ese jardín va más allá del aula.
“Los chicos no tienen estimulación en la casa o no es la misma que pueden tener los nenes de un colegio del centro de Lomas de Zamora, porque además hay que hacer un trabajo muy arduo para concientizar a sus padres en que los chicos no tienen que ir a escuela solamente para pedir el bolsón de comida, sino hay que hacerles ver la importancia que tiene la educación en la vida de sus hijos", agrega, y dice que en este contexto se suma que los nenes tomaron apenas dos semanas de clases, y como son chiquitos había que buscar la manera para que no pierdan el vínculo con sus maestras.
La importancia de ese nexo también reside en que el jardín es el primer contacto social que tienen como personas. “Había que buscar métodos para revalorizar el vínculo con la maestra y ahora lo que estamos haciendo es una prueba de ensayo y error, como creo sucede en muchos otros lugares”, destaca.
“Además de entregar los bolsones de alimentos tenemos que seguir con la continuidad pedagógica de los niños”, cuenta Roxana Fuente a Infobae. En el jardín hay 10 salitas y 300 niñas y niños que hoy siguen las clases desde la cuenta de Facebook y los grupos de WhatsApp.
Las primeras actividades virtuales fueron lecturas de cuentos mediante videos grabados por las maestras. que fueron subidos al Facebook del jardín. “Les pedí a ellas que continúen con el contacto visual con los nenes y que los cuentos fueran contados cara a cara, no a través de un audio”, revela la directora, y cuenta que de esos cuentos a veces surgieron actividades que las familias compartieron en fotos para que todo el jardín viera cómo trabajan en sus casas. Pero esas fotos también develaron otras cosas.
“Cuando empezaron a llegarnos las fotos, nos dimos cuenta de que había chicos que no tenían mesas en las casas, que en un cuarto viven varias personas y que nosotras les estábamos pidiendo hacer tareas con elementos de librerías mientras algunos de ellos están dependiendo de un bolsón de comida… Entonces empezamos a manejar las cosas acordes a esas necesidades, cambiando sobre la marcha algunas de las actividades que nos mandó la Provincia en los cuadernillos, que están muy buenos, pero que tuvimos que re adaptarlas a la realidad de los chicos porque algunos comparten pieza con siete personas, muchos son de familias de costureros y la única superficie que tienen para apoyar un cuaderno son las máquinas de coser de sus padres. Entonces buscamos cosas que puedan hacer sobre una caja de cartón, por ejemplo”.
Las actividades son diarias y el trabajo para mantener los vínculos constantes. A veces la tarea es dibujar, otras cortar un papel y darle otra forma, otras hacer manos con cartones y pintarles las uñas... Por las noches llegan los cuentos en video para que los chicos —muchos viven en hogares donde no existe la costumbre de leerles antes de que duerman— y sus familias los compartan. De ellos pueden salir actividades escolares, como dibujar algo que les recuerden lo que escucharon.
Esto sucede todos los días y, en muchos casos, trasciende a los niños. “Estamos viendo que hay madres adolescentes, que tienen 16 o 17 años con hijos de 3 o 4 y que volvieron a jugar jugando con ellos y que disfrutan al hacer esas tareas porque ellas quizás no jugaron a esa edad o tuvieron una infancia muy dura”.
Así, la participación familiar es completa y no solo en el caso de los niños sino que también se suman las familias de las docentes. “La semana pasada una maestra propuso hacer una representación de Caperucita Roja, grabó un video y lo mandó... Para mi sorpresa y alegría veo que detrás de una planta sale el marido de ella disfrazado de lobo feroz —se ríe, y emocionada sigue— ¡Esto es lo que se hace! Esto es un trabajo en equipo, esto es algo comunitario y estamos teniendo muy buenas respuestas”, reconoce Roxana.
Pero el trabajo de vinculación con las familias no es nuevo. Ya lo implementan desde hace 7 años porque de esa manera ayudan a las madres y los padres de esos niños a derribar prejuicios y a sanar heridas viejas.
“Cuando empezás a vincularlas con sus hijos mediante talleres, cuando las invitás a jugar al jardín, te das cuenta de que muchas madres todavía son nenas, que tuvieron una vida muy dura, y que después de ese trabajo comienzan a desarrollar ese vínculo con sus hijos y a darse cuenta de que está bueno eso de ser madres, de tener un hijo y una responsabilidad. Y además de reconocerse como madres tienen que aprender a verse como personas que no tuvieron las mismas posibilidades que otras de su misma edad que ya están desarrollando una carrera. Y tanto esas mujeres como esos hombres tienen que dejar de vivir con los estigmas que los acompañaron todo su vida de ser siempre 'los que viven de los planes’... Son personas que no tuvieron ni tienen una vida fácil”.
Un grupo de madres confeccionó barbijos que fueron donados a la Delegación municipal de Lamadrid y al personal de los comedores.
Roxana es docente desde hace 30 años y durante estas tres décadas, cuenta, “pasé por todos los estratos sociales en la educación: desde un colegio bilingüe donde se pagaba en dólares, a un refugio de madres solteras, después estuve 20 años en el Estado y cuando ya tenía que estar más cómoda, me propusieron estar al frente de este jardín. Acepté el desafío y hoy puedo asegurar que este es el lugar donde quiero estar”.
El feedback y la relación que forma con las familias cuando logra pasar las barrera de la desconfianza que tienen con los docentes es extraordinaria. “Les es natural desconfiar, pero aunque nadie lo crea, cuando pasan esa barrera crean un vínculo muy fuerte", reconoce y asegura que ayudando a esos padres y madres a “arreglar eso que les duele, ayudas al chico para que no pase por lo mismo y creas un vínculo con ellos también”.
En La Salada viven mayormente comunidades de ciudadanos de origen boliviano, paraguayo y peruanos que tienen sus diferencias culturares como conservar la lengua aymará —lengua nativa en Perú y Bolivia— o no hablarles a sus hijos más pequeños porque ellos no les entienden. Para contrarrestar eso, las maestras encontraron un espacio de vinculación: “Hicimos una feria de colectividades para que entre todos compartan las costumbres y comida de sus países nativos, y no solamente les gustó sino que se preparan para competir, y lo hacen muy bien”, confiesa.
La directora comenzará a preparar, junto a las maestras, las actividades que siguen en el programa escolar, verán qué necesitan sus alumnos y estarán atentas a las entregas de los bolsones de comida. Enviarán las tareas y consignas por los grupos de Whatsapp, subirán fotos de las actividades recibidas a la cuenta de Facebook y seguirán pensando cómo ayudarlos para que lleguen a las aulas de la escuela primaria con los conocimientos necesarios, esperando que los vínculos perduren y poder verlos egresar y seguir sus vidas académicas, al igual que lo hace cualquier niño.
"Aquí hay mucho trabajo que no se ve y que va más allá de lo que pasa en las aulas. Las madres se integran a la propuesta y en estos días, ademas de ayudar a sus hijos con las actividades, estuvieron confeccionando barbijos y tapabocas para donar. Este es el trabajo que hacemos todos los días con el objetivo de que tengan las mismas posibilidades que cualquier niño del país”, finaliza.
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