Mientras esperaba que los fideos terminaran de cocinarse y veía la última temporada de la serie Peaky Blinders en su casa de Avellaneda, con su perra acostada a sus pies, Rubén Alberto de la Torre -59 años, ladrón retirado, ex superbanda, 20 años preso- recibió en su WhatsApp un mensaje inesperado.
Escuchó el audio con ansiedad: “Querido Beto, todos estos años salí a los medios a matarte. Y vos un poco a mí. Creo que es hora de terminar con las diferencias. Espero que aceptes mis disculpas y que estés bien en medio de esta cuarentena. Abrazo. Marito”.
“'¡Ladrón del siglo! Ya pasó. Somos del mismo palo. Vamos para delante”, respondió de La Torre, y se levantó de la silla para picar cebolla y preparar la salsa.
El mensaje era de Luis Mario Vitette Sellanes, el llamado “Hombre del traje gris”, ex compañero de De la Torre en el robo al banco Río de Acassuso, ocurrido el 13 de enero de 2006.
El reencuentro, aunque haya sido virtual, no es menor. Los dos estaban distanciados. Vitette llamó “delator” en algunas entrevistas a su ex cómplice porque su ex esposa, Alicia Di Tullio, denunció a la banda. Y estaba al tanto del plan del robo porque “Beto”; como lo llama el hampa, se la presentó a sus compañeros mientras reacondicionaban la combi que usaron para escapar. Ella apareció con un plato de fideos para cada uno y Vitette se enojó porque en ese momento temió lo que terminó por suceder.
De la Torre no se quedó atrás: buscó sacarle méritos a su compañero, que tuvo el difícil rol de negociador.
El 12 de enero de 2006, el día anterior al robo del siglo, De la Torre, Vitette y otros cinco hombres pactaron no salir de sus casas. Debían concentrarse para el golpe de la mañana siguiente. Pasaron ese día encerrados. Más de 14 años y tres meses después, estos ladrones siguen encerrados como aquel día, pero otra razón. Ya no hay gran plan. Y ellos se encargaron de decir que no tienen el dinero que robaron, que se gastó o no está en su poder. Nunca se sabrá.
Pero la cuarentena los afectó a todos por igual. ¿Cómo la cumple cada miembro de la banda que hizo historia?
De ladrón a ciudadano “ejemplar”
“Ahora saben lo que es estar encerrado, ¿no?”, dice Rubén Alberto de la Torre. Cumple la cuarentena, según él a rajatabla, en su casa de Avellaneda. Ladrón retirado, “Beto”, como lo llaman en el hampa, fue miembro de la superbanda y de la banda del siglo. El fue el primero en entrar en el banco, con una peluca, un delantal y estetoscopio de médico.
En la cárcel, De la Torre era una celebridad. El día que este cronista lo visitó, la mujer de un preso le comentó que lo vio en la tele y le pidió un autógrafo. Otro detenido lo abrazó y le cebó mate. Incómodo por su fama, pidió que lo acompañara al patio. Sus compañeros lo saludaban con respeto. Para pasar el rato propuso un ejercicio cotidiano para los presos: caminar ida y vuelta de un lado a otro (al detenido le da la sensación de que transita distancias largas), con las manos en los bolsillos y la mirada al frente. Hablaba mientras caminaba a paso ligero, al llegar a una reja dio la media vuelta.
Ese preso que caminaba sin parar había protagonizado, en 1990, una fuga increíble de la cárcel de Viedma. Cuando el custodio fue al baño, cruzó el alambrado, corrió cinco kilómetros, nadó en un arroyo y al final huyó en bicicleta. Todo un triatlón delictivo.
-¿No violó la cuarentena en ningún momento?
-No. Y eso que fui experto en fugas. Pero cuando me fugaba de la cárcel el riesgo era para mí. Hacerlo ahora sería un riesgo social, tengo mucho respeto por la situación y me asusta. Si todo sale bien, voy a viajar a Corrientes a agradecerle al Gauchito Gil, mi santo.
-¿Cómo pasa sus días?
-Cocinando, jugando con mi perra, haciendo videollamadas, algo de ejercicio y mirando muchas series y películas. No te olvides que fui actor en El robo del siglo y en Un gallo para Esculapio.
-¿Qué serie está mirando?
-Mirá qué casualidad, estoy con La Casa de Papel.
-¿Está solo?
-Si. Tenía unas amigas, pero hay que respetar el aislamiento. Cueste lo que cueste.
-Muchas personas que nunca estuvieron presas ahora se sienten así por la prohibición de salir, más allá de que entienden que hay que quedarse en casa. ¿Qué les diría?
-Entiendo que hay gente que tiene que salir a hacer el mango porque tiene la billetera y la heladera vacía. Pero los que están cómodos, que traten de llevarla lo mejor posible y valoren. No es estar preso. ¿Sabés lo que es estar preso? Ni idea tienen. Es tener el corazón en la boca, ver morir a un compañero al lado tuyo, ver ratas todo el tiempo, dolores, maltratos de los guardias, perder la libertad es perder la vida. Esto de ahora, esta cuarentena, es como ser un preso vip. Cocino lo que quiero, cuando quiero, tengo alimento para unos días, después saldré a comprar algo, tengo una farmacia que envía a domicilio. Tengo ventilador, tele, estufa, me acuesto y me levanto a la hora que quiero. Esto es un lujo. Y eso que estoy solo.
-¿Nunca vivió algo así en la cárcel?
-Pasaron pestes por al lado mío, colera, tubercolosis, gripe A, pero tomaba agua de Olmos, que era cloro puro, y servía de antídoto. Pero algo así no lo viví nunca. Es un mal que nos está asustando a todos. Espero que encuentren una solución pronto.
-¿Habla con alguno de sus ex compañeros?
-Sí, en especial con Marito (Luis Mario Vitette Sellanes). Está preocupado por lo que pasa en la Argentina. Allá en Uruguay no hay cuarentena.
El único sin cuarentena
De la Torre está en lo cierto. Vitette pasa sus días en su casa junto a su esposa y su hijo, pero sale todas las tarde a atender en su joyería, pese a que por su edad, 65 años, podría quedarse en su hogar. “Pero aprovecho para trabajar, me hace bien”, dice el famoso ex ladrón, que goza del éxito de su libro “El ladrón del siglo”. “Mucha gente encerrada lo está leyendo, me la paso llamando a amigos argentinos para ver cómo están”, dice desde San José, Uruguay, el llamado “Hombre del Traje Gris”, por ahora fuera de la cuarentena y lejos del delito. Mientras sus compañeros están confinados, él puede salir a la calle. Es como una repetición de lo que ocurrió después del robo. Sus cómplices fueron a juicio y él arregló su situación procesal en un juicio abreviado.
“En Uruguay no hay cuarentena, pero igualmente no anda nadie en la calle. Ni los ladrones”, dice la cara visible y famosa del robo más impactante de la historia criminal argentina. En estos días habla con algunos de sus ex compañeros: De la Torre, Zalloechevarría, García Bolster. “Estamos limando asperezas y uniéndonos, hubo un teléfono descompuesto”, dice Vitette.
Vitette, de todos modos, pasa más tiempo en su casa que en la calle. Juega con su pequeño hijo de cuatro años, a quien le construyó una pista para sus autitos, mira televisión y con su mujer Elicet se ocupa de sus redes sociales.
No quiere volver a las páginas policiales. El delito le quitó más cosas de las que él le dio. Había aprendido, con los años, que cada tres botellas de champán que destapaba, equivalían a tres pedazos de pan duro en la cárcel. Luces y sombras. La gloria o el encierro.
En la banda reconocían que sin el uruguayo, el robo quizá no hubiese tenido tanto vuelo. Ël le imprimió su estilo irreverente y audaz. Había sido como el acróbata que protagoniza el salto mortal en el número más importante del circo. El goleador del equipo. El que tenía más mística y podía construir una leyenda. Vitette era como un personaje de Roberto Arlt: una especie de heredero del Rufián Melancólico de los Siete Locos. Capaz de negociar y burlar a 300 policías, manteniendo la calma aún con tres francotiradores apuntándole.
-Vitette, si a usted le prohibieran salir de su casa por cuestiones sanitarias, ¿lo respetaría o tendría el instinto de fuga que tiene la mayoría de los delincuentes?
-¿De los delincuentes? Todos los humanos lo tienen. No me fugaría, ni haría un túnel ni boquete. Hay que respetar un tema tan delicado como el de esta pandemia.
En su libro, Vitette habla de sus años voraces, con una fuga de película incluida: “Así empecé la vida que iba a llevar por años y años. Noche, droga, alcohol, robos. Todo lo que aprendí en el penal de Punta Carretas lo apliqué en Buenos Aires. Me dedicaba a robar mañana, tarde y noche. A veces caíamos, y en la comisaría era: «¿Cómo te llamás?». «Juancito.» Íbamos al juzgado y lloriqueábamos. Nos soltaban. No existía la informática. Era todo a lápiz y papel. Las huellas se comparaban con un lente de aumento, no con una computadora. Y caíamos a los dos días y vuelta a lloriquear: «Me llamo Pepito, por favor, mi papá…». Domicilio trucho y a la calle. Así junté un montón de antecedentes. Hasta que un día fuimos a Entre Ríos a robarle a un usurero de allá, frente al Casino. Le robamos medio millón de dólares, pero perdimos en una persecución y caímos presos. Nos agarraron a tiros, y fuimos todos presos a Colón”.
“De ahí, por seguridad, nos llevaron a Concepción del Uruguay y después, a Gualeguaychú, cárcel de extremistas de máxima seguridad. Me escapé un 4 de enero del 87 con ayuda. Crucé el río Uruguay. Nuevamente en mi país, me puse un traje, me cambié la ropa, fui con mi familia. En esa época, tenía una señora que se llamaba Patricia en la ciudad de Las Piedras. Pedí un poco de dinero en Uruguay y me hice un documento falso. En aquel momento, agarraba un documento robado y le hacía una ventanita con un cúter. Cortaba donde iba la foto, levantaba muy despacito la foto original con el mismo cúter o con una Gillette, le pegaba una foto mía y encima un contact, la volvía a plastificar. Entonces, la miraras por donde la miraras, quedaba original”.
El ideólogo, el ingeniero y el “abogado”
“No sale de su atelier, cumple la cuarentena como todos y sigue una rutina de gimnasia para no dejarse estar”, dijo un allegado a Fernando Araujo, el ideólogo del robo del siglo. Artífice además de la película protagonizada por Diego Peretti y Guillermo Francella, que fue vista por más de dos millones de personas. Araujo fue uno de los autores y lo más probable es que siga ligado al mundo del cine. Araujo es pintor, experto en artes marciales, ama los deportes de riesgo y fue el autor de la frase que la banda dejó en la bóveda antes de fugarse: “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”.
Por su parte, el hombre que ayudó a construir el dique en el túnel por donde se fugó la banda en dos gomones y diseñó la moderna herramienta que abría cajas de seguridad en segundos, también está encerrado en su casa. “No salgo a ningún lado, ni siquiera voy a mi taller de reparación de autos y motos”, dice Sebastián García Bolster, el “ingeniero” de la banda, alias El marciano.
“Siempre fui optimista, aun en estos tiempos de peste”, dice Bolster. Después de su detención por el robo, trató de sacar lo positivo hasta de las malas experiencias. Sobre su paso por la cárcel, decía que había sido un safari. Así como había millonarios que pagaban para pasear y cazar en la selva africana, él lo había vivido gratis. Hasta que cayó preso, lo que sabía de la cárcel lo había visto en la televisión o en las películas. Tuvo que aprender a vivir de nuevo, pero en un ambiente hostil, muy distinto a la zona arbolada y de casas de dos plantas donde había nacido. Si en su barrio despertaba con el sonido de los pájaros y podía asomarse por la ventana y oler a jazmín, en el pabellón carcelario olía a encierro y el ruido más común era el de las rejas que se cerraban. Por su aspecto y su clase social pudo haberla pasado mal. ¿Cómo reaccionarían en una bailanta de barrio si aparece un pibe de San Isidro que nunca tuvo necesidades? Pero él tuvo la suerte de caerles bien a sus compañeros: los ladrones de bancos son bien vistos, aunque él no podía considerarse un hombre del hampa. Además ayudó a sus compañeros, les hizo escritos, les dio clases y siempre trató de mantener la cabeza ocupada. Para no tener malos pensamientos.
A su llegada a la cárcel de Urdampilleta le sorprendió que lo hubieran calificado de alta peligrosidad. “Sabés que pasa, sos el único que me puede dar vuelta el penal”, le explicó el director de esa unidad penitenciaria. A veces, pensar puede ser un peligro. En la cárcel descubrió actos solidarios: había presos que dividían un pan entre cuatro. Para él era un mundo nuevo, pudo ver distintos tipos de tristezas. Se sentía sapo de otro pozo, no encajaba en la sordidez de la cárcel. Así las cosas, trataba de aconsejar a los más jóvenes. “Si ves que la puerta se cierra, no te quedés mirándola y lamentándote, focalizá en otra cosa. No mires más esa puerta”. Él buscaba evadirse del encierro a través de la lectura. Leyó “Cuentos para pensar” de Jorge Bucay, “Menos Prozac y más Platon”, “El filosofo y el lobo” y “La sociedad de la nieve”, que narra la caída del avión que llevaba a los rugbiers uruguayos. Se sintió muy identificado con ese libro porque él también estaba en un medio muy hostil, donde las cosas dejaban de valer o no valían nada. En la supervivencia, la plata no tenía valor y una lamparita podía ser cuestión de vida o muerte.
Ahora en su casa sigue leyendo y mira películas y series. Les gusta las de ciencia ficción.
Otro que pasa sus días confinado en su casa con jardín de Alejandro Korn es Julián Zalloechevarría, quien robó dos autos para usar en el robo y fue el chofer de la combi que esperó a la banda para huir a través de una alcantarilla.
“Zallo”, como le dicen, está encerrado con su novia. “Pensar que me la pasaba en la calle, pero desde hace un tiempo, incluso antes de la cuarentena, estaba mucho tiempo en casa. Sólo salía a ver a mi brujita o a algunos amigos. Ahora cada tanto hago algún asado, tomo mate con mi esposa, miramos películas, llamamos a nuestros amigos y familiares. Salí dos veces de compras, con guantes y barbijos. Pensar que he robado con guantes y máscara. Pero eran otros tiempos. Ahora ni los ladrones quieren salir a la calle. Todos estamos con arresto domiciliario, pero lo importante es que este virus desaparezca del mundo”, dice el ladrón retirado, que se recibió de abogado hace pocos meses pero por la cuarentena no pudo ejercer.
Del sexto miembro de la banda, el “ladrón fantasma” que nunca cayó (y sólo fue entrevistado por Infobae) se sabe que se encerró en su departamento en una zona alejada de Capital Federal. Extraña ir al cine con sus hijos, pero se entretiene con ellos jugando a los videojuegos o ayudándoles a hacer la tarea.
El negociador del Grupo Halcón, Miguel Sileo, cumple cuarentena en Necochea. “Extraño salir a correr, lo hacía todos los días, pero hay que quedarse en casa”, dice el hombre que enfrentó a Vitette durante el asalto.
Del séptimo miembro de la banda no se sabe casi nada. Si está vivo, muerto, preso o en cuarentena. Quizá algún día su historia salga a la luz.
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