Los países que tienen un programa de vacunación generalizado con la vacuna Bacillus Calmette-Guérin (BCG) tienen una tasa de mortalidad por coronavirus casi seis veces menor que las naciones que no lo usan, revela un estudio llevado a cabo por científicos de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health.
La vacuna BCG se inventó hace un siglo y proporciona inmunidad a la tuberculosis (TB), una infección bacteriana, pero se sabe que tiene otros beneficios. Ensayos anteriores descubrieron que las personas que reciben la vacuna tienen un sistema inmunológico mejorado y pueden protegerse de la infección. Por ejemplo, en un ensayo entre nativos americanos, la vacuna BCG en la infancia pudo ofrecer protección contra la TB hasta 60 años después de la vacunación.
Actualmente, la Organización Mundial de la Salud recomienda la vacunación con BCG a los recién nacidos en los países donde el riesgo anual de infección tuberculosa es alto. Al mismo tiempo no se impulsan las revacunaciones y se recuerda que la máxima prioridad de los programas de control son la detección y tratamiento efectivo de los casos.
La forma precisa en que esta vacuna duradera ayuda a defenderse de otras infecciones es relativamente desconocida, pero puede ser estimulando los mecanismos innatos del sistema inmunitario. Estos llamados efectos fuera del objetivo incluyen una mayor protección contra las enfermedades respiratorias, y han sido reconocidos por la OMS.
La vacuna de la BCG, que se aplica a los recién nacidos, puede ofrecer protección hasta los 60 años. Sin embargo, los científicos no tienen claro si los adultos que ya fueron inyectados como niños obtienen protección contra el SARS COV 2, porque aún faltan pruebas para comprobarlo.
Los expertos piensan que la razón por la cual la vacuna BCG actúa como un refuerzo inmunitario general es porque es una vacuna ‘viva’. Esto significa que está hecha con una versión debilitada del organismo que causa la tuberculosis.
Las vacunas generalmente aumentan las respuestas inmunitarias específicas de un patógeno dirigido, como los anticuerpos que se unen y neutralizan un tipo de virus pero no otros. Pero la BCG también puede aumentar la capacidad del sistema inmunitario para combatir los patógenos distintos de la bacteria de la tuberculosis, según estudios clínicos y de observación publicados durante varias décadas por los investigadores daneses Peter Aaby y Christine Stabell Benn.
“Aaby y Stabell Benn llegaron a la conclusión de que la BCG podría llegar a generar memoria en el sistema inmunitario innato y a provocar una respuesta frente algunas infecciones además de las formas graves de tuberculosis. Parecería -de acuerdo a estas hipótesis- que por estimular ciertas interleuquinas y citoquinas la vacuna tiene un potente efecto antiviral y podría tener alguna protección contra algunos virus como la gripe o el nuevo coronavirus”, aseguró en diálogo con este medio el doctor Francisco Nacinovich, jefe de infectología del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires y miembro de la comisión de vacunas de la SADI.
Los especialistas sostienen que la vacuna previene aproximadamente el 30% de las infecciones con cualquier patógeno conocido, incluidos los virus, en el primer año después de su administración. Sin embargo, los estudios publicados en este campo han sido criticados por su metodología; una revisión de 2014 ordenado por la Organización Mundial de la Salud concluyó que BCG parecía reducir la mortalidad general en los niños, pero calificó la confianza en los resultados como “muy baja”. Una revisión de 2016 fue un poco más positiva sobre los beneficios potenciales de BCG, pero dijo que se necesitaban ensayos aleatorios.
Desde entonces, la evidencia clínica se ha fortalecido y varios grupos han dado pasos importantes para investigar cómo el BCG generalmente puede estimular el sistema inmunológico. Mihai Netea, especialista en enfermedades infecciosas en el Centro Médico de la Universidad Radboud, descubrió que la vacuna puede desafiar el conocimiento de los libros de texto sobre cómo funciona la inmunidad.
Cuando un patógeno ingresa al cuerpo, los glóbulos blancos del brazo “innato” del sistema inmunitario lo atacan primero; pueden manejar hasta el 99% de las infecciones. Si estas células fallan, llaman al sistema inmunitario “adaptativo”, y las células T y las células B productoras de anticuerpos comienzan a dividirse para unirse a la lucha. La clave para esto es que ciertas células T o anticuerpos son específicos del patógeno; su presencia se amplifica más. Una vez que se elimina el patógeno, una pequeña porción de estas células específicas del patógeno se transforma en células de memoria que aceleran la producción de células T y B la próxima vez que el mismo patógeno ataque. Las vacunas se basan en este mecanismo de inmunidad.
Se suponía que el sistema inmune innato, compuesto por glóbulos blancos como los macrófagos, las células asesinas naturales y los neutrófilos, no tenía esa memoria. Pero el equipo de Netea descubrió que la BCG, que puede permanecer viva en la piel humana durante varios meses, desencadena no solo las células B y T con memoria específica de Mycobacterium, sino que también estimula las células sanguíneas innatas durante un período prolongado. “Inmunidad entrenada”, lo llaman Netea y sus colegas. En un estudio aleatorizado controlado con placebo publicado en 2018, el equipo demostró que la vacuna BCG protege contra la infección experimental con una forma debilitada del virus de la fiebre amarilla, que se usa como vacuna.
Según la Sociedad Argentina de Infectología, como modo de empleo alternativo de la BCG se recomienda en el tratamiento del cáncer de vejiga. En altas dosis, debido a la estimulación de las células T del epitelio vesical, para inducir consecuentemente el control de las lesiones neoplásicas epiteliales. También, existe evidencia de que la BCG ejerce un rol protector contra la Lepra.
“Las vacunas confieren inmunidad protectora que es la resistencia ante una infección específica que incluye los siguientes dos componentes: la producción de anticuerpos y de células T activadas y de memoria inmunológica que pueden persistir de por vida”, indicó consultada por Infobae la doctora Romina Mauas, médica infectóloga, coordinadora médica de Helios Salud (MN 100075).
“Esperamos que haya una reducción en la frecuencia y gravedad de los síntomas de la COVID-19 para el personal sanitario que se haya vacunado con BCG”, explicó Nigel Curtis, jefe de un equipo de investigadores australianos que probará a gran escala la vacuna contra la tuberculosis para comprobar si puede proteger al personal sanitario del coronavirus.
Para Peter Openshaw, profesor de medicina en el Imperial College de Londres, la vacuna BCG puede ser efectiva porque “el nivel de alerta permanece alto durante semanas o meses después de recibir la vacuna”. A su vez, “significa que es menos probable que contraiga infecciones durante ese período porque es más probable que el sistema inmunitario responda muy rápidamente si detecta un invasor extraño”.
¿Será la vacuna de la BCG un tratamiento posible para prevenir el coronavirus? Todavía no es posible saberlo. Sin embargo, un equipo de investigadores australianos anunció que ha decidido probar a gran escala una vacuna utilizada durante décadas contra la tuberculosis para comprobar si puede proteger al personal sanitario del coronavirus.
La prueba de esta vacuna, el BCG, se hará entre unos 4.000 trabajadores de hospitales australianos para verificar su capacidad de reducir los síntomas de la COVID-19, precisaron los investigadores del Instituto Murdoch en Melbourne.
“Aunque originalmente se desarrolló contra la tuberculosis y aún se administra a más de 130 millones de bebés cada año, el BCG también aumenta la capacidad inmunológica básica del organismo, ayudándolo a responder a los gérmenes con más fuerza”, precisaron estos investigadores en un comunicado.
En la búsqueda para encontrar una vacuna para prevenir el COVID-19, los científicos tienen como idea principal que el sistema inmunitario detecte el material y libere los anticuerpos para atacarlos, como funcionan las mayorías de las vacunas. Sin embargo, según pudo saber Infobae, los expertos de la salud todavía tienen reparo para hablar sobre tal hipótesis porque “hay consenso de que no hay suficiente evidencia científica que la avale”.
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