El amor fugitivo en los tiempos de pandemia se quedó sin lugar. La “industria del placer sexual” frenó a cero. Nadie puede tocar a nadie -excepto que vivan juntos- desde que el 20 de marzo el decreto del Gobierno estableció la cuarentena total. Y como tantos otros lugares comerciales, los hoteles alojamiento quedaron cerrados, inservibles, ante el aislamiento obligatorio.
Sin embargo, hay tres “telos” del partido de Hurlingham, en el oeste del conurbano bonaerense, que se encontraron con una forma de sobrevivir o de reciclarse, al menos mientras dure la emergencia: servirán para descomprimir la necesidad de camas durante la emergencia sanitaria que desató la crisis de la COVID-19.
La idea surgió de la necesidad. Como Hurlingham tenía pocas camas en hospitales y ninguna de hotelería tradicional, las autoridades municipales propusieron a los dueños de estos lugares usar las casi 80 plazas -que da la suma de estos tres establecimientos- para que los eventuales pacientes leves con coronavirus pudieran hacer la cuarentena allí.
Finalmente, después de una inspección del Ministerio de Salud bonaerense, decidieron que por cuestiones de seguridad de los pacientes se alojaran allí trabajadores de la salud que sean derivados para desempeñarse en el hospital que el Gobierno nacional levanta contrarreloj en esa ciudad, los obreros de esa construcción y unos 30 policías enviados como refuerzo a la zona para controlar el aislamiento obligatorio.
“Tenemos tres hoteles alojamiento en la colectora de Acceso Oeste. Y todos se pusieron a disposición”, contó a Infobae el intendente de Hurlingham Juan Zabaleta. Cuando el funcionario pasó la lista de estos lugares a Salud bonaerense desde la cartera que conduce Daniel Gollán dieron el ok con un asterisco: advirtieron que para acceder a las habitaciones solo había escaleras.
Mientras resolvían qué hacer, en el municipio encontraron un lugar de retiro espiritual de evangelistas con 130 camas y un gimnasio polideportivo, donde resolvieron la necesidad de camas para infectados no graves con coronavirus.
Pero la idea de los “telos”, esos espacios para la libertad de los cuerpos nacida a principios del siglo XX con la prohibición de los prostíbulos, no se esfumó con la imposibilidad. “Los vamos a usar para médicos que va a atender gente en cuarentena, policías, que se reforzó con 28 agentes, y los estamos usando para la gente que está haciendo la obra del hospital modular donde habrá 80 camas más, 30 de esas para terapia”, explicó Zabaleta.
Se trata de los hoteles Extreme, que tiene 20 habitaciones y va a hospedar a 30 obreros del hospital modular de Hurlingham; el Súmmum, con 22 camas, por ahora vacío pero a donde llegarán en los próximos días enfermeros y médicos que trabajarán en los lugares de aislamiento masivo para pacientes con COVID-19 leves; y el Full time, un alojamiento con 22 habitaciones que por ahora, dicen las autoridades municipales, queda de reserva.
En su web, el Súmmum se vende como un lugar de excelencia “con detalles de distinción para un momento especial”, el Full Time se ofrece con “cocina de autor”, seguridad privada y WiFi. El Extreme fue inaugurado en 1999 por Raúl Horacio Martínez, de 61 años. “Nací en un telo”, bromea el hombre, ya que sus padres fueron pioneros de este negocio en los años 40 en Capital Federal.
El acuerdo con el Municipio incluye, por parte del Estado comunal, la limpieza y la ropa blanca de cada “telo”. Además, en el Extreme, enviarán algunas camas cucheta. Los hoteles alojamiento aportarán el trabajo de sus empleados, exceptuados del decreto de aislamiento por ser un servicio esencial. Aunque Rodríguez advierte que “algunas mucamas no quieren venir, están con mucho miedo". Y se alivia de que no alojaran enfermos. “Yo además soy un paciente de riesgo”.
En la mente de Rodríguez sobrevuela el refrán aquel de “no hay mal que por bien no venga". Es que la industria del amor pasajero estaba pasando una crisis sin precedentes. “Los últimos cuatro años fue un desastre. Vacíos estábamos”, relata el propietario de este “telo”, que, según su página web, está “ubicado estratégicamente a pocos metros del Puente Santa Rosa en el Acceso Oeste”.
“Lo armé de cero en el 99. Dejé mi vida. Era un terreno solo. Y empecé a hacerlo de cero. Era un hotel bárbaro, tiene doble muro, equipo centrales y la decoración es de un hotel que no es un ‘telo’” remarca Rodríguez con la esperanza de poder tener unos meses mejores en medio del desastre de la pandemia.
“Antes de esto era un desastre, estaba mal la situación. Veníamos mal, no era rentable. Esto me ayuda para los gastos”, dice el hombre, orgulloso, además, de colaborar en la lucha contra el virus que tiene en vilo a la humanidad.
En principio, las partes acordaron un vínculo de 15 días. El Estado se hace cargo de los gastos y los hoteles ponen la infraestructura y los empleados. “La verdad que hay que poner el hombro entre todos. Ya el país estaba mal y ahora viene esto, es peor. Nunca me imaginé terminar así. Es una sorpresa total”, comentó Rodríguez, que por primera vez en su vida dejará de ver pasar parejas efímeras, amores pasajeros y los médicos y los obreros serán sus huéspedes. Quién sabe, fruto de compartir el techo y de la energía del lugar, no nazca una relación allí.
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