Hay trabajadoras y trabajadores que acumulan más días “en rojo” que días de cuarentena total: sus clientes habían empezado a cancelar antes, en algunos casos por temor al contagio, en otros por temor a gastar el dinero en servicios no esenciales. Tiene sentido: ¿quién iba a arriesgarse a dejar una seña para decorar la casa cuando no sabe si va a necesitar ese dinero para comprar comida? Hay quienes vieron una crisis superponerse a otra -las pequeñas agencias de viaje son un ejemplo- y quienes están “quemando los ahorros” porque, al no estar en las categorías más bajas, no califican para la asistencia de 10.000 que anunció el gobierno. Aquí algunas de sus historias.
Cosmiatra y maquilladora
Fernanda Pirtze no se dedica a un sólo rubro pero todo lo que hace quedó en pausa tras el pedido mundial de no tocarse la cara. Es cosmiatra -trabaja con piel sana y con afecciones más profundas del rostro- y hace manicuría, pedicuría, tratamientos corporales, make up y peinado para fiestas.
Trabaja de manera independiente en un gabinete y el último turno que atendió fue el 14 de marzo, una semana antes del inicio de la “cuarentena total”. “La gente fue cancelando los turnos antes. Por un lado, porque nadie quería gastar en servicios que no son prioritarios. Por otro, porque trabajamos con medios de contagio: manos, cara, saliva”, cuenta. La foto que envía basta para ver la distancia que suele mantener con una clienta cuando la maquilla. Ella misma acordó suspender los peinados y maquillajes previstos para abril y ya sospecha qué va a pasar con lo que estaba pactado para mayo.
Por estar en una de las categorías más bajas del monotributo le corresponde la asistencia de 10.000 que anunció el gobierno. Todavía no cobró y hoy, concretamente, cumple 18 días sin ninguna entrada de dinero: “Los pocos ahorros que tenía los invertí en comida. Y tuve que elegir: no estoy pagando ni la tarjeta ni la prepaga. Cambié los hábitos: bajé la calidad de lo que comemos, compro segundas marcas o me la rebusco para reutilizar lo que sobra”.
Dueño de una pequeña agencia de viajes
Pablo Berard es licenciado en turismo y tiene una agencia de viajes “de barrio” con dos sucursales. Es padre de dos hijas pequeñas y está un cuello de botella laboral. “Veníamos de sufrir el impacto del impuesto del 30% a todos los viajes al exterior y a los gastos que se hagan afuera con tarjeta. Eso ya había dejado los primeros tres meses del año sin movimiento. Veníamos con muy pocas reservas y esto nos remató”. Con aeropuertos cerrados, vuelos cancelados y los destinos más elegidos con miles de muertos, Pablo tuvo que cerrar las agencias incluso antes de la obligación de aislamiento total.
La perspectiva a futuro en su rubro tampoco es alentadora y ya prevé varios meses de parate: “La gente que tenía algo de dinero para viajar y ahora perdió los ahorros o le bajaron el sueldo no va a poder gastar en un viaje. Además, va a costar que se animen a volver a los lugares más afectados. Se va acomodar, pero no va a ser rápido”.
Pablo lamenta el destino que muchos se vieron obligados a darle a sus ahorros: lo que habían pensado para darse un gusto ahora sirve para tapar agujeros. En su casa, acordaron con su pareja reducir los gastos fijos, usar los ahorros y el sueldo de ella, que trabaja en relación de dependencia. “Y cruzar los dedos para que ese sueldo no se corte, porque es una cadena que va a afectado a todos”. La semana que viene le toca pagar la tarjeta: el vencimiento sigue siendo el mismo de siempre.
Moza en fiestas y eventos
Iba a ser un buen año para Patricia Gutiérrez. Su trabajo es organizar fiestas, cumpleaños de 15, casamientos: desde las flores hasta los manteles, desde el servicio de comida hasta la limpieza. Iba a ser un buen año porque tenía eventos confirmados hasta junio.
“Pero suspendieron todo hasta nuevo aviso”, cuenta a Infobae. “Quedamos en la nada. Yo no tengo un sueldo: si hay un evento tengo plata, si no trabajo no”. No es la única afectada en su casa. Su hija trabajaba haciendo control de acceso en recitales, por lo que también se quedó sin ingresos. Su marido es chofer para una aplicación de traslados, por lo que tampoco puede trabajar. “Quedamos en el limbo total”, se lamenta ella.
Creen que su marido, por estar en la categoría más baja del monotributo, podría calificar para la asignación de 10.000 pesos, pero todavía no lo saben. “Además, la comida dura poco cuando hay chicos en casa, que quieren comer todo el día. Por ahora vivimos como podemos. Estamos comprando harina y levadura y haciendo hasta el pan para comer más barato”.
Profesional de la salud pero “no exceptuado”
Manuel Carril es kinesiólogo y, junto a dos colegas, atienden en un consultorio que alquilan. A pesar de ser personal de la salud sus servicios no son de los considerados “esenciales”. Por eso -y porque entendieron que al ser agentes de salud debían dar el ejemplo- cerraron el consultorio antes de la cuarentena total. Los gastos fijos, sin embargo, siguieron corriendo: alquiler, expensas, impuestos, servicios.
“Nuestro trabajo es del día a día. Lo que ganamos depende de la gente que atendamos”, cuenta. Pero hay otro detalle en su historia. Manuel es papá de un bebé de 2 meses y medio y su pareja -que sí trabaja en relación de dependencia- había pedido licencia sin goce de sueldo a partir del tercer mes. Eso quiere decir que les queda un solo sueldo por cobrar.
“Si esto sigue después, bueno, estamos en el horno”, sonríe. Se refiere a que los gastos fijos de casa también siguen en marcha: los 27.000 pesos del alquiler del PH en el que viven -"nos aumentaron antes de que esto empiece, no entramos en el congelamiento del precio de los alquileres”-, los gastos del auto que compraron con sus ahorros hace seis meses, los 5.000 pesos que pagan de prepaga más allá de lo que viene descontado en el sueldo.
Mientras el bebé duerme, ella ya se puso a hacer manualidades para ver si las puede vender después. Él, a organizar charlas por zoom: “Todo suma en un momento como este”.
Diseñadora gráfica
Noelia Díaz es diseñadora gráfica independiente. Su trabajo constaba, entre otras cosas, de hacer cartelería para comercios y vinilos para decorar hogares. “Mis clientes son los comercios que están cerrados”, arranca. Está cerrada la peluquería donde tenía que colocar la cartelería, está cerrada la zapatería en la que tenía que colocar vinilos de interior. También los proveedores por lo que hasta los materiales que ya compró suspendieron los envíos.
“Yo misma había cortado el trabajo antes, porque colocaba en espacios reducidos”, cuenta. “También se frenaron todos los trabajos que estaban acordados porque los clientes prefirieron quedarse con las señas. Me dijeron que necesitaban guardarse esa plata porque no saben cuánto va a durar esto. Es probable que esa plata vaya a parar a comida”.
Noelia tiene dos hijos y cobra un salario familiar de menos de 5.000 pesos por los dos. Lo que tenía ahorrado ya lo gastó en una compra grande de comida. “Ya decidí que la plata que había separado para pagar los servicios voy a usarla para comprar comida. Voy a empezar a pagar con tarjeta, pero al no saber cuándo se reanuda el trabajo, tengo miedo de no poder pagarla después”.
Vendedor de lencería
“Ya tengo la cuenta en rojo, es muy desesperante”, se lamenta Guillermo Nahas. “Los pequeños comerciantes estamos en total desamparo”.
Guillermo tiene dos locales de lencería en Barracas -los dos son alquilados-, con cuatro empleadas en total. “Con los locales cerrados no puedo generar ningún tipo de ventas. No puedo pagar los sueldos, y de mí dependen cuatro familias. Tampoco voy a poder cubrir los cheques que ya le di a los proveedores. Es una cadena que se cortó”.
Su cuenta ya está en rojo: “Ya superé el descubierto y no puedo cubrirlo porque no tengo de donde sacar”. Dice que los créditos para pequeños comerciantes por ahora son sólo palabras: “Igual me voy a tener que endeudar para pagar, es una trampa. No sé cómo voy a hacer después para pagar ese crédito. Los pequeños comerciantes veníamos de una crisis económica muy fuerte, esto es el tiro de gracia. Si no nos tiran una mano ya nos obligan a cerrar”.
Peluquera
Carmen Fernández Martínez es peluquera y atiende en un local alquilado en San Cristóbal. “Yo ya venía perdiendo una semana antes”, cuenta. Sucede que su trabajo es incompatible con la “distancia social” y sus clientas y clientes ya habían dejado de ir antes de que fuera obligatorio.
Un local con las persianas bajas pero que igual tiene gastos fijos que pagar: 17.000 pesos de alquiler, 5.500 pesos de luz, 4.500 de expensas. “Tampoco califico para los 10.000 pesos porque mi categoría no es la más baja. No entro en ningún beneficio”. ¿Y el futuro inmediato? Carmen cree que “por temor al contagio” cuando se levante la veda sus clientes no volverán en masa, por más que ahora le escriban para decirle cuánto la extrañan.
“Voy a tener que pedir plata prestada a algún familiar, 50.000 pesos mínimo porque los ahorros los tengo que usar para comer. No quiero entrar en pánico pero sé que después voy a tener que trabajar varios meses sin ninguna ganancia para pagar lo que me presten”.
Podólogo y reflexólogo
Hugo Avila es podólogo, reflexólogo y trabaja, desde hace 15 años, en un consultorio particular. En su vida habitual atendía a nueve pacientes por día en promedio, pero desde el inicio de la cuarentena obligatoria, no puede atender a ninguna. De los 60.000 pesos que juntaba por mes pasó a cero.
“Tuve que cancelar todos los turnos y estoy solventando los gastos con los ahorros que tenía”. Hasta hoy tiene todo pago pero no sabe qué va a hacer de ahora en adelante. “No sé cómo voy a afrontar abril. Voy a tener que sacar un préstamo para poder pagar el alquiler y los servicios de mi casa pero llamé al banco para preguntar por unos préstamos a tasas más bajas que estaban promocionando y no tienen información todavía”.
La opción tampoco lo tranquiliza: “Mi miedo es que me otorguen el crédito y que esto se extienda. ¿Cómo lo pago? Yo estoy en el grupo de los castigados. No tengo la categoría más baja del monotributo, no me corresponden los 10.000 pesos, pero los gastos siguen corriendo”.
Depiladora
Teresa Leyba está por cumplir 57 años y es depiladora desde los 16. Su caso tiene un factor extra y es que está muy asustada: la única vez que salió al chino de su barrio, no pudo comprar y volvió llorando.
“Cerré dos días antes de la cuarentena porque me asusté mal. Estaba atendiendo a muchas turistas, una belga, una italiana, una chica de Israel, que me fueron contando lo que estaba pasando allá. Durante la gripe H1N1 atendía con barbijo pero acá cuando escuché que no servía, chau, cerré. Entraban pocas clientas y lo único que pedían era ceja y bozo, todo al lado de la cara”.
Teresa convive con su suegra de 96 años, su cuñada, de 70 y su marido de 60, todos “grupo de riesgo”. Hacía seis años que no se iba de vacaciones por lo que sus ahorros estaban ahí: “Voy a vender dólares y vivir con eso. No lo pienso ni dos segundos. Uno ahorra para tener resto en una situación de emergencia. Bueno, esto es para mí una situación de emergencia”.
Electricista
“Vivo del teléfono”, dice Damián William, que es electricista. Su trabajo depende de quién lo llame y, por supuesto, hace días que nadie llama. Sólo fue a la casa de dos personas mayores que se habían quedado sin luz y porque lo consideró “de fuerza mayor”.
Su trabajo también se había cortado antes, porque las dos casas de electricidad donde compran cerraron y se quedó sin poder comprar materiales. Tiene tres hijos que van a colegio privado y, en su organización familiar habitual, los gastos fijos se pagaban con el sueldo de su pareja y usaban lo de él para los gastos diarios.
“Lo que tenía ya me lo gasté. Compré comida y ya no tengo nada”. Además, “los pibes son eso, pibes, piensan que es como las vacaciones: quieren comer de todo, es difícil hacerlo durar”, cuenta. Hicieron una compra grande con tarjeta pero “es un peligro eso, tampoco queremos meterle tanto gasto a la tarjeta y que te explote después”. Economía de guerra, como le dicen.
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