En este momento de guerra vamos al frente con barbijos de Gucci y Prada, con camisolines de Armani y alcohol en gel con la fragancia de Bulgari. Estas y otras importantes firmas hicieron donaciones y convirtieron sus fábricas para producir insumos hospitalarios destinados a la emergencia. En Italia tenemos garantizada la elegancia hasta en los momentos donde nuestra apariencia dejó de ser un valor. “Se cayó el maquillaje de los estereotipos con los cuales nos disfrazamos”, dijo el papa Francisco.
Esta no es una batalla para mercenarios, es una guerra donde todos llevamos puesto el mismo camisolín con un logo: “Il tricolore”, nuestra bandera. Italia está orgullosa de su excelencia. Las empresas conocidas en todo el mundo como Ferrari no dudaron en transformar la producción de autos en respiradores y ventiladores. Beretta, una empresa muy apreciada por los cazadores argentinos, paró por un tiempo con los fusiles y escopetas y empezó a fabricar válvulas modificadas para máscaras de buceo, las mismas máscaras que compré el año pasado en una tienda barata en Milán. Todo porque Paolo Nazzaro, un romano de 35 años, tuvo la genial idea de adaptarlas y llevarlas del snorkeling directo a la terapia intensiva.
Todos ayudan y la solidaridad es conmovedora. Un carrito del supermercado lleno de alimentos espera a quienes necesiten comida en varios lugares del país. Esta nueva forma de apoyo imita la del “café pendiente” que tuvo sus orígenes en Nápoles. Un cliente paga su café y deja pago otro para quien no pueda pagarlo.
En Bergamo, foco italiano del Covid-19, está la terapia intensiva más grande de Europa, pero la pandemia le dio tan duro a mi ciudad que fue necesario y urgente construir un pabellón en la feria solamente para quienes tuvieran el virus. No siempre ‘rápido’ y ‘bien’ van de la mano, pero cuando en la cancha juegan el Cuerpo de los Alpini, los hinchas de Atalanta, y los experimentados albañiles bergamascos, hay goleada.
El predio se construyó en tiempo récord y durante la semana se inaugurará. Casi todo está listo y no podía faltar la imagen a la cual encomendarse, la de ‘El Papa bueno’, San Juan XXIII, nacido en Sotto Il Monte, un pueblito cerca de Bergamo. Al principio de su pontificado parecía un papa de transición, pero a los tres meses convocó el Concilio Vaticano II que revolucionó la Iglesia Católica.
Con los argentinos tenemos en común al Obispo de Roma. Hace un par de días llamé a una amiga enfermera que trabaja en el Policlínico San Marco. La televisión argentina la semana pasada mostró crudamente el lugar más cercano al infierno. Mi amiga, de la cual me reservo el nombre, me contó la experiencia desgarradora de quien trabaja todos los días en las trincheras. La impotencia frente a súplicas.
En los hospitales empiezan a faltar tanques de oxígeno, insumos, pero también médicos y enfermeros porque se infectan. La mayoría se recuperó, pero 63 fallecieron. Mi médico y amigo Carlo Alberto Passera cayó en batalla la semana pasada, con 62 años. Le gustaba mucho escuchar mis cuentos sobre la Argentina y decía que un día quería venir a visitarme a Buenos Aires.
En tanto, mi enfermera amiga suple la falta de un sacerdote. Ya que no puede dar la unción de los enfermos, hace un simple saludo: pronuncia el nombre de la persona y la despide de esta vida. Después acondiciona el cuerpo y reúne las pocas pertenencias en una valija o, en la mayoría de los casos, en un bolso plástico negro donde pone nombre y apellido escrito sobre una cinta de papel. El Ejército se ocupa de llevar el ataúd a los hornos. Los Carabinieri a devolver a la familia las cenizas.
Esto es el coronavirus. Por eso mi amiga enfermera les pide a ustedes, amigos argentinos, que no salgan, que respeten una estricta cuarentena.
Hoy en Italia se hizo un minuto de silencio para los 11.591 fallecidos justo cuando los expertos comunicaron que llegamos al “plateau”, a la cima de la montaña: bajó el número de los contagiados y de las víctimas pero todavía estamos lejos de la victoria. Necesitábamos buenas noticias, todo el mundo nos mira y aguarda que desde el foco del coronavirus llegue la única palabra que queremos escuchar: esperanza.
Esta noticia me alienta y me dan ganas de salir a festejar, pero no puedo, no podemos, nos quedamos encerrados para fortalecer este logro, para no anular el esfuerzo que hicimos todos.
Sigo convencida de que las medidas rápidas adoptadas en Argentina evitarán miles de muertes. Es posible que los hospitales no lleguen al colapso, que la curva suba más lentamente y se pueda contener la difusión del virus. Ustedes tienen la ventaja de leer el diario del lunes y si después de eso siguen saliendo y manteniendo costumbres dañinas para ustedes y los demás, son cómplices del virus.
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