Una historia de hambre detrás del coronavirus: perdieron sus trabajos por la pandemia y piden alimentos en las redes sociales

Ezequiel trabajaba en una pizzería. Fabiana vendía artesanías en una feria. Susana hacía empanadas. Pero dejaron de trabajar con la cuarentena. Viven en Bajo Flores y sólo comen lo que sus amigos les donan

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Susana, Ezequiel y Fabiana: el
Susana, Ezequiel y Fabiana: el coronavirus los dejó sin trabajo y sin dinero

¿Quiénes eran esos dos hombres que tres gendarmes obligaron a caminar en cuclillas y correr por violar el decreto de cuarentena total en una calle del Bajo Flores? ¿Qué hacían ahí? ¿Qué cosas no supieron o no quisieron creer los tres agentes de Gendarmería Nacional -finalmente echados de sus funciones por este caso- que reprimieron a estas personas? ¿Se habrán imaginado los uniformados que detrás de la interpretación abusiva que hicieron de su deber de hacer cumplir la ley había una familia que esperaba un plato de comida?

Ezequiel Vázquez y Fabiana Caliva son víctimas del coronavirus. No porque el virus haya copado sus organismos sino como daño colateral. Por el aislamiento obligatorio perdieron sus trabajos y se quedaron sin dinero para comprar comida.

Él hacía delivery una pizzería de Colegiales arriba de una bici prestada, de viernes a domingo. Ella vendía artesanías y ropa usada en la feria de Parque Avellaneda. Hasta la llegada del Covid-19 al territorio argentino, vivían de lo que juntaban los fines de semana. Susana, la mamá de Fabiana, cocinaba en empanadas tucumanas que vendía en el barrio. Nunca tuvo un empleo formal. Ahora menos. Los tres viven en un pequeño departamento frente al cementerio del barrio porteño de Flores y al lado del hospital Piñero.

Emiliano y Sebastián vieron cada uno por separado la misma historia de Instagram. La subió Ezequiel a principios de esta semana. Una súplica: “Si alguien puede ayudar con comida se lo agradecemos ya que me quedé sin trabajo por culpa del coronavirus”.

Ezequiel y Fabiana, este viernes,
Ezequiel y Fabiana, este viernes, con alimentos que les donaron algunos amigos

En la mañana del 24 de marzo estos dos jóvenes de 20 y 27 años se mandaron mensajes y acordaron ir juntos a llevarle comida a su amigo. Juntos porque era un barrio peligroso. Sebastián es más amigo de Ezequiel. Pero Emiliano sabe boxear. Además, sabían que violaban la cuarentena. Y que si los paraban los podían detener pero también confiaban que podrían explicar que se trataba de una cuestión esencial: darle comida a su amigo.

“Ese día salimos a las 12, pasamos por el supermercado y compramos los víveres para que mi amigo pudiera comer, luego fuimos a pie hasta el lugar, ya que otra opción para transportarnos hasta allá no teníamos”, cuenta a Infobae Emiliano, cuyo apellido se omite para proteger su identidad. Eso mismo le dijeron a los tres gendarmes. No los quisieron escuchar.

Fuimos aprehendidos por la Gendarmería, que tras un reproche e insulto no se dispuso a dar explicaciones. Le comentamos la situación, le dije que tenía mensajes, fotos y videos para comprobar que realmente íbamos a asistir a una persona con una necesidad extremadamente grave, posterior a eso nos prohibieron nuevamente el ingreso al asentamiento, pese a que íbamos por una situación realmente de vida o muerte”, describe Emiliano, que vive con sus padres en un barrio cercano.

Cuenta Ezequiel: “Para comer publiqué en las redes la realidad. Les pedí a mis amigos para ver si nos pueden ayudar. Pasé el número de la cuenta de mi novia, que se la habían abierto para cobrar el subsidio habitacional. Cobramos una vez y no pudimos cobrar más. Estuvimos en situación de calle y gracias a Dios la mamá de ella nos dejó quedarnos acá para que no nos expongamos en la calle con el coronavirus dando vueltas”.

Ezequiel Vázquez tiene 27 años
Ezequiel Vázquez tiene 27 años y está desempleado

Este joven de 27 años tuvo que dejar el año pasado la casa que compartía con su mamá y sus tres hermanos en Boedo. “Mi hermano mayor tuvo mellizos y ya no entrábamos así que mamá decidió que yo me fuera”, relató.

Cuenta que su vida siempre fue difícil. Trabaja desde los 12 años. “Laburé de millones de cosas, desde chico no tuve una familia que tenga una casa o una comodidad. Fui peón de mudanza desde los 12 hasta los 19, cocinero, ayudante de cocina, mozo, albañil, repartidor de comida, de helado, asistente de mostrador en Griddo, bachero en bares y restaurantes. Tengo amplia trayectoria”, remarca.

En la pizzería juntaba 3.000 pesos por semana. Eso más lo que vendía Fabiana y las empanadas que despachaba Susana les alcanzaba para tener la heladera con alimentos.

Ezequiel le agradece a Susana, porque su suegra les abrió las puertas cuando comenzó a circular el peligro del coronavirus. “Después no pudimos pagar otro mes, nos echaron, no pudimos llevar los recibos porque no los teníamos y no pudimos cobrar más el habitacional y no nos quedó otra que venir a la casa de mi suegra”, enumera. Entre un techo y el otro, una noche durmieron en la calle. “Es muy indigno, peligroso, muy duro, no se puede dormir en la calle”, comenta.

Mis amigos sabían que me faltaba para comer. A Seba lo conozco desde muy chico. Emiliano es sobrino de otro amigo que labura de delivery. A ellos les mandé por whatsapp el pedido de ayuda y mi novia publicó en un grupo de feministas y ellas nos ayudaron y nos trajeron comida. Nos venimos salvando comiendo fideos y gracias. Los perros también comen fideos o arroz”, agrega Ezequiel.

Por eso Emiliano y Sebastián arriesgaron su propia libertad.

Uno de los mensajes que
Uno de los mensajes que posteó Ezequiel en Facebook

“Agarramos Salvigny, fuimos al chino de Salvigny y Camilo Torres, después subimos hasta Zañartu, seguimos hasta Castañares, donde vimos algunos policías rondando por ahí y decidimos evitarlos entrando por Bonorino, por los edificios en dirección a calle Sol. Eso es adentro de la 1 11 14 ya. Eso es adentro de la 1 11 14. Ahí llegando a calle Sol es que nos paro la Gendarmería de forma muy violenta. Prácticamente a los gritos. Nuestro plan era atravesar la villa salir por Varela y subir dos cuadras hasta el cementerio de flores”, relata

Los agentes, según cuenta Ezequiel, les pidieron parar, pero ellos creyeron que se referían a otras personas que estaban allí y siguieron. Los gendarmes se acercaron y los dijeron que pusieran sus manos contra la pared. “Lo cual fue muy antihigiénico por cierto”, aclara el joven.

Los gendarmes les preguntaron qué hacían ahí. “Después de eso nos insultaron, nos reprocharon diciéndonos que éramos unos inconscientes que no debíamos estar ahí. Nos trataron básicamente como delincuentes”, dice Emiliano.

Luego los obligaron a ponerse en cuclillas y pasó lo que se observa en el video. “Hasta el día de hoy me duelen las piernas, no puedo ni bajar las escaleras de mi casa”, comenta el joven y aclara: “Esto último es muy serio por que ante la situación que estamos yo no sé si puedo tener un síntoma de dolor muscular o si es propio del exceso físico de la tortura a la que nos dispusieron”.

Sebastián obedeció con la bolsa llena de alimentos y sostenida por su mandíbula. En un momento del video se observa el movimiento pendular de ésta, al colgar de la boca del joven.

Sebastián (de azul) y Emiliano (de verde), víctimas del abuso de los gendarmes en la villa 1-11-14

Según relata, mientras caminaban en cuclillas “nos verdugueaban, diciendo que lo hagamos más agachado y más rápido”. Una gendarme, en una escena que ya no se ve en el video, les pidió que frenaran. “Si intentás algo te cago a palos. Y si corrés te disparo”, cuenta Emiliano que le dijo la mujer.

Luego sí, les ordenaron que empiecen a correr. “Acatamos, pero yo tenía miedo porque justamente la gendarme me dijo que si corría me disparaba. Posterior a eso fue que el efectivo de la Federal asignado a la zona nos vio”, agrega.

Un agente de la Policía Federal, de acuerdo al relato de Emiliano, los vio y sacó su arma reglamentaria. “Traté de parar a comentarle lo que pasó pero sacó su reglamentaria. Yo y mi amigo nos asustamos y seguimos corriendo. En Bonorino doblamos y había otro gendarme. Después cruzando Bonorino tratando de escapar de ahí prácticamente asustados nos frena un auto donde habían otros cuatro gendarmes. Que también intentaron pararnos y encima nos amenazaron con llevarnos presos”.

Emiliano y Sebastián siguieron camino y unos metros después decidieron que no podían correr más riesgos y volvieron a sus casas, asustados. Los padres de Emiliano le pidieron que no lo vuelva a intentar. Le mandaron los alimentos por una aplicación y pagaron 500 pesos el envío.

Ezequiel Vázquez
Ezequiel Vázquez

Ezequiel lamenta que los amigos no le hayan avisado que iban. “Quizá así podíamos encontrarnos en un punto intermedio”, comenta. “Pero la verdad que la Policía está jodida. No se puede salir. Es abusiva del poder. Y también hay muchos pelotudos que salen sin necesidad. Pero agarrar a alguien que tiene una bolsa con comida y se la lleva a alguien y menos descansarlos, no hay necesidad”, dice.

Ezequiel, Fabiana y Susana se enteraron por Infobae que el Gobierno pasó a disponibilidad a los tres agentes que los obligaron a sus amigos a caminar en cuclillas.

La verdad que me genera felicidad saber que los echaron, es abuso de poder, todos tiene que cumplir con su deber pero nadie puede abusar. Que hagan su trabajo pero que entiendan. Si estaban yendo a comprar drogas llevalos presos pero estaban trayendo comida”, comenta.

Ahora el que sale es Ezequiel. El se arriesga, pero no quiere que sus amigos vuelvan a pasar por eso. Teme contagiarse el coronavirus porque es asmático. Pero además le preocupa el dengue. “Acá frente al cementerio hay una laguna enorme llena de mosquitos y nadie hace nada. Por ahí nos morimos de dengue”, dice con sarcasmo.

Este viernes, un amigo les dio pan y un par de facturas. Otro les donó fideos, arroz y azúcar. Emiliano y Sebastián finalmente quedaron en encontrarse. Le van a llevar galletitas, mermelada y barbijos. Lo de Ezequiel, Fabiana y Susana es día por día. Una supervivencia cotidiana: “Estamos comiendo arroz y fideos todos los días. Mis amigos van juntando lo que pueden y me las pasan, por suerte, pero estamos al horno. Y tampoco nos van a dar todos los días. No sabemos realmente qué hacer”.

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