Cuando les avisaron que era imposible salir de la isla de Palawan, María Victoria (26) y Juan Cruz (28) no dimensionaron lo que eso podía llegar a implicar. Al principio, cuenta ella, era como estar varados en el paraíso. “Si bien la situación era preocupante, no dejábamos de estar en una playa con arena blanca, agua cristalina y junto a un grupo de jóvenes de otros países”, le dice Victoria a Infobae.
Como sucedió en Argentina y en el resto del mundo, ante el avance de la pandemia del coronavirus, las medidas de seguridad para prevenir el contagio de la epidemia de COVID-19 se pusieron cada vez más estrictas. La República de Filipinas, no fue la excepción.
“Dos días después de que llegamos, decretaron toque de queda con cuarentena obligatoria dentro de los hoteles y establecimientos. A partir de ese momento nos prohibieron ir a la playa y meternos al mar. Tampoco tenemos permitido hacer actividades deportivas, ni grupales: nos exigen distancia social de un metro y que nos quedemos dentro de los cuartos que, en nuestro caso, son carpas”, explica la joven.
Victoria y Juan Cruz se conocieron hace tres años en Río de Janeiro. Ella es psicóloga, él es economista, y siempre fantasearon con recorrer el mundo. A fines de 2019, después de que Victoria se quedara sin trabajo y él quisiera darle un nuevo rumbo a su profesión, decidieron sacar pasajes para ir al sudeste asiático. “Teníamos ganas de vivir una aventura, conocer otras culturas y nuevos paisajes”, coinciden.
Salieron de Buenos Aires a mediados de enero. Primero estuvieron en Tailandia, luego fueron a Singapur y, más tarde, a Indonesia. A la República de Filipinas llegaron a principios de marzo: pasaron por Port Barton, en la isla de Palawan, y después llegaron a El Nido, donde habían reservado cuatro noches en el Mad Monkey Hostel en Nacpan Beach.
Hasta ese momento, cuenta Victoria, su máxima preocupación era si iban a poder lidiar con la vida agreste, ya que el hostel estaba ubicado en el medio de la selva. “A ver si nos la bancamos”, decían.
La primera noche en el hostel -recuerdan- se les acercó un español y les advirtió que iban a cerrar el Aeropuerto de Manila (Capital de Filipinas). Al día siguiente, amanecieron con la confirmación oficial de la noticia.
“Fue un poco shockeante, pero todavía teníamos posibilidades de viajar desde el Aeropuerto de Cebú o desde el de Clark. ‘No es tan grave’, pensamos. Por otro lado, nuestro vuelo a Boracay (una pequeña isla en el centro de Filipinas, adonde tenían previsto viajar) figuraba activo”, explica Victoria.
Lo que siguió después se desencadenó tan rápido que no tuvieron tiempo de reaccionar. La aerolínea les canceló el viaje por mail y, mientras pensaban qué hacer y cómo seguir, el gobierno decretó un toque de queda con cuarentena obligatoria. A partir de ese momento, Victoria y Juan Cruz se quedaron varados en Nacpan Beach. Lo que hasta hacía unos días era el paraíso, de pronto, se transformó en el infierno.
CUARENTENA EN UNA CARPA
“Sacar belleza de este caos es virtud", escribió Victoria, citando una letra de Gustavo Cerati, en una de sus historia de Instagram. Hace exactamente 11 días que ella y su novio están cumpliendo con el aislamiento que, ya les avisaron, se va a extender una semana más. "Tenemos que estar fuertes mentalmente porque por momentos es desesperante”, sostiene la joven que, desde que entró cuarentena, debe realizarse un chequeo de salud diario en el lobby del hostel.
“La rutina es siempre la misma y ahora la supervisan agentes estatales. Nos toman la temperatura y nos preguntan si tenemos algún síntoma (tos, mocos o dificultad para respirar). Todo eso lo van registrando en una planilla de Excel, donde tienen anotados nuestros datos, entre ellos, dónde estuvimos 20 días antes de llegar acá”, explica.
Sobre sus días de cuarentena en la isla, cuenta que se levantan alrededor de las 9, desayunan y se van a hacer el chequeo. “Después limpiamos la carpa y lavamos la ropa. Hace unos días nos trajeron lápices de colores, así que aprovecho las tardes para pintar. También leemos libros, miramos series, que nos habíamos descargado al celular, y hacemos ejercicio. Por mi parte, empecé a tomar notas en una especie de diario de viaje con la idea de publicar un libro. Eso me mantiene activa. Con el tiempo, nos fuimos dando cuenta de que es muy importante crear rutinas y tratar de mantenerlas”, asegura.
-¿Qué es lo que más les cuesta?
-El hecho de no poder proyectar. Te vas a dormir diciendo: “Mi situación es esta”. Al día siguiente te levantás y es totalmente diferente. Solo por mencionar un ejemplo: al principio podíamos ir a comer al restaurante del hostel. Después, cuando se pusieron más estrictos con las medidas, lo clausuraron y empezaron a traernos la comida a la carpa. Prácticamente no tenemos opciones de menú para elegir. Por otro lado, el hecho de estar todo el tiempo buscando alternativas para salir de acá y que ninguna se concrete, genera cierto desgaste. Ni hablar cuando nos enteramos que hay argentinos que logran volver al país mientras nosotros seguimos varados en esta isla. Ahí nos agarra una ansiedad...
-¿Cuál es la receta para sobrellevar los momentos de “crisis”?
-Moverse. Aunque el espacio que tenemos para circular es reducido, podemos caminar un poco y tenemos un rincón para hacer actividad física. Como somos los únicos que hablamos español, empezamos a darles clases al resto de los huéspedes que son de Canadá, Estados Unidos, Londres y Holanda. Siempre estamos tratando de levantarnos el ánimo entre todos y de ejercitar la creatividad: inventamos juegos, cantamos canciones, intercambiamos música y libros. La clave es pensar que esto va a durar solo un tiempo.
UN ANTES Y UN DESPUÉS
"Cuando te vas de mochilero a Asia, estás preparado para que le pasen cosas ‘malas’”, dice Victoria a Infobae. Después de esta experiencia, aclara, aprendió a resignificar su creencia.
“Lo que antes me parecía ‘malo’, como tener que esperar un ferry, que me piquen chinches en la cama de un hostel o caerme de una moto, hoy es una nimiedad. Mi perspectiva cambió: empecé a valorar un montón de cosas muy simples que antes daba por sentadas”, reflexiona.
-¿Como cuáles?
-Desde comer un asado con amigos, hasta tomar mate con mi mamá. El hecho de poder decir: “¿Qué quiero hacer hoy?” y hacerlo. Estoy segura de que cuando salga de acá y retome mi vida, voy a disfrutarla de una manera totalmente distinta. También me parece que todo esto es una señal del planeta que nos está diciendo que es ya hora de empezar a cuidar la naturaleza. Antes de llegar acá, con Juan nos cansamos de ver gente que tiraba colillas de cigarrillo y latas de cerveza en el mar o en la arena. Creo que deberíamos reflexionar acerca de nuestras acciones cotidianas y pensar qué estamos haciendo por el bien del planeta tierra.
Al cierre de esta nota, Victoria aclara que la situación en la isla empeoró. “Van a cerrar el hostel. No sabemos dónde vamos a ir a parar”, dice entre lágrimas mientras retoma contacto con el Cónsul Argentino en Filipinas y espera que le pueda dar una solución.
“Nuestro vuelo a Ezeiza salía el 1 de abril desde Bangkok, pero ya sabemos que no vamos a poder llegar a tomarlo. Ahora estamos en tratativas con Ethiopian Airlines para que nos de la posibilidad de reprogramarlo, pero aun no tuvimos una respuesta. En Tailandia hay cerca de 300 argentinos que están varados y en una lista de espera. Ojalá todos podamos volver a casa. Es lo que más queremos”, cierra.
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