Un hotel de lujo flotando en el océano, de eso se tratan unas vacaciones a bordo de un crucero. Amarrar, recorrer una ciudad y seguir viaje hasta recalar por última vez. Salvo que se presente un imprevisto, claro, como podría ser una pandemia global con más de 200 mil casos confirmados y 8 mil muertos en todo el mundo que provoque un estado de alerta total, cuarentenas preventivas y obligatorias y hasta cierres parciales y totales de las fronteras en varios países. Esa es la situación que viven en este momento los pasajeros del crucero Celebrity Eclipse.
Pasaron por Montevideo y por Punta del Este. Luego se dirigieron hacia Puerto Madryn, Cabo de Hornos y Ushuaia. También estuvieron en Punta Arenas, el estrecho de Magallanes, los fiordos chilenos y Puerto Montt. Pero el 15 de marzo pasado cerca de las 5 de la mañana, cuando llegaron a San Antonio y se aprontaban a desembarcar con sus valijas, no solo los trabajadores portuarios se negaron a recibirlo, sino que el gobierno chileno decidió cerrar todas las fronteras terrestres y marítimas para el tránsito de personas extranjeras después de que los casos en ese país pasaran de 75 a 155 sólo en 24 horas.
Así fue que el Celebrity Eclipse, con casi 4 mil personas a bordo -entre 2650 pasajeros y 1221 tripulantes- lleva ya tres días varado y dando vueltas en círculos en aguas chilenas, lejos de la costa. Debió dirigirse entonces a Valparaíso para abastecerse de víveres y combustible, donde continúa detenido en este momento. Ahí, el gobierno de Sebastián Piñera permitió que los 65 pasajeros chilenos que había en el crucero puedan descender del buque a través de lanchas y volver a sus casas, donde deberán cumplir una cuarentena obligatoria.
Desde ahí, las autoridades de la empresa naviera Celebrity Cruise decidieron que el barco continúe navegando por 10 días y lleve a absolutamente todos los pasajeros hacia la ciudad de San Diego, Estados Unidos, el único puerto que les permite atracar. Recién desde allí podrán volver todos a su país.
Luciana Rossi tiene 73 años, es oriunda de Mar del Plata y es una de las personas que el 1 de marzo partió en ese barco junto a otros tres amigos en un viaje alrededor de Uruguay, Argentina y Chile por el océano Atlántico y Pacífico que imaginaron juntos una noche que se juntaron a cenar. Se trata de un crucero de lujo de 315 metros de largo y 122 mil toneladas, con capacidad para casi 3 mil pasajeros y una amplia oferta de actividades, spa, 11 restaurantes y hasta cuatro piletas.
“Es un barco hermosísimo con una excelente atención. El paisaje del Sur argentino y chileno nos pareció hermoso, Ushuaia está bellísima, todo el viaje estuvo muy lindo… menos esto”, cuenta ya resignada Luciana a Infobae a través de WhatsApp, al que accede gracias a que dentro del crucero liberaron el acceso gratuito a wifi y computadoras con acceso a Internet.
“Para nosotros y para muchos otros latinoamericanos y europeos que hay acá significa un gran trastorno ir hasta California. Porque nosotros acá estamos a dos horas y media de Buenos Aires pero tenemos que navegar durante 10 días y recién ahí emprender el regreso”, cuenta preocupada por la travesía de más de una semana que les queda todavía y la incertidumbre de qué es lo que pasará cuando lleguen. Es que la mayoría de los pasajeros que no son estadounidenses no tienen visa para ingresar a ese país.
Además de los pasajeros argentinos -serían aproximadamente 66- hay también bolivianos, mexicanos, brasileros, peruanos y cubanos, además de europeos y estadounidenses. Muchos argentinos abordaron incluso con su DNI, que es válido para ingresar a los países que integran el Mercosur. Luciana viajó en esta oportunidad con su pasaporte argentino y su pasaporte europeo, por lo que en principio no tendría problemas para ingresar a Estados Unidos. Sin embargo, esa no es la situación de la mayoría. “Lógicamente nadie tiene por qué tener la visa, porque el destino nunca fue Estados Unidos”, dice. “La compañía nos dice que ellos se van a ocupar de la tramitación del regreso pero no sabemos cómo será eso allá. Esto es día a día”.
Otro problema es el abastecimiento de la nave. A pesar de que hay gente joven, el promedio de edad de los pasajeros oscila entre los 60 y 80 años, muchos de ellos con enfermedades preexistentes, que manifestaron su preocupación por no tener la medicación necesaria para los días que durará el viaje hasta San Diego. En los últimos días varados, cuenta Luciana, la tripulación les solicitó información a través de una serie de planillas respecto a los medicamentos que precisan y les aseguran que les será provista.
A diferencia de otros cruceros varados en el mundo, en el Celebrity Eclipse no hay ningún caso sospechoso o confirmado de coronavirus hasta el momento. “Somos muchísimas personas pero estamos todos sanos. Por eso también es nuestra bronca porque el gobierno chileno no tuvo ni siquiera la delicadeza de enviar un equipo de sanidad para comprobarlo”, se queja.
Desde este martes a la noche el barco espera terminar con la carga de provisiones y recibir autorización para salir hacia Estados Unidos, lo cual estaba planeado para este miércoles a la mañana. Sin embargo, el capitán del barco -casi la única fuente de información para los pasajeros- ya les comunicó que por razones logísticas el abastecimiento se está haciendo muy lento. Esto es en parte porque al no permitir el gobierno chileno que el barco atracara en el puerto de Valparaíso, el suministro de alimentos, medicina y combustible debe hacerse a través de barcos que se acercan con contenedores hasta el crucero. Estiman que recién mañana podrán salir.
Una vez allá, sólo bajarán los pasajeros y aún no saben qué ocurrirá con la tripulación. Familiares y amigos de todas las personas a bordo del Celebrity armaron ya un grupo en redes sociales para compartir la información que les llega desde el barco y mantenerse al tanto de la situación.
Mientras tanto, si bien el clima dentro del crucero no es de fiesta, todavía no viró del todo hacia la desesperación. Hay preocupación y angustia pero los pasajeros esperan que después del largo viaje que les queda, el esperado regreso a sus casas se concrete con prolijidad. “A pesar de todo estamos muy bien atendidos y contenidos. La atención sigue siendo excelente. En su mayoría somos gente grande, con mayores dificultades o no, pero todos saludables”, asegura Luciana con tranquilidad. “Todavía hay mucha gente utilizando el gimnasio y hasta la pileta. ¿Qué podemos hacer? Esto ya está decidido. Ojalá podamos regresar desde el lugar que nos desembarquen lo más fácil posible”.
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