Ese lunes, los dos hijos menores de César llamaron a su mamá para decirle que papá no se sentía bien. Graciela, la ex mujer de César, estaba tomando examen a 180 kilómetros de Resistencia, y volvió para llevarlo al sanatorio. Todos -incluidas las dos hijas mayores de él- lo habían apuntalado en otros problemas de salud, especialmente durante una neumonía grave, hace 10 años, en la que habían podido entrar a visitarlo, agarrarle la mano, darle fuerzas. Ninguno imaginó que ese viaje del lunes al sanatorio iba a terminar en una despedida trunca y que se iban a quedar con las ganas de decirle “vamos, tenés que salir adelante” atoradas en la garganta.
Se dijo que César Cotichelli -ingeniero de 61 años- había vuelto de un viaje por Turquía, Egipto y Alemania, pero lo cierto es que Alemania fue sólo una escala. Igual regresó a Chaco y, como ya se hablaba masivamente del coronavirus, decidió no ir al cumpleaños de Karina, la mayor de sus hijas, que es mamá de una beba de 2 meses. La cuarentena obligada tampoco le permitió a ella guardar hoy el recuerdo de lo que podría haber sido el último encuentro con su papá. César había vuelto fascinado del viaje pero tampoco su otra hija -Valeria, que es mamá de un varón- pudo verlo para escuchar la historia.
Lo internaron esa misma noche en el Sanatorio Femechaco y mandaron a Graciela y a sus dos hijos a hacer la cuarentena a un departamento. El coronavirus todavía era una sospecha pero ya no pudieron salir, mucho menos ir a visitarlo. En el sanatorio les explicaron lo que todavía les genera angustia: todo el personal de salud que lo atendiera iba a hacerlo con barbijos, guantes y trajes de protección, por lo que César no vio manos ni caras -conocidas o desconocidas- durante sus últimos días.
“Yo seguí mandándole mensajes al celular hasta el miércoles. ¿De qué hablamos? Como no podía vistarlo nadie me preguntaba cómo estaban todos”, cuenta Graciela Cedro, su ex mujer, también ingeniera y docente como él, a Infobae. Fue la última que habló con César. Llora Graciela cuando cuenta qué fue lo último que le escribió ella: “Sacá fuerzas de donde no tengas, tus hijos te necesitan”.
Ese mismo día lo sedaron y le colocaron un respirador. Nunca supo César que había contraído coronavirus, porque el diagnóstico llegó recién el miércoles por la tarde.
El jueves circuló en Chaco una noticia falsa: decía que César había muerto. Era parte de la paranoia colectiva, porque César estaba complicado pero estable. El viernes, sin embargo, el llamado fue oficial y llegó del propio sanatorio: César había muerto y acababa de convertirse en el segundo fallecido por coronavirus de Argentina.
Estaba sí, dentro del grupo de riesgo: tenía más de 60 años y había tenido problemas de salud previos: una neumonía grave con derrame pleural una década atrás (que lo había mantenido un mes internado), una cirugía por una hernia en diciembre, hipertensión.
“Una hora después me avisaron que por protocolo debía ser cremado”, sigue Graciela. “Tenía que ser rápido y sin gente, no podía haber velatorio”, sigue ella, que hoy cumple el décimo día de cuarentena junto a sus hijos, todos sin síntomas.
Buscó por teléfono una funeraria para no violar el aislamiento, pagó por Internet, lo cremaron en soledad absoluta. No sólo no pudieron visitarlo en el sanatorio o decirle algo al oído con la ilusión de que pudiera escuchar mientras estaba vivo. Tampoco pudieron abrazarse y contenerse entre ellos durante el final inevitable que suelen disimular, al menos por una horas, los velatorios.
“Los cuatro amaban a su padre. Les quedó atravesado el aliento que querían darle, poder decirle ‘papá recuperate, que te necesitamos’. Tampoco pudieron decirle ‘descansá, andate en paz’”, se apena Graciela.
Una buena película, un mal final
Se ve en Italia, en España, donde hay cientos de muertos por la pandemia y donde las despedidas truncas le aportan más drama al drama de la muerte. Una despedida protocolar, burocrática, una película buena con un mal final. “¿Lo más doloroso?”, dijo a los medios un italiano que perdió a su padre. “No poder darle un funeral. Fue muy rápido y vacío, con muy poca gente. Dos palabras del párroco y luego el entierro”. ¿Pero pudiste verlo?, preguntó el periodista: “No. Lo volveré a ver cuando yo esté muerto”.
En Madrid se hicieron algunos velatorios, pero velatorios sin gente: “He mandado decenas de mensajes de WhatsApp y de SMS a sus amigos y conocidos y no se ha acercado ninguno. Creen que, si se pasan por aquí, pueden acabar contagiados”, contó al diario El país el hijo de un hombre mayor muerto por la enfermedad.
La de César fue una muerte sin besos, promesas ni adioses pero en su familia entendieron que se trata de una medida sanitaria. Lo explica a Infobae el tanatólogo Daniel Carunchio: “El virus sigue viviendo mientras haya oxígeno del que se pueda alimentar; algunos dicen 8 horas, otros hasta 5 días. No sabemos pero es cierto que el peligro sigue existiendo. El protocolo indica que los casos comprobados van sellados herméticamente y directo a cremación. Los no comprobados se van a velar durante máximo tres horas pero sólo pueden ingresar de a tres personas”.
Graciela compara: “Me acuerdo de hace 10 años, cuando todavía estábamos casados, y él tuvo la neumonía. Todos fueron a verlo, a darle aliento: todos sus hijos, sus hermanos. Esta vez fue todo muy rápido, pero lo peor es la soledad”, dice. Enseguida, sin embargo, sale de ese lugar: “Igual todos sus hijos tienen un consuelo: saben que su papá cumplió sus anhelos y deseos de viajar, de conocer el mundo. Eso me dicen las chicas: ‘Por lo menos papá hizo todo lo que quería’”.
Que una situación tan particular no les haya permitido pasar las etapas de lo que se conoce como “duelo saludable” no significa que eso vaya a quedar atravesado para siempre. “En estos casos es importante saber que igual hay posibilidades de elaborar aquello que no se pudo en ese momento y reeditar algunas situaciones”, explica Aldana Di Costanzo, psicóloga especialista en duelos.
“Por ejemplo, pueden escribir una carta con todo lo que le hubiesen querido decir, organizar una ceremonia simbólica más adelante, hacer trabajo psicoterapéutico para poder poner en palabras. Tal vez no pudieron despedirse en el momento pero cuando se cumpla el primer aniversario o cuando sea su cumpleaños puedan organizar un ritual en su homenaje, preparar la comida que le gustaba, poner fotos de momentos compartidos. Eso también es una forma de despedirse”.
Eso es, precisamente, lo que decidieron en familia. Una vez que finalicen la cuarentena, los cinco llevarán sus cenizas a la Iglesia Evangélica Luterana,, de la que César participaba, para decirle adiós en la intimidad. Después, cuando lo peor haya pasado y las aglomeraciones vuelvan a estar permitidas, harán una ceremonia más grande, con todos los que lo querían, con la chance, ahí sí, de volver a abrazarse y decirse que todo va a estar bien.
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