Beirut, Líbano - Si el desastre habla más del alma humana que la prosperidad, el espiritu de los libaneses de hoy parece haber nacido en un gimnasio. Es acaso una de las mayores preocupaciones de la clase acomodada en Beirut por estos días: el cierre de los centros de fitness. Algunos incluso lo combaten con santos y señas enviados por whatsapp para entrar clandestinamente y seguir haciendo ejercicio. Otros salen a la costanera a realizar sus rutinas. Por lo demás (y para los demás), todo en el Líbano está parado incluso desde antes de que el gobierno anunciara el cierre obligatorio de casi todo.
Aterricé en Beirut el sábado 7 de marzo poco antes de la medianoche. Todavía la Organización Mundial de la Salud (OMS) no había declarado oficialmente la pandemia y los requisitos para entrar no fueron muchos: apenas la pistola que toma la temperatura y un chequeo de lo países que visité antes de llegar a Líbano. Dos días después, cuando la OMS se pronunció, todo cambió repentinamente.
Llegué a Medio Oriente para hacer un trabajo especial sobre refugiados y cubrir la guerra en Siria, que el domingo 15 de marzo cumplió su noveno año. Pocos días antes de arribar a la región recibí la noticia desde la oficina de Asuntos Exteriores de Siria: mi visa había sido aprobada. “Una visa para Siria hoy es oro en polvo”, me dijo apenas toqué suelo una corresponsal de un medio español en Beirut. Yo tenía el oro entre mis manos y tenía grandes planes. Pero entonces sucedió: se declaró la pandemia y las alarmas alrededor del mundo comenzaron a sonar.
Primero recibí un mail de la misma oficina de Asuntos Exteriores en el que me pedían disculpas y explicaban que, dado el coronavirus, estaban suspendiendo todos los permisos de entrada al país por al menos un mes o dos. Tuve que digerirlo rápido, la situación del covid-19 era infinitamente más relevante que mis aspiraciones y no solo mis planes cambiaban, sino los del mundo.
Pronto también llegaron los otros mensajes: la ACNUR (agencia de Naciones Unidos para los Refugiados) me avisó que cancelaban todas las actividades que ya teniamos planeadas en el Líbano con refugiados sirios. No podía ir a los campos informales en el valle de Beqqa por varias razones: nadie de la organización podía acompañarme y a su vez era mejor aislar a los refugiados del contacto con gente que llegara de otros países. Tiene lógica, si el coronavirus entra en un campo podría suceder un desastre. Si ya están desamparados en la situación actual, con el virus entre ellos sería muchas veces peor.
En el Líbano al cierre de esta nota cuenta 100 casos confirmados y 3 muertes. Sin embargo, a pesar de la aparente tranquilidad, las medidas adoptadas por la sociedad fueron incluso más extremas que las que propuso el gobierno de entrada: aunque no se dictó el estado de alarma los comercios decidieron cerrar, los restaurantes eligieron trabajar solamente por delivery, y la gente dejó de salir a la calle. Beirut, en su primera cita con quien escribe, se pareció más a una ciudad abandonada que a su verdadera forma, llena de vida y movimiento.
Pronto se comenzó a hablar de una crisis dentro de la crisis. Es que en la misma semana en que se declaró la pandemia, Líbano entró por primera vez en su historia en default. La situación económica que atraviesa incluye renegociación de la deuda con el FMI, devaluación, inflación, desdoblamiento del mercado cambiario y hasta corralito. Se asemeja mucho a la Argentina del 2001.
Es normal ver alrededor de la ciudad bancos destruidos o cajeros automáticos pintados de rojo. En la Plaza de los Mártires, epicentro de las protestas que empezaron el 17 de octubre del 2019, todavía quedan algunas carpas con gente instalada que no abandona la batalla. “La nueva revolución”, como la llaman, ya se cargó un primer ministro y parecía seguir generando cambios. Y de pronto, el corona. Y entonces, una crisis dentro de la crisis. Y entonces, la actividad económica estancada combinada con el cierre de los shoppings y los comercios y las calles vacías. Solo las farmacias y los supermercados mantienen sus puertas abiertas.
La fama que antecede a Beirut, la París de Medio Oriente, es la de ser una de las ciudades con más vida nocturna del mundo. Sin embargo, desde que llegué no hubo ni vida nocturna ni diurna, no abrieron los cientos de cafecitos fabulosos que la pueblan, ni sus calles fueron al ritmo frenético habitual. Todo hoy es fantasmagórico y silencioso. Todo sucede tras barbijos, guantes y alcohol. Todo como si el desastre que vine a contar del otro lado de la frontera ya hubiera sido barrido y quedara esto así, desanimado, prudente, sin siquiera gritos de bronca en las calles y con edificios destruídos metidos entre los modernos. Son las secuelas de la guerra civil que asedió al país hasta el ‘91.
Según Farek, un chofer de Uber libanés, ni siquiera en los años de la guerra la ciudad estaba tan parada. “Tal vez en las calles tampoco había gente, pero estaban abiertos los teatros, los bares, entonces había movimiento… Así no estuvo ni en el 2012 tampoco, en otro tiempo de guerra pero contra la entrada del ISIS”, dice. Su actividad, como la de toda la ciudad, se modificó, pero a diferencia de la gran mayoría de conductores de Beirut, Farek no quiere usar barbijo.
Yo también, como cada ser sobre el planeta, tuve que revisar mis planes. La dificultad con el Líbano es que es un pequeño país encerrado por Siria en todas sus fronteras, excepto al sur, donde limita con Israel y está cerrado el paso libre para civiles (amén de que es territorio controlado por Hezbollah). Cuestión: si quería contar alguna historia, la que fuera, tenía que irme de Líbano en avión.
Pronto, todas las opciones de Medio Oriente fueron descartadas: Jordania prohibió la entrada de vuelos desde el exterior, en la embajada de Irak me dijeron que el proceso para acceder al visado estaba temporalmente suspendido, a Irán tal vez podría lograr ir, pero hubiera quedado definitivamente varado porque nadie recibe vuelos desde Irán. Así, debía quedarme en Líbano o salir para el lado de Europa, declarado el epicentro de la pandemia por la OMS.
Un día después, las opciones se acortaron: Líbano anunció que cerrará el aeropuerto desde el 18 de marzo. Se decretó desde comienzo de esta semana el cierre de todas las oficinas públicas, cierre obligatorio de todo comercio y se oficializó el pedido de que nadie salga de sus casa. Supermercados y farmacias, abiertos. Bares y restaurantes, solo por delivery. Básicamente, lo mismo que la gente ya había comenzado a hacer. Además, cierre de escuelas, iglesias y mezquitas.
Yo había llegado hasta acá para contar el infierno de la guerra, y aterricé en la misma semana en que el infierno se volvió el mundo mismo. Llegué a tiempo a salir del Líbano vía Grecia. Cuánto tardará el covid en acorralarnos a los que estamos desperdigados por el mundo, nadie lo sabe. Cuánto pasará antes de que volvamos a ser dueños de nuestros planes… responderlo solo suena a ciencia ficción. Como el mundo, hoy.
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