Soy Santiago Luis Oría, argentino y cineasta. Tengo 34 años. Aquí va mi diario sobre estos últimos 10 días en Europa, en los que corrí una carrera no buscada contra el coronavirus. Diario de viaje.
7 de Marzo: Estoy en un crucero, anclado en la ciudad de Rotterdam, Holanda. El ambiente es una fiesta. Con nuestro equipo argentino estamos brindando y celebrando en medio de la ceremonia de premiación del festival internacional de cine “Filmapalooza”. Nuestro cortometraje “Economía de Guerra” resultó ganador y el premio es su futura proyección en el festival de Cannes. Es la fiesta de cierre y la epidemia originada en China es sólo un tema que sirve para romper el hielo con un director de Taipei o una actriz de Toronto. Con José Geria, montajista del equipo, nos estamos despidiendo de cineastas de todo el globo ya que mañana nos vamos de vacaciones por Europa. Algunos nos saludan en broma con los pies “por el coronavirus” pero luego nos dan un abrazo o 3 besos como marca la costumbre en los Países Bajos.
8 a 11 de Marzo: Alquilamos un auto y salimos para Normandía, norte de Francia. El plan es conocer las playas del “Día-D”, descansar y desconectarnos. Ambientamos nuestro road trip con radio francesa. Entre canciones de acordeón y piano, locutores hablan por largo rato. Nosotros no entendemos francés, por lo que solo identificamos la palabra “coronavirus” cuando se la nombra de tanto en tanto. En los descansos del viaje de ruta, vemos que el tema ya es trending topic en nuestros grupos de whatsapp pero nos obligamos a desconectarnos lo más que podamos. El exceso de información produce estrés y cansancio. Queremos disfrutar de la campiña francesa, de los pueblos en temporada baja, del clima que es bueno y del paisaje imponente. Además, hasta ese momento, solamente cruzamos a dos turistas con barbijo en Mont St. Michel.
12 de Marzo: Llegamos a París y estamos en un bar despidiéndonos con José. Él retorna al país ese mismo día. Ya estamos al corriente de que declararon el Covid-19 una pandemia, de que el sistema sanitario de Italia está colapsado y que hay casos en América Latina.
En Argentina, vía cadena nacional, Alberto Fernández anuncia la veda de todos los vuelos provenientes de Europa como medida de precaución. Al instante, explotan nuestros whatsapp: “¡Vuélvanse ya!”. Circula por las redes sociales y medios online infinita información contradictoria, desesperada y poco clara. El vuelo de José para regresar al país es en 7 horas y él me pide que lo lleve inmediatamente al aeropuerto. Lo hago. Y él puede volar.
Yo ahora: tengo que tomar una decisión, o intento adelantar mi vuelo o sigo con el itinerario para estar el 19 de marzo en el funeral de un familiar directo que se radicó como médico en Cardiff, Gales, hace muchos años. Por más que el clima en el aeropuerto de París - Charles De Gaulle es de una ansiedad creciente, la capital francesa está una tarde soleada, con los parisinos en un clima distendido, con miles de turistas recorriendo y sólo algunos pocos con barbijo. Yo no siento, ni me hacen sentir, que Francia vaya a una crisis. En este contexto, sumado a mi esfuerzo económico para lograr el viaje y el compromiso familiar, decido continuar.
En Sacre Couer me acerco a una pareja que está sentada en las escalinatas para pedirles que me saquen una foto. Son argentinos y están tomando mate. Hablamos en una ronda improvisada y me cuentan que esa noche el presidente Macron va a hacer una conferencia de prensa “muy grosa” según ellos.
Cae la noche y llego a mi hospedaje reservado vía Airbnb. El host lo primero que hace es preguntarme si tengo síntomas de coronavirus. Le contesto que no y pienso que es una pregunta insólita para un Airbnb. Luego me pide disculpas por verse obligado a tener que estar en el departamento conmigo ya que le impusieron Home Office en su trabajo. Salgo a comprar comida y noto diferencias respecto a la tarde. La calle está tensa, hay caminatas a paso acelerado y caras de preocupación. En la conferencia de prensa Macron anuncia el cierre de todos los establecimientos educativos y declara que Francia vive la mayor crisis de salud que se ha conocido en un siglo.
13 de Marzo: Todo indica que la situación se está deteriorando. Le informo a mi host que abandono el Airbnb un día antes y no logro obtener un reembolso del dinero. Encaro la ruta para Rotterdam. Hay un tráfico nervioso, distinto a la habitual prolijidad europea. Me llega una información más clara sobre los regresos a la Argentina: un decreto dice que hasta el 16 de marzo se puede regresar y que a partir del 17 Aerolíneas Argentinas proveerá vuelos de repatriación. Esto me tranquiliza, me da margen. Entonces decido visitar en el camino el Museo Hergé, sobre la vida del creador de Tintín, del cual soy fanático y era uno de mis grandes objetivos en este viaje. De paso podría pasar por el consulado argentino en Bruselas para contar con más información. Tengo el museo entero sólo para mí y la experiencia es, me digo, fantasmagórica.
Voy hasta el consulado argentino en Bruselas, para saber algo sobre los vuelos de Aerolíneas post-16 de marzo. Un cartel impreso en la puerta dice que no se atiende al público por riesgo a contagio de coronavirus. Hay un número de teléfono al que llamo y no contestan. Hay una dirección de e-mail a la que escribo solicitando información, pero nunca me responden. Cansado y sabiendo que la ruta está “alterada”, opto por pasar la noche en Bruselas.
Me entero de que al día siguiente se ordena cese de actividades en toda la ciudad. La noche se inunda de jóvenes que salen de juerga en masa como si fuera la última. Todo es absolutamente surreal. Duermo en el auto para ahorrar dinero; empiezo a pensar en una economía personal de supervivencia.
14 de Marzo: Llego a Rotterdam. Todo abierto, mucho más tranquilo. Al devolver el auto alquilado me cuentan que ya empezaron las corridas en los supermercados. Vengo surfeando una ola de una psicosis que rolea de país en país.
Mientras espero el bus a Londres me siento en un bar con mi laptop y tengo que decidir: o me vuelvo antes del 16, o me quedo al entierro de mi familiar. En el consulado de Londres solamente atiende un contestador. Los nuevos whatsapps creados para asistir al viajero no proveen ninguna información útil, clara o concluyente. En Buenos Aires mi familia llama el 0800 de Cancillería, pero la información provista no agrega nada que no supiéramos. La catarata de noticias y rumores que circulan ya es aterradora. La información sobre vuelos concretos de repatriación es nula. La incertidumbre es enorme. Me vuelvo ahora o si no quién sabe cuándo.
Me decido. Tengo que volver. Mi pasaje original para el 23 de marzo es incambiable, está perdido. Busco un nuevo pasaje para el 15 o 16. Encuentro uno de Aerolíneas Argentinas a $60.000 pesos. Sigo buscando y encuentro uno de Norwegian a $100.000 pesos. Entonces vuelvo a la página de Aerolíneas Argentinas ¡En cuestión de minutos subió a $240.000! Vuelvo rápido a Norwegian y saco el de $100.000. Listo. Viajo mañana a las 9.30pm. Sensación de alivio. Exhausto, duermo las casi 10 horas de viaje en bus más ferry que, me llevan al Reino Unido.
15 de Marzo: A las 8 de la mañana golpeo la puerta de mi prima en Londres y levanto a toda la familia. Con tristeza les explico la situación y que no puedo quedarme al entierro de nuestro familiar. Coinciden en que volver de inmediato a la Argentina es la decisión correcta. Mientras desayunamos me cuentan que la sociedad británica todavía sigue en estado de negación, como si nada estuviera pasando. Con tiempo de sobra antes del vuelo, acompaño a mi prima a hacer unas compras hogareñas por el barrio. Me dice que nota el ambiente cambiado. Que la gente está rara, que locales que deberían estar abiertos están cerrados y que empezaron a aparecer los carteles con información sobre prevención del virus en todos lados.
Salgo para el aeropuerto con 6 horas de anticipación. Durante el viaje me llega una notificación por celular: el vuelo ha sido cancelado. Baldazo de agua helada. Sigo camino, no queda otra.
El aeropuerto ya no es más el típico orden europeo sino gente a las apuradas, escaleras mecánicas abarrotadas, ascensores llenos y mucha gente en los salones de espera. Se ve cada vez más cantidad de barbijos y ahora muchos de ellos de mayor sofisticación.
Llego al check-in de Norwegian y ya hay más de 200 argentinos apiñados frente al mostrador. Están totalmente desconcertados con la cancelación del vuelo de Norwegian a menos de 5 horas del horario de despegue. Me sumo a ellos. La solidaridad entre los pasajeros, ya oficialmente todos varados, es muy buena. Se arman grupos de whatsapp para intercambiar información. Todos intentan comunicarse con el Consulado para alguna asistencia, pero no hay respuestas que sirvan. Se negocia desordenadamente con la compañía, pero sin éxito.
Tras larga espera llega una persona del consulado, pero tampoco logra ningún resultado en su gestión. Circula la versión de que Norwegian no quiere cargar con los costos de un viaje de regreso a Europa sin pasajeros. Me indigno al igual que todos los argentinos que estamos a la deriva. Algunos proponen empezar a quejarse “a la Argentina”, golpeando muebles, aplaudiendo y haciendo piquetes. Arranca el barullo. Inmediatamente otros les señalan que la policía británica no es igual de tolerante que la argentina. Se desiste de dichos métodos.
El ambiente en el aeropuerto se empieza a enturbiar. Veo a un brasileño llorando desconsoladamente. Le dice a la seguridad del aeropuerto que le robaron todo su dinero y documentos. Veo a una persona caminar tambaleante con la cara ensangrentada. En su atolondramiento se había dado flor de golpe. Ya son las 23hs (el vuelo cancelado debía salir 21.30) y el aeropuerto empieza a sentirse un lugar inseguro. Además, la esperanza de salir es nula.
Me voy del aeropuerto con inmensa frustración, y llego al departamento de un primo que me arma un colchón en el piso. Exhausto, me voy a dormir.
16 de Marzo: El orden social londinense se acaba de poner patas para arriba masivamente en menos de 24 horas con una radicalidad en los cambios de hábitos que no se veía desde la segunda guerra mundial. El funeral que motivó la continuidad de mi viaje ya se canceló por el coronavirus. La crisis puede terminar en pocas semanas o seguir por mucho tiempo, nadie en el mundo entero parece saberlo ¿Cuándo voy a poder volver a Argentina? No tengo la menor idea. Si llego a enfermarme acá, ¿qué pasaría? Contar con familiares en el Reino Unido es una bendición en este momento. Otros argentinos varados están mucho más desamparados. Puedo esperar mientras priorizan el repatriamiento de otras personas en situación más acuciante. Lo abrupto de los cambios, la incertidumbre sobre qué va a pasar mañana y la masiva y desordenada información no me permiten proyectar claramente.
17 de Marzo: Mientras escribo esta crónica, tomo un tren de Londres hacia Gloucestershire, una pequeña localidad del sudeste inglés, para hospedarme en lo de otro familiar que cuenta con más espacio pero no tengo certeza en cómo seguirá esta serie. Continuará.
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