La vida de Diana Herrera está marcada por momentos difíciles y transformadores que la han llevado a ser una de las personas más resilientes que se puede conocer.
A través del video pódcast Vos Podés con Tatiana Franko, Diana Herrera narró su historia personal, una que, además de estar llena de dolor, demuestra la fortaleza de quien ha superado las pruebas más complejas de la vida.
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Abandonada por su madre, enfrentada a la pérdida de su visión y separada de su hermana por circunstancias ajenas a su voluntad, la vida de Diana refleja la capacidad de sobrevivir y reconstruirse.
Una infancia marcada por el abandono
Diana Herrera nació el 6 de octubre de 1984 en Bogotá, en una familia que describió como disfuncional.
Su madre la tuvo a una edad temprana, apenas 15 años, y su padre, a los 18, aunque los primeros años de su vida estuvieron marcados por la presencia de sus padres, el relato de Diana comenzó a tornarse oscuro a partir de su infancia.
A los ocho años, su madre abandonó a sus tres hijos. Un episodio particularmente traumático ocurrió cuando Diana y su hermano fueron dejados en el terminal de Ibagué mientras su madre se llevaba a su hermana menor.
Diana, aún niña, creyó que era solo un paseo, pero pronto se dio cuenta de que su madre no regresaría.
“Nos dejó allí, como si nada. No tenía ni idea de lo que sucedía. Estaba tan ilusionada, esperando a mi mamá, pero ella nunca volvió”, cuenta Diana, con la voz cargada de tristeza al recordar aquel momento.
En su mente infantil, Diana Herrera no comprendía lo que sucedía, pero la angustia y el miedo se apoderaron de ella mientras esperaba en vano por su madre.
Cuando finalmente su papá la recogió, su hermana pequeña ya estaba con la madre, y Diana quedó bajo el cuidado de su abuela, mientras su hermano fue acogido por un tío.
La separación no fue fácil, dado que Diana sufrió las burlas de los hijos de la nueva esposa de su padre, quienes la hacían sentir que su madre la había abandonado.
En el relato, Diana describió cómo se sintió rechazada por la familia de su padre, que nunca la aceptó como parte de su núcleo: “Me decían cosas crueles, y yo era solo una niña”, recordó, lo que acentuó la herida profunda de su abandono.
La incomprensión de su madre y la reconciliación con su hermana
A lo largo de los años, Diana creció con la sensación de que su madre nunca la amó ni se preocupó por ella.
Esta percepción se profundizó cuando, siendo adulta, Diana intentó comunicarse con su progenitora, quien la rechazó rotundamente.
En una llamada telefónica, Diana fue recibida con insultos, con los que su madre le expresó su desprecio, diciéndole que debió haberla abortado.
La brutalidad de sus palabras dejó a Diana desbordada por el dolor, pero también la impulsó a comprender la magnitud del daño emocional que había sufrido.
“A los 21 años intenté hablar con ella, pero la respuesta fue devastadora. Me dijo cosas tan horribles que me sentí como si nunca hubiera existido para ella”.
Aunque el rechazo fue doloroso, Diana comprendió que su madre había repetido patrones de conducta que, según ella, provenían de una infancia difícil: “Creo que ella también fue víctima de su propio entorno, pero eso no justifica su abandono”.
A pesar de todo, la vida le dio una oportunidad para reconectar con su hermana, la hija menor que había sido llevada por su madre.
Después de años sin contacto, Diana se reencontró con ella en 2016, cuando su hermana la buscó por medio de Facebook; sin embargo, el encuentro fue complejo.
“No sabía si ella me odiaba, o si me aceptaría después de todo lo que había pasado”, por lo que la reconciliación fue un proceso lleno de dudas y emociones encontradas, pero con el tiempo, las dos hermanas lograron superar las barreras del pasado.
La ceguera: un nuevo desafío
A la compleja carga del abandono y el dolor emocional, se sumó otro desafío inesperado para Diana: la pérdida de la vista.
A los 29 años, comenzó a experimentar problemas de visión que empeoraron rápidamente, llevándola a un diagnóstico devastador.
Los médicos le dijeron que su visión se estaba deteriorando debido a una condición no diagnosticada con certeza, por lo que sin una solución viable, Diana fue diagnosticada con una pérdida de visión progresiva.
El impacto de este diagnóstico fue profundo: “Me sentí completamente perdida. ¿Cómo iba a seguir trabajando?, ¿cómo iba a cuidar a mi hija?, ¿cómo iba a ser útil para mi familia?”, explicó Diana Herrera, que, al igual que muchas personas enfrentando un diagnóstico complejo, atravesó por un período de profunda depresión.
“Me sentía inútil, como una carga. Pensé en que mi esposo debía seguir adelante sin mí”, recordó entre lágrimas.
A pesar de las dificultades, Diana encontró la fuerza para seguir adelante, no solo por su hija, sino por ella misma.
“Aprendí a vivir sin ver, pero ver más allá de lo que mis ojos podían mostrarme” y agregó que durante su proceso, el apoyo incondicional de su esposo fue esencial, pues él le demostró que, a pesar de la adversidad, ella no estaba sola.
Un futuro lleno de esperanza
En su testimonio, también resaltó la importancia de la ayuda profesional para enfrentar las adversidades emocionales y psicológicas: “El mensaje que les doy es que no se rindan, busquen ayuda, no se queden callados. La actitud positiva ante la vida es lo que realmente hace la diferencia”.
Actualmente, Diana Herrera sigue adelante con su vida acompañada de su hija y su esposo, reconstruyendo lo que su madre destruyó.
La vida de Diana es una prueba de que, incluso cuando las circunstancias parecen imposibles, siempre hay una oportunidad para empezar de nuevo, para sanar y para vivir con dignidad.