El nunca consumado nombramiento de Daniel Mendoza como embajador en Tailandia se convirtió en un episodio de alta tensión política que expuso profundas divergencias dentro del Gobierno colombiano. Más allá de las críticas externas, el caso adquirió mayor peso debido a los desacuerdos explícitos entre figuras clave del Ejecutivo, particularmente la vicepresidenta Francia Márquez y el canciller Luis Guillermo Murillo.
Daniel Mendoza, abogado y activista conocido por su serie documental Matarife, fue nominado como posible embajador en Tailandia, desatando una fuerte polémica debido a acusaciones de misoginia basadas en publicaciones antiguas en redes sociales. Mendoza alegó que dichos mensajes pertenecían al ámbito literario de su novela El diablo es dios y no reflejaban sus opiniones personales.
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Sin embargo, según el diario El País, de España, estas explicaciones no fueron suficientes para el canciller Luis Guillermo Murillo, que desde un inicio habría manifestado su inconformidad con la designación. En un acto poco común dentro del Ejecutivo, Murillo se habría opuesto abiertamente al nombramiento, señalando que este iba en contravía de los principios de una política exterior feminista, bandera anunciada por la Cancillería desde el inicio del Gobierno Petro.
Murillo, con experiencia previa en altos cargos internacionales, habría enfatizado en la necesidad de mantener estándares éticos y técnicos en los nombramientos diplomáticos, particularmente en un momento en que el Gobierno buscaba recuperar credibilidad en el ámbito internacional. Su firme postura habría marcado un punto de inflexión en la controversia y alimentó las presiones que finalmente llevaron a Mendoza a declinar el cargo.
Francia Márquez y el peso político de su rechazo
La vicepresidenta Francia Márquez también jugó un rol crucial en el caso, al rechazar de manera contundente cualquier acto que normalizara la misoginia dentro del Gobierno. En un mensaje público, Márquez afirmó que, como ministra de Igualdad, no podía tolerar expresiones de violencia de género, subrayando la necesidad de escuchar las preocupaciones de la ciudadanía.
El rechazo de Márquez fue especialmente significativo por el respaldo que representa dentro del movimiento feminista y las bases sociales que apoyan al Gobierno. Su pronunciamiento no solo amplificó las críticas, también reveló fisuras dentro del Ejecutivo, con posturas divergentes frente a decisiones sensibles.
La firmeza del canciller Murillo contrastó con la postura inicial del presidente Petro y de otros altos funcionarios. Este desacuerdo, como lo indica el mencionado medio, habría generado tensiones en la Cancillería, un área que ya ha sido objeto de críticas por otros nombramientos polémicos en misiones diplomáticas.
Murillo, sin embargo, mantuvo su posición, respaldado por diplomáticas y líderes internacionales que se sumaron a las críticas hacia Mendoza. Laura Gil, representante de Colombia ante la ONU en Viena, y Arlene Tickner, embajadora itinerante para asuntos de género, rechazaron públicamente la designación, calificando los comentarios de Mendoza como misóginos y contrarios a los principios de derechos humanos que el Gobierno busca promover.
El canciller insistió en que mantener la coherencia entre el discurso y las acciones del Gobierno era fundamental para la credibilidad internacional de Colombia. Su intervención, sumada a la presión pública y las declaraciones de Márquez, terminaron por inclinar la balanza en contra de Mendoza.
Una política exterior feminista en entredicho
El caso Mendoza no solo expone las tensiones internas del Gobierno, sino que también pone en cuestión el compromiso de la administración Petro con una política exterior feminista. La Cancillería había prometido priorizar los derechos de las mujeres y la equidad de género como ejes de su estrategia internacional, pero el nombramiento de Mendoza, junto con otros casos recientes, generó críticas sobre una aparente falta de coherencia.
El propio presidente Petro intentó justificar el nombramiento al calificar los mensajes de Mendoza como expresiones artísticas y compararlo con escritores como Vladimir Nabokov. Estas declaraciones, lejos de calmar la polémica, fueron interpretadas por muchos como una subestimación de las preocupaciones planteadas por sectores feministas y académicos.