En horas de la madrugada del 5 de diciembre, se conoció un desafortunado hecho en el que fallecieron cuatro soldados del Ejército y dos más resultaron heridos en medio de una operación que se adelantaba en el municipio de Cáceres, Antioquia, contra el Clan del Golfo.
Han circulado varias especulaciones sobre la verdadera causa de estas pérdidas humanas. Sin embargo, el viernes 13 de diciembre, las Fuerzas Militares, confirmaron a varios medios de comunicación las causas reales de la emergencia.
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Los fallecidos fueron identificados como el capitán Hugo Rafael Moncada Gómez, el sargento segundo Daniel Masías Buitrago, el soldado profesional Jhon Stiven Mamiam Galíndez y el soldado profesional Mauricio Ipia Barrera.
A las 3:00 a. m., ocho miembros de uno de los pocos equipos de reconocimiento táctico (Recon) del Ejército llegaron en un helicóptero Black Hawk al municipio, luego de un bombardeo contra la organización criminal, para asegurar la zona.
Debido a las condiciones ambientales –los rastros de humo de las explosiones, la oscuridad y la neblina de la madrugada del jueves–, el helicóptero, piloteado por un coronel experimentado en este tipo de misiones, tuvo que sobrevolar a una distancia de 100 metros de las coordenadas iniciales. Ante las condiciones, se dio la orden de empezar a desembarcar en el lugar.
Según la revista Semana, la forma en que los comandos comenzaron a descender fue por las dos puertas del helicóptero, utilizando cuerdas de 60 metros bajo el sistema de rapel.
Uno de los primeros hombres que descendió por la soga, desafortunadamente, quedó atrapado en un árbol a una altura de aproximadamente 40 metros. Durante casi 15 minutos trató de liberarse, pero las maniobras no lo permitieron. En ese momento, el otro hombre terminó el descenso, lanzó una bengala infrarroja y otra verde para indicar que todo estaba bien, ya que estas solo pueden ser detectadas con visores nocturnos, con el fin de mantener ubicado al piloto.
A pesar de eso, el piloto se desplazó unos tres metros debido a una desubicación espacial, lo que hizo que el comando que intentaba liberarse del árbol tuviera aún más problemas. En su desesperación por salvar su vida, se vio obligado a cortar la soga. Aplicando lo aprendido en el entrenamiento, se amarró al árbol, pero esto no le permitió dar aviso a sus compañeros que iban a iniciar el descenso.
En medio de la confusión y la necesidad de que los soldados tocaran tierra, los otros hombres empezaron a bajar por la otra cuerda. Al ver que seguían lanzando bengalas, el maestro de soga continuó dando vía libre sin conocer lo sucedido.
Uno de los soldados presentes en la operación conversó con Semana y explicó cómo la interrupción en la comunicación de los comandos y las condiciones climáticas impidieron que se evitara la tragedia: “El maestro de soga no se enteró de la alerta de que la soga había sido cortada, no había comunicación por radios, había ruido del helicóptero, no había visibilidad y el maestro de soga siguió lanzando hombres”.
Los soldados que descendieron por la cuerda que fue cortada solo tuvieron 30 metros de ella, y los otros 30 metros fueron en caída libre: “La velocidad con la que descendieron hizo que cayeran en caída libre. Los que fallecieron fueron porque cayeron de espaldas y se golpearon la cabeza. Los que resultaron heridos fue por un milagro, ya que están vivos. El que tenía el radio para reportar alguna novedad era el capitán, y él descendió de último”.
En medio de la zozobra del momento y el retraso de la operación, integrantes del Clan del Golfo, que aparentemente habían sido abatidos, se percataron de la presencia de más uniformados y atacaron:
“Los bandidos se acercaron al punto para rematar a los militares, pero un cabo y un soldado que habían resultado heridos de la caída entraron en combate con ellos y dieron de baja a cuatro integrantes del Clan del Golfo”, contó el militar.