La investigación por una masacre registrada en el Cauca durante 2024 y que se conoció tras el hallazgo de cinco cuerpos de tres hombres y dos hombres que tenían heridas de impacto de bala el 21 de noviembre de 2024, en zona rural de Buenos Aires, Cauca, dejó a la luz otro caso gracias al testimonio de uno de los sobrevivientes de este homicidio múltiple.
El menor de edad, habló por primera vez luego de recuperarse de las heridas físicas y emocionales que suponen el haber quedado con vida y ver morir a otros jóvenes que, como él, llegaron allí reclutados y/o bajo falsas promesas por parte de disidencias de las Farc en el departamento del Cauca, zona en donde hacen presencia los hombres al mando de alias Iván Mordisco.
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Cuando supieron de primera mano cómo es de dura la realidad por cuenta del conflicto armado, el grupo de jóvenes tomó la decisión de escapar, pero fueron asesinados “con sevicia”, dijo Javier* (nombre modificado).
En diálogo con Semana, Javier relató: “Nosotros no queríamos estar ahí, nadie quería. Eso es muy duro y todos eran muy pequeños. Así que empezamos a pensar cómo irnos, cómo volver a nuestras casas”.
Él, junto a su hermano y varios menores de edad que fueron reclutados al igual que ellos, y que se conocieron un poco más durante los meses que permanecieron retenidos en contra de su voluntad en las filas de la estructura Carlos Patiño, de las disidencias de las Farc.
“Yo no sé cómo sobreviví, eso fue un milagro. Así herido caminé por cuatro días más, lo hacía solo por el monte y no me dejaba ver de la gente, porque allá no se puede confiar en nadie, la mayoría pertenece a la guerrilla. Cuando ya perdía las esperanzas, llegué a un pueblo y de ahí me remitieron a Popayán”, contó Javier.
El plan de escape de las disidencias de las Farc que hicieron los menores
“Una vez están dentro, viven en condiciones indignas, sometidos a abusos por parte de los cabecillas. Esto los lleva a buscar formas de retirarse, pero muchas veces no lo logran”, contó al mismo medio de comunicación el general Federico Mejía, comandante de la Tercera División del Ejército Nacional.
Esto fue lo que les pasó al grupo de menores, entre los que estaban Javier y su hermano. “Nosotros no queríamos estar ahí, nadie quería. Eso es muy duro y todos eran muy pequeños. Así que empezamos a pensar cómo irnos, cómo volver a nuestras casas”, indicó el menor, que junto a las tres niñas y seis niños emprendieron la huida el 24 de julio de 2024 a las diez de la noche.
Ellos habían llegado en mayo junto a los demás adolescentes (con edades entre los 13 y 14 años) al municipio de Argelia, Cauca, donde se hallaba un campamento exclusivo para niños, niñas y adolescentes. La planeación del escape les tomó varias noches.
“Arrancamos a caminar por sitios llenos de monte y nos guiábamos por las luces de una ciudad grande, suponíamos que era Popayán”, narró Javier, que pese a las condiciones adversas del terreno seguían avanzando con el deseo de volver a retomar sus vidas, proyectos y sueños. “Mientras más nos alejábamos, más alegres caminábamos. No sentíamos cansancio; al contrario, el miedo nos daba más fuerzas. Creamos una buena amistad durante la escapada”, agregó.
Algunos quería salir del Cauca y buscar mejores oportunidades en una ciudad capital, mientras que otros soñaban con ser profesores, médicos, e incluso, uno de ellos quería convertirse en pastor evangélico, pero el horror de la guerra les arrebató sus vidas, debido a que cuando ya cantaban victoria, y en medio de las lágrimas, el jubilo en sus cuerpos se cambió por miedo, al darse cuenta que fueron engañados por un conductor que, en vez de ser su ángel, terminó convertido en su verdugo.
Luego de que los diez jóvenes caminaron cerca de 36 horas, al ver una carretera pensaron que podrían llegar más rápido a Popayán, y tras pedirle al conductor de una camioneta que detuviera el paso y los llevara.
“Nosotros llegamos a la carretera como a las diez de la mañana. Llevábamos tres días caminando sin parar, sin comer, sin descanso. Entonces, cuando ya vimos la vía hacia Popayán, nos alegramos, pero fue en vano. Avanzamos pocos metros cuando ya esa gente nos estaba esperando; el conductor nos entregó. El retén estaba frente a una escuela de una vereda que se llama La Paz, allí mismo nos dispararon”, dijo Javier.
En medio de pesadillas e imágenes que le llegan al adolescente, él aseguró que sintió un disparo en el pecho. “Salí a correr, pero a los otros les amarraron los pies, les dispararon y luego los montaron en una camioneta de platón para ir a enterrarlos”. Javier, como pudo, salió corriendo y para no ser alcanzado por las balas de fusil se arrojó por un peñasco.
“Lo que más rabia me da es que yo estuve ahí, pero no pude hacer nada para defender a mi hermano. Me lo mataron”, cuenta el menor de edad, que cerca de tres meses después de que se produjo la masacre, pudo hablar sobre este caso, que una vez más, pone en el tablero de la realidad nacional la difícil situación que viven los niños, niñas y adolescentes en zonas rojas del país.
Dada la presencia de grupos armados organizados y bandas delincuenciales que operan en sus territorios, en algunos casos, los terminan reclutando para robustecer su brazo armado.
El general Mejía le colaboró a Javier y a su familia. En este momento está trabajando para evitar ser víctimas de nuevos reclutamientos. No obstante, todos los menores no gozan de la misma fortuna del adolescente, y hoy siguen monte adentro siguiendo órdenes de las disidencias de las Farc de alias Iván Mordisco, cuando deberían estar estudiando, jugando y divirtiéndose.