El furor alrededor del estreno en Netflix de Cien años de soledad, la primera adaptación autorizada de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, comenzó a gestarse cinco años atrás, luego de que la plataforma y el hijo mayor de Gabo, Rodrigo García Barcha, confirmaran la alianza para llevar Macondo y su “realismo mágico” al plano audiovisual.
Pese a que la adaptación de Netflix, que estrenó sus ocho primeros capítulos el pasado 11 de diciembre, cumplió con las condiciones exigidas por Rodrigo García (que se hiciera en Colombia y con actores nacionales), las dudas sobre este proyecto se manifestaron prácticamente de inmediato.
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Y es que no fueron pocos los que recordaron que el escritor fallecido en 2014 se negó en vida a ceder los derechos para cualquier tipo de adaptación. Es bien recordado que en su día rechazó una oferta del reconocido director italiano Sergio Leone, que incluso trató de cortejarlo en una cena en Roma, meses antes de que García Márquez recibiera el Nobel de Literatura, en la que estuvieron también presentes Robert de Niro y Muhammad Ali, hecho inmortalizado en una fotografía.
Pero, ¿por qué Gabo se negó de forma tan rotunda a ceder los derechos de Cien años de soledad?
Buena parte del motivo obedece a su creencia de que la obra publicada en 1967 y fundamental en la configuración de la vanguardia latinoamericana, junto a Pedro Páramo de Juan Rulfo, contaba con una narrativa que incentivaba la imaginación del lector hasta el punto que superaba el formato cinematográfico.
“La razón por la cual no quiero que ‘Cien años de soledad’ se haga en cine es porque la novela, a diferencia del cine, deja al lector un margen para la creación que le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y a las situaciones como ellos creen que es […] en cine eso no se puede. Porque en cine la cara es la cara que tú estés viendo, la imagen es de tal manera impositiva que tú no tienes escapatoria, no te deja la mínima posibilidad de creación”, manifestó en una entrevista concedida a Caracol Radio.
En ese sentido, Gabo deseaba que toda la historia de los Buendía se mantuviera en la imaginación de los lectores. “Prefiero que mis lectores sigan imaginándose mis personajes como sus tíos y mis amigos y no que queden totalmente condicionados a lo que vieron en pantalla”, mencionó en esa charla.
Años antes, en 1988, durante una entrevista realizada en Cuba por parte de los documentalistas Holy Aylett y Silvya Stevens, García Márquez explicó que la familiaridad de sus personajes le hizo reafirmarse en su posición de no permitir la adaptación de la novela a cualquier audiovisual. “Los lectores de ‘Cien años de soledad’ y de todos mis libros en general, me dicen: ‘mira, a mí me gustó tu libro, porque Úrsula Iguarán se parece mucho a mi abuelita; porque Amaranta es igualita a una tía que yo tenía; porque el coronel Buendía era igualito al papá de un amigo…’ entonces tú sientes que están viviéndolo… En cine no se puede…”.
Gabo no dudó en lanzarle una pulla al cine hollywoodense en esa ocasión, mientras insistía en lo distintos que son los lenguajes de ambas expresiones artísticas. “En cine tienes la cara de Anthony Quinn, de Sofía Loren, de Robert Redford. Eso es inevitable y es muy difícil que un abuelito de nosotros se parezca a Robert Redford. Entonces yo he preferido dejarle a los lectores: literatura es literatura y cine es cine. La oferta que hago yo es esta: yo en mis libros son novelas y quedan como novelas”, explicó.
En otra oportunidad, en una columna, el autor reveló que Anthony Quinn, actor reconocido por su trabajo en Los cañones de Navarone, ¡Viva Zapata! o Zorba el Griego, le ofreció una millonaria suma no solo para la adaptación de Cien años de soledad, sino para ser él quien interpretara en la gran pantalla al coronel Aureliano Buendía. “Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía”, afirmó de manera severa.
Por otra parte, Gabo comentó en distitas oportunidades que encontraba complejo adaptar aspectos como los monólogos de los personajes, el manejo del tiempo narrativo o lo intrincadas de las generaciones de los Buendía – al punto que usualmente las ediciones más nuevas de Cien años de soledad incluyen su respectivo árbol genealógico – que dificultan retratarlas de manera adecuada en el plano audiovisual.