Entre los 80 y 90 Colombia fue referenciada como una nación peligrosa, en la que gran parte del poder en las ciudades lo tenían los grupos armados, principalmente el cartel de Medellín, al mando de Pablo Escobar, y esto se registró en otros sectores.
El fútbol no fue ajeno a la situación que vivía el país, puesto que este deporte termino permeado por el dinero ilícito, y años más tarde se comprobó que varios clubes habían recibido dinero del narcotráfico y eran utilizados por los capos como caballos de carreras para demostrar cuál tenía más poder.
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Muestra de ello es el torneo de 1988, que terminó ganando Millonarios, pero hasta la fecha se sigue recordando que varios entrenadores denunciaron que sus jugadores habían recibido ofertas económicas a cambio de interferir en el resultado cuando enfrentaban al equipo Embajador.
Un año más tarde, Colombia vivió los 365 más violentos de la historia, siendo el asesinato del árbitro Álvaro Ortega uno de los hechos que conmocionaron al país.
Mientras las elecciones presidenciales de 1990 estaban en vilo luego de que cuatro candidatos fueron asesinados (Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal y Carlos Pizarro Leongómez), en el fútbol colombiano se registraba un segundo “Dorado”, en el que varias figuras internacionales llegaron a equipos nacionales por los grandes salarios que se pagaban (gracias a la intervención del narcotráfico).
Muestra de ello está en el título de la Copa Libertadores de Atlético Nacional, que ha sido cuestionado por la presunta intervención de Pablo Escobar, sumado a testimonios de árbitros extranjeros que habrían recibido amenazas antes de dirigir partidos del club Verdolaga.
Sin embargo, la presencia de los capos en el deporte quedó en evidencia de manera más notoria el 15 de noviembre de 1989, con el asesinato de Ortega, que había dirigido un partido entre América de Cali e Independiente Medellín en la capital del Valle del Cauca.
Debido a las denuncias que habían realizado otros árbitros luego de ser amenazados por sus decisiones durante los partidos, se tenía la creencia de que el fútbol colombiano estaba permeado por las apuestas clandestinas, provocando que Ortega pidiera no dirigir el juego entre la Mechita y el Poderoso, pero su petición no fue escuchada.
El oriundo de Bolívar fue designado para arbitrar en Cali, en donde tuvo una polémica decisión en una jugada en la que los jugadores de Medellín pedían penal; al final, el encuentro terminó 0-0.
Después del partido, Ortega dejó el estadio tras subirse a un taxi, pero antes de llegar al hotel en el que se estaba hospedando, decidió bajarse para ingresar a un restaurante en el que un sicario le propinó nueve disparos.
35 años han pasado desde la muerte de Ortega y aun la justicia colombiana no ha condenado a nadie por el asesinato que provocó que el torneo colombiano se suspendiera, siendo el único año en el que no se coronó un campeón en la disciplina.
Años más tarde, Alessandro Angulo, director de 1989: el país que se mantuvo en pie, indicó que el asesinato de Ortega representa por completo el contexto de Colombia en esa época.
“Álvaro Ortega se vuelve un personaje paradójico a lo que estaba ocurriendo, es un juez de línea, que se dedica a impartir justicia en un partido de futbol, que fue mandado a matar por Pablo Escobar de la manera más injusta. Era un mundo corrupto porque los equipos eran propiedad de mafiosos y Ortega estaba en la mitad de una guerra, y su amor por su profesión hacían que quisiera seguir allí, eso representa a los colombianos de la época, que seguíamos nuestra vida porque tocaba, a pesar de la guerra”, declaró Angulo a W Radio.