Jean Enrique Gallego, conocido en el bajo mundo como “El Totiado”, representa una de las prácticas más oscuras en Colombia, el sicariato, pues se trata de un hombre con un oscuro perfil de violencia que, aun tras las rejas, no encontró el fin de su carrera criminal.
Gallego, que ingresó a la vida delictiva desde muy temprana edad, compartió detalles inquietantes sobre su experiencia arrebatando vidas en el país en el pódcast Conducta Delictiva, dirigido por Michell Rodríguez y Kevin Pinzón.
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En su testimonio, el sicario no solo reveló cómo comenzó su camino en el sicariato, sino cómo, incluso dentro de las cárceles de máxima seguridad del país, siguió cometiendo asesinatos para preservar su estatus y su integridad, a menudo enfrentando violentamente a guardias y otros reclusos.
El video pódcast se grabó en La Modelo, una de las cárceles más emblemáticas de Bogotá, donde Gallego está recluido bajo condena perpetua, pues su historia, como él mismo describió, es la de un hombre atrapado en un ciclo violento que, según él, nunca eligió del todo, pero del cual tampoco pudo escapar, dado que desde los 13 años empezó a buscar en el crimen una solución para la difícil situación económica de su familia.
De vendedor de frutas a sicario
Gallego relató cómo su primer contacto con el sicariato fue una evolución de su trabajo informal como vendedor de frutas, y ante la carencia económica fue empujado a “rebuscársela” para llevar comida a su madre y a sus hermanos: “Por un poco de marihuana que compraba en 15,000 pesos y vendía en 30,000, empecé a ganar lo suficiente”.
Uno de los momentos clave de su vida fue cuando, a los 16 años, cometió su primer asesinato a sueldo: “Si no lo hacía, perdía el control de la zona que me habían asignado”, comenzó por explicar Gallego, que agregó que su ingreso a este oscuro mundo fue de la mano de grupos criminales como Los Rastrojos, pues empezó a trabajar bajo el mando de líderes que controlaban gran parte del Valle del Cauca.
La cárcel: un nuevo escenario de muerte
La primera vez que Gallego pisó una prisión lo hizo en la cárcel de Villahermosa cuando tenía solo 18 años y desde entonces ha pasado por una serie de penitenciarías de alta seguridad como La Roca en Popayán y Cómbita en Boyacá.
Según sus palabras, la vida en la cárcel no difiere demasiado de la violencia en las calles, pues al interior de los establecimientos carcelarios no hay amigos y “cada quien se las arregla como puede”; sin embargo, un detalle que llamó la atención de su historia es cómo su vida delictiva continuó en prisión, donde volvió a asesinar, esta vez por motivos de “respeto”.
Durante su estancia en la cárcel de Popayán, Gallego mató a un cabo del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), hecho que se registró luego de una pelea trivial con otro recluso debido a un desayuno y que, rápidamente, escaló a un enfrentamiento con el guardia.
“Me dio una cachetada y comenzó a golpearme. Yo tenía un cuchillo escondido y simplemente reaccioné”, confesó el recluso, que reveló que lo apuñaló varias veces hasta causarle la muerte en frente de otros presos y compañeros de guardia del cabo.
Este incidente le costó a Gallego una nueva condena que le sumó 28 años a su sentencia original de 21, hecho que selló su destino como un “copado”, término utilizado en el argot carcelario para aquellos reclusos que, por sus delitos, nunca verán la libertad.
El estatus de “copado”: una condena perpetua
Convertirse en un “copado” implica, para muchos, perder toda esperanza de salir en libertad. Aunque Gallego admitió cierta resignación, también aseguró que no se arrepiente de sus actos: “El que se mete a perro tiene que saber ladrar”, afirmó con crudeza.
En cuanto a algún tipo de remordimiento por sus actos, Gallego se limitó a decir que sus decisiones ya no pueden cambiarse y que su vida, tal como él la entiende, pertenece a las cárceles.
La vida de un “copado” no es solo de aislamiento, también de enfrentamientos constantes. Por ejemplo, en Cómbita, otra prisión de máxima seguridad, el sicario volvió a cometer un asesinato: esta vez el blanco fue un sargento del penal.
De acuerdo con el relato del sicario, había sido confinado al calabozo durante dos años, por lo que la falta de contacto humano y el encierro parecieron aumentar su resentimiento hacia los guardias, en particular hacia el sargento a cargo de vigilarlo.
“Empecé a llamarlo con la mente”, explicó como una referencia a su creencia en la Santa Muerte, deidad que asegura lo ha acompañado en sus años de violencia y encarcelamiento.
Un día, cuando el sargento entró en su área, Gallego aprovechó la oportunidad para emboscarlo y asesinarlo, lo que le sumó otro crimen a su condena y reafirmando su estatus como un peligroso recluso.
La Santa Muerte y la vida del sicario
Gallego aseguró que su vida ha estado marcada por una relación simbiótica con la muerte a la que venera a través de la figura de la Santa Muerte.
En el pódcast, El Totiado aseguró que esta entidad representa un “poder” que le da fuerza en momentos de peligro, pero también exige sacrificios: “Uno le pide, pero ella también te pide. Puede ser tu vida, o puede ser algo que amas”, incluso, agregó que lleva tatuajes de esta figura y aseguró que su fe en ella le ha dado “suerte” en varias ocasiones.
Arrepentimiento o resignación
Gallego no negó sus errores y tampoco los lamenta. Según él, su destino ya estaba sellado y la cárcel se ha convertido en su hogar, un infierno del cual, aseguró, ya no espera salir.
Al final de la entrevista, Michell Rodríguez y Kevin Pinzón le preguntaron si tenía algún mensaje para los jóvenes que hoy se ven tentados por la vida delictiva, a lo que Gallego simplemente respondió que no hay nada en la cárcel y que “ni siquiera a su peor enemigo le desearía ese destino”.