El 16 de septiembre de 2024, la revista Nature Neuroscience publicó un trabajo en el que un grupo de científicas de la Universidad de California cuenta cómo siguió con detalle el embarazo de Elizabeth Chrastil, investigadora de 38 años, de la Universidad de California en Irvine (EE.UU), a quien se le hizo el seguimiento desde las tres semanas antes de la concepción hasta dos años después del parto.
Emily Jacobs, investigadora de la Universidad de California en Santa Bárbara y coautora de la investigación, dice que los estudios sobre los cambios cerebrales durante el embarazo se suelen hacer tomando medidas de muchas personas en un solo momento. “Este enfoque grupal no nos dice cómo cambia el cerebro día a día”.
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Para superar ese inconveniente, en su trabajo, realizaron 26 escaneos de resonancia magnética (MRI) de una sola persona, para tener una imagen precisa de lo que le sucedía en cada fase de la gestación y también antes y después.
Las mujeres experimentan intensos cambios hormonales a lo largo de su vida con consecuencias importantes para su estado físico y emocional, desde la menstruación a la menopausia. En las cuarenta semanas de gestación, el cuerpo de la madre se adapta para sustentar a un nuevo ser humano.
De acuerdo con el estudio, el volumen de la sangre puede aumentar más de un litro, la cantidad de oxígeno y la energía consumida se incrementa y la producción de hormonas como los estrógenos o la progesterona se multiplica hasta por mil. Esta explosión tiene efectos sobre el sistema nervioso central, que se reorganiza.
En modelos animales, se ha visto que las hormonas impulsan la producción de neuronas o hacen crecer las espinas dendríticas a través de la que se comunican las células nerviosas. “En ratones, el pico de estrógenos y progesterona programa circuitos cerebrales, especialmente en el hipotálamo, y este remodelado aumenta la sensibilidad de la madre a los olores y sonidos de sus crías recién nacidas [...] y puede desencadenar comportamientos maternos como la construcción de nidos, el lamido y el acicalamiento”, explica Jacobs.
La coautora también puntualiza que en los humanos la historia es más compleja, “el comportamiento parental ocurre todo el tiempo en madres no gestacionales, padres adoptivos, abuelos y padres que pueden no experimentar la gestación de primera mano, pero que aún muestran todos los comportamientos de cuidado necesarios para sus hijos”.
En el estudio observaron una reducción generalizada de la materia gris y del volumen y el grosor de la corteza cerebral desde la novena semana del embarazo, en particular en áreas como la red neuronal por defecto, asociada con el procesado de información necesaria para las relaciones sociales.
Aunque esto pueda sonar como algo negativo, las autoras aclaran que no lo es. Se trata en realidad de un proceso de adaptación a una nueva circunstancia que requiere cierta especialización para mejorar la relación con el bebé. Este tipo de reorganización del cerebro también se produce durante la adolescencia, otro periodo de transición con una actividad hormonal intensa.
Algunos de los cambios observados durante la gestación se revirtieron dos meses después del nacimiento, pero otros, como la reducción del volumen de la corteza cerebral, se mantuvieron al menos hasta dos años después del nacimiento. Aunque el estudio solo realizó un seguimiento de dos años tras el parto, otros estudios han encontrado cambios asociados al embarazo hasta seis años después de dar a luz, y hay algoritmos y sistemas de machine learning que, décadas después del parto, son capaces de distinguir cerebros de mujeres que han pasado un embarazo de otras que nunca lo hicieron.
Chrastil, coautora y único sujeto del estudio, cuenta que, pese a lo que se vio en sus escáneres cerebrales, no se sintió diferente durante el embarazo. “Algunas personas hablan de cosas como el cerebro de mamá, pero yo no experimenté nada de eso. Están pasando muchas cosas, como que estás durmiendo menos o tienes ansiedad o estrés, pero no sabemos necesariamente a qué atribuirlos. Podríamos atribuirlo al embarazo, pero en realidad no sabemos”.
La coautora dice que aún es muy temprano para vincular cambios en el comportamiento o el estado mental de las embarazadas y los cambios que se han visto en su estudio. La ciencia no se apresura y el hijo de Chrastil ya tiene cuatro años, el tiempo necesario para reunir y procesar la información de este estudio.