La biodiversidad de Colombia hace que el país tenga múltiples tesoros y paraísos que se han convertido en espacios priorizados para el turismo; sin embargo, el daño que la humanidad ha provocado en algunos, ha provocado que se busque tener un ecoturismo responsable con el ecosistema.
Entre los pioneros de este tipo de proyectos se encuentra la etnoaldea embera de Nuquí, llamada Kipara Té, en donde los pobladores de Puerto Jagua, una comunidad dobida, que significa “gente de río”, y que se ha radicado alrededor de los cuerpos de agua del Chocó, han construido un espacio ideal para el turismo ecológico.
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En este lugar está una playa del río Baudó que representa el origen de la comunidad, que tiene presencia en Antioquia, Bolívar, Caldas, Caquetá, Cauca, Chocó, Córdoba, Nariño, Putumayo, Risaralda y Valle del Cauca; la etnoaldea se construyó con el objetivo de tener un espacio en el que los turistas puedan conocer sus tradiciones espirituales, gastronómicas y culturales, pero también poder tener sostenibilidad económica e independiente.
Este resguardo indígena tiene un valor cosmogónico (modelo que intenta explicar el origen del universo y de la propia humanidad) por la obtención de los recursos naturales y la forma de vivir que tienen los indígenas allí, puesto que buscan tener un estilo básico y sin enfocarse en los problemas.
Es precisamente este estilo de vida lo que se busca proyectar en el espacio turístico, en el que los visitantes tendrán como tarea lograr formar un sentido de comunidad constante. Kipara Té es el producto de la unión de la comunidad ancestral de esta población y las nuevas generaciones.
La arquitectura construida es una interpretación de su historia, puesto que en los 496 metros cuadrados se plasman las tradiciones del pueblo y los elementos principales que los han inspirado. Debido a que se busca mostrar la riqueza natural y cultural de la zona sin dañar el ecosistema, en este espacio se permite el ingreso de un grupo mínimo de turistas, siendo de 120 personas, el número máximo de visitantes que hospedan al año.
La etnoaldea cuenta con tres tambos de alojamiento, dos de zonas sociales en las que se ubica la cocina, los baños, la zona de captación de aguas de agua reutilizable y los paneles fotovoltaicos; en estos se destaca el inicio por un camino que conecta con el río al suroriente, mientras que la última escalera lo hace con el noroccidente.
La forma en la que se construyeron estos espacios hace que este protegido del riesgo de alguna inundación; además, se camufla en espacios estratégicos con la vegetación, convirtiéndolos en propicios para el descanso.
Los ocho bohíos (cabañas de forma circular) hechos de madera, caña y paja, con un único espacio para el ingreso de aire, son la vivienda tradicional del pueblo embera; fueron construidos con detalles específicos para que los turistas puedan tener una experiencia completa.
Durante la estadía, también podrán disfrutar de los caminos ancestrales, los rituales embera y la pintura con jagua, que son actividades que se llevan a cabo para que se pueda entender su cultura y cotidianidad.
Cabe destacar que, a diferencia del tambo principal, los demás tienen una altura elevada para generar la experiencia que se produce ingresar a las viviendas tradicionales de esta comunidad; mientras que los de alojamiento son de proporciones menores para hacer alusión al encuentro de la tipología de habitabilidad de los residentes en Puerto Jagua.
En las principales plataformas de turismo, personas que estuvieron en la etnoaldea afirmaron que es “un proyecto que nace desde las entrañas de la selva, por y para ellos”, “una experiencia donde se funde el conocimiento ancestral” o “la representación de una comunidad orgullosa de lo que son”.