Joven tiktoker reveló su experiencia tras dedicarse a vender empanadas en la calle durante todo un día: “Difícil y mal pago”

Su estrategia de negocio, aunque algo oxidada, logró ayudarlo en la titánica tarea de vender todo el producto antes de que acabara el día

Al final de la jornada, su balance fue desalentador - crédito El Cristian Gonzalez

Regresando a los días en los que buscó emprender para ganarse la vida, el Cristian González, influencer bogotano que ganó visibilidad en redes sociales por su dinámica de “ponerse en los zapatos del otro por un día”, decidió hacer lo mismo, aunque con su propia versión, antes de que creara contenido.

Hace varios años, antes de YouTube, antes de las redes sociales, me dedicaba a vender empanadas en la calle y me puse el reto de volver a ese trabajo”, manifestó, antes de entrar en personaje.

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“Algo muy importante es saber cuánta ganancia podemos sacar de las empanadas”, explicó en el supermercado, donde fue llevando la cuenta de cada uno de los ingredientes necesarios para su emprendimiento de un día.

Por la carne pagó 15.000 pesos; por las papas, 4.500 pesos; por el aceite, 13.000 pesos; y por la harina de trigo y la Promasa, otros 13.000 pesos, para un total de 45.500 pesos colombianos, equivalentes a 10,98 dólares o 9,84 euros al cambio de septiembre de 2024.

Aunque no registró perdidas, tampoco ganancias, monetariamente hablando - crédito El Cristian Gonzalez

Lo siguiente fue el proceso de preparación, del que logró obtener 20 empanadas, que luego intentó vender a 2.000 pesos (0,48 de dólar o 0,43 euros al cambio de septiembre del 2024) la unidad: “Vamos con toda la actitud. Esto no se trata de nada más, sino de actitud y vamos a vender empanadas”.

Su visibilidad en redes sociales lo ayudó a vender el producto a quienes se acercaban en la calle para pedirle una foto; sin embargo, no fue una tarea fácil. A pesar de que no esperaba a que los clientes se acercaran, él tomaba la iniciativa y se acercaba a ellos, ofreciendo su producto.

“Mi técnica es ir a buscar a los clientes, entrar a varios negocios, hablar con la gente y, tal vez, venderles una empanada”, reveló. Aunque, por supuesto, ayudó que las empanadas tenían buen sabor, al igual que su ají.

Con varias empanadas en la cesta, empezó a llover, lo que complicó aún más la venta. Sin embargo, González no se rindió y, bajo el dintel de un portón, empezó a promocionar a gritos su producto cada vez que alguien pasaba frente a él.

Al final de la noche, entró a un negocio de tejo y logró venderlas todas, excepto dos, que guardó para probar junto a su camarógrafo. “Lo logramos. La verdad, por un momento, perdí la esperanza debido a la lluvia y la hora, pero llegamos a donde teníamos que llegar”.

Sin embargo, sigue afirmando que “fue difícil vender las empanadas y aún queda una gran parte: el aseo, el oficio. Así que, sin duda, es un trabajo complicado. Se logró, pero, de verdad, fue muy difícil y, en cuanto a ganancias, no hay muy buenas noticias. Gastamos aproximadamente 40.000, tal vez 45.000 pesos, y las empanadas: 20 empanadas, las vendí en 40.000. Así que, realmente, no hubo ganancias, pero tampoco pérdidas, aunque sí hubo mucho tiempo invertido. Esto demuestra por qué ya no hay empanadas de 1.000, 1.200, 1.500, y casi ni de 2.000″.

Reciclador por un día: el reto al que se le midió otro creador de contenido en Bogotá

De acuerdo con Fonse, creador de contenido bogotano, su experiencia trabajando como reciclador junto a don Justo, un venezolano de 44 años, fue una de las más desafiantes de su vida: “Les puedo jurar que es el trabajo más duro que he hecho”, confesó el tiktoker, aún exhausto días después de la jornada en la que acompañó a su instructor por las calles de Bogotá.

El recorrido, que forma parte de su serie “mi primera vez”, comenzó bajo el sol bogotano, un clima inusual para la ciudad. Antes de iniciar, ambos compartieron sus expectativas. Don Justo advirtió entre risas sobre los retos que enfrentarían: “Que no se vomite. Tiene que tratar de no inhalar los olores de la comida para que vaya a aguantar”. Mientras Fonse admitía sus nervios, el reciclador explicaba los pasos básicos del oficio: “Lo primero es agarrar el carrito y salir a seleccionar los materiales”.

Tras su experiencia, el creador de contenido descubrió los peligros a los que las familias recicladoras se enfrentan a diario - crédito Fonse / Facebook

La jornada de don Justo empieza a las 2:00 p.m. y se extiende hasta las 8:00 p. m. Recorriendo su sector junto a otros recicladores, seleccionan cuidadosamente los materiales que aún tienen valor.

Fonse no perdió la oportunidad de hacer preguntas durante el trabajo, descubriendo que, en alguna ocasión, don Justo halló fragmentos de oro y hasta dos millones de pesos en un contenedor. A pesar de estos hallazgos fortuitos, el reciclador reflexionó: “Sí, desearía tener algo mejor, pero bueno”, mientras explicaba que su labor de seis horas le permite reunir hasta 200.000 pesos diarios, con los que mantiene a sus ocho hijos.

El trabajo no solo es extenuante, sino también peligroso. A menudo, los recicladores manejan residuos sin guantes ni mascarillas, exponiéndose a cortes, infecciones o enfermedades. A pesar de contar con permisos para ingresar a los shuts de basura, la separación de materiales sigue siendo un proceso riesgoso.

Según la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp), en Bogotá hay alrededor de 24.998 recicladores de oficio, de los cuales, al menos 110 sufren lesiones diarias. Carolina Osorio, terapeuta y líder de un estudio sobre los riesgos de esta actividad para la Universidad Manuela Beltrán, detalló las lesiones más comunes: “Lesiones superficiales, profundas, amputaciones, quemaduras y envenenamientos”.

Fonse admitió que el de reciclador es el trabajo más difícil que ha desempeñado, incluso, en su sección "un día como" - crédito Fonse / Facebook

La labor de los recicladores implica horas de trabajo por cada conjunto residencial, pero nunca faltan a las campañas de vacunación del Distrito, vitales para proteger su salud y la de sus familias. Sin embargo, don Justo lamenta que “la gente no ve lo importante que es este trabajo”.

Tras terminar el día, los materiales recolectados se organizan en grandes pacas que deben cargar sobre su carreta, pese al peso y al daño físico que provoca: “Tengo un problema en la columna, pero no me afecta. Mantengo la mentalidad de que el problema no existe”.

Este oficio no tiene descansos ni vacaciones, pero, como concluyó Fonse, “los parceros van intactos”. A pesar de las duras condiciones, don Justo aún sueña con un futuro mejor: “Siempre me ha gustado la mecánica, la mecánica de motos, mecánica de carros y de maquinaria pesada”.