Salma, una niña indígena de 13 años de una comunidad rural en La Guajira, vivió una pesadilla que jamás imaginó. Todo comenzó con una oferta que parecía demasiado buena para ser verdad. Su madrina, una amiga cercana de la familia, se ofreció a llevarla a Bogotá bajo la promesa de que allí podría recibir una buena educación, algo que en su pequeña comunidad no era accesible.
La propuesta incluía que, a cambio de estudiar, Salma ayudaría con el cuidado de la hija recién nacida de su madrina. Para su madre, que con esfuerzo vendía artesanías para mantener a la familia, esto parecía la mejor oportunidad para su hija. “Mi mamá confiaba en ella porque era una amiga de toda la vida, una hermana para ella. Nunca sospechamos que algo malo podría pasar”, cuenta Salma.
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Con la ilusión de un futuro brillante y la promesa de educación, Salma dejó su hogar. Sin embargo, al llegar a Bogotá, la situación dio un giro. En lugar de empezar a asistir al colegio, su madrina la obligó a realizar todo el trabajo doméstico de la casa: limpiar, cocinar, lavar ropa, y cuidar a la bebé, sin descanso ni paga. “Pensé que iba a estudiar, pero mi madrina me dijo que si quería ir al colegio no iba a poder atender la casa. Fue ahí cuando todo cambió. Me di cuenta de que no iba a cumplir lo que me había prometido”, relató Salma, que veía como su madrina le arrebataba su derecho a la educación.
El abuso no solo fue físico y emocional, sino económico. El poco dinero que la madre de Salma le enviaba desde La Guajira, producto de la venta de artesanías, era confiscado por su madrina. “Mi mamá hacía lo posible por enviarme algo de platica, pero mi madrina siempre me lo quitaba. Me decía que eso era para pagar la comida, los servicios y mi estadía, pero yo sabía que no era justo”, explicó. Este control económico la dejó completamente dependiente de su madrina, que utilizaba esa vulnerabilidad para mantenerla sometida. Salma nunca vio el fruto del esfuerzo de su madre y, cada día, vivía con miedo a los castigos y gritos que recibía si cometía el más mínimo error en sus tareas.
Durante dos largos años, Salma estuvo atrapada en ese ciclo de explotación, sin contacto con el mundo exterior y sin la posibilidad de estudiar. “Me sentía como una esclava. No dormía bien, y los gritos eran constantes. Siempre me decían que no hacía las cosas bien, aunque trabajaba todo el día”. Aislada de su familia y sin recursos, Salma temía contarle la verdad a su madre. “No le decía nada a mi mamá porque tenía miedo. Pensaba que si hablaba, me iba a ir peor. Varias veces mi madrina me dijo que me iba a arrodillar en maíz. Además, no quería preocupar a mi mamá”. El miedo al castigo y el abuso mantenía a Salma en silencio.
Todo cambió cuando Salma conoció a doña María, la empleada del edificio donde vivían. Doña María, al notar la tristeza y aislamiento de Salma, decidió acercarse a ella. “Al principio, tenía miedo de contarle a alguien. Pero doña María me hablaba con tanta amabilidad que terminé contándole todo lo que me hacían”, recordó Salma. La mujer, conmovida por la historia de la niña, decidió actuar. Con sus ahorros, le compró un pasaje de bus de regreso a La Guajira para que pudiera salir. “Ella fue mi ángel. Me dijo: ‘No se preocupe por el dinero, después me lo paga. Lo importante es que se vaya y abrace a su mamá de mi parte’”, relató Salma con la voz quebrada.
Finalmente, a los 15 años, Salma logró escapar de esa vida de explotación. Al regresar a su comunidad en La Guajira, su madre la recibió con los brazos abiertos, sin haber sabido nunca por lo que su hija había pasado. “Cuando volví, lo primero que hice fue abrazar a mi mamá”. Sin embargo, las cicatrices emocionales del abuso sufrido no desaparecieron. “Sobreviví, pero las cicatrices quedan. Me quitaron la oportunidad de ser una niña, de estudiar, de tener una vida normal. A veces siento que ese tiempo nunca lo podré recuperar”.
El enemigo invisible
Cuando pensamos en la trata de personas, a menudo imaginamos redes internacionales que cruzan fronteras con víctimas llevadas a otros países. Sin embargo, la trata de personas interna es un fenómeno que ocurre dentro de las fronteras de un país, afectando a miles de personas que no necesitan ser trasladadas fuera de su nación para convertirse en víctimas de explotación. Esta forma de trata, aunque más difícil de detectar, es igual de destructiva y cobra un alto precio en la dignidad y los derechos humanos.
En la trata de personas interna, las víctimas pueden ser captadas mediante engaños, falsas promesas de empleo, coacción o abuso de poder. A menudo, las personas más vulnerables —como mujeres, niños, adolescentes, personas en situación de pobreza, y minorías— son los principales objetivos. Una vez en manos de los tratantes, son sometidas a diversas formas de explotación, que pueden incluir la explotación sexual, la explotación laboral y la mendicidad forzada, entre otras. Estos crímenes suelen ocurrir lejos de la vista pública, lo que permite que los abusos se prolonguen en el tiempo.
Explotación sexual: una vida de control y abuso
La explotación sexual dentro de la trata interna implica forzar a las víctimas a participar en actos sexuales en contra de su voluntad, ya sea en redes de prostitución, pornografía, o servicios sexuales clandestinos. A menudo, los tratantes engañan a las víctimas con promesas de trabajo legítimo, solo para luego manipularlas o amenazarlas, obligándolas a permanecer bajo su control. En el caso de menores de edad, el daño es aún más profundo, ya que muchos niños y adolescentes son obligados a participar en redes de prostitución infantil, sufriendo abusos físicos, emocionales y sexuales.
El impacto psicológico y físico en las víctimas es devastador. Muchas son forzadas a consumir drogas como una forma de control o para hacer más fácil su explotación. Además, son sometidas a una vida de aislamiento, miedo y amenazas contra ellas o sus familias, lo que las paraliza y las impide buscar ayuda.
Explotación doméstica: la esclavitud invisible
Otra forma común de trata de personas interna es la explotación doméstica, donde las víctimas, en su mayoría mujeres y niñas, son obligadas a trabajar como empleadas domésticas bajo condiciones inhumanas. A menudo, las víctimas son reclutadas en áreas rurales o marginadas con promesas de trabajos decentes en las ciudades, pero al llegar, son privadas de su libertad, encerradas en hogares y sometidas a largas jornadas de trabajo sin salario o con pagos miserables. Estas mujeres y niñas viven en un constante estado de control, sin poder salir de las casas donde trabajan, y muchas veces son víctimas de abusos físicos, sexuales y psicológicos por parte de sus empleadores.
Este tipo de explotación es particularmente difícil de detectar porque ocurre en espacios privados, fuera del alcance de la vigilancia pública. Además, las víctimas suelen ser migrantes internas, provenientes de áreas rurales, sin redes de apoyo o recursos para buscar ayuda, lo que las deja atrapadas en un ciclo de abuso.
Mendicidad forzada: la explotación de la vulnerabilidad
La mendicidad forzada es otra forma de trata de personas interna que afecta principalmente a niños, personas con discapacidad y ancianos. En estos casos, las víctimas son obligadas a pedir limosna en las calles bajo amenazas, coacción o abuso de poder por parte de los tratantes. Los explotadores, en muchos casos, pertenecen a redes organizadas que se benefician de las ganancias obtenidas por las víctimas, quienes deben entregar todo el dinero recaudado. Estas personas son obligadas a vivir en condiciones extremas de pobreza, bajo control constante, y a menudo son sometidas a violencia si no cumplen con las expectativas de sus explotadores.
Los lugares del horror
La trata de personas interna es alimentada por varios factores estructurales, entre ellos la pobreza, la falta de oportunidades, la violencia de género y la debilidad de los sistemas de protección social. En muchos casos, las personas más vulnerables, aquellas que viven en situaciones precarias o con poco acceso a la educación y empleo, son las que corren el mayor riesgo de ser víctimas de trata. Estos son los departamento de origen de las víctimas en un mapa de calor.
A pesar de que las leyes internacionales y nacionales condenan la trata de personas, la realidad es que su aplicación es muchas veces insuficiente, especialmente en los casos de trata interna. La falta de recursos, la corrupción y la escasa formación de las autoridades en la detección de estos crímenes complican la lucha contra esta forma de explotación. Los lugares a dónde más llegan las víctimas se encuentran a continuación
Las víctimas de la trata interna enfrentan desafíos adicionales para acceder a la justicia, ya que a menudo están en situaciones de miedo, dependencia o ignorancia de sus derechos. Muchas veces, no saben cómo ni a quién acudir para pedir ayuda, y la mayoría de los casos quedan sin denunciar. Esto hace que la trata interna sea un problema silencioso, que sigue afectando a miles de personas sin que se visibilice su verdadera magnitud.