Este es el drama de las cocineras de los “cocales”, las fincas de coca que atraviesan una fuerte crisis tras la caída en ventas del estupefaciente

Engañadas por promesas de trabajo, mujeres como Diana luchan por sobrevivir en condiciones adversas en una de las principales regiones cocaleras de Colombia, mientras que varias organizaciones intentan reemplazar sus trabajos por emprendimientos con otros productos

Guardar

Nuevo

Mujeres en los cultivos de coca viven entre promesas falsas y explotación laboral en Nariño - crédito Fernando Vergara/AP
Mujeres en los cultivos de coca viven entre promesas falsas y explotación laboral en Nariño - crédito Fernando Vergara/AP

La caída del precio de la cocaína, que en otrora fue uno de los negocios ilícitos más lucrativos del país y de America Latina, sigue pasando factura a todos los eslabones que hacen parte de la cadena de producción, especialmente en Nariño, uno de los departamentos con mayor número de hectáreas de coca cultivadas en Colombia.

Así quedó registrado en un reciente reportaje realizado por el diario internacional El País, que dejó ver la dura situación por la que atraviesan cientos de mujeres que hoy en día trabajan en las “cocaleras”, pero que no hacen parte de la cadena de producción, como es el caso de las cocineras de los ríos de recolectores de la hoja que trabajan en las más de 59.000 hectáreas cultivadas.

Ahora puede seguirnos en Facebook y en nuestro WhatsApp Channel.

Diana, un nombre ficticio asignado por el medio citado para proteger su identidad, inicia su jornada a las cuatro de la mañana para evitar el riesgo de ser acosada mientras se baña en la quebrada cercana, pues su labor la obliga a compartir una pequeña habitación junto a cuatro jornaleros que son internos en la hacienda de coca.

Su día empieza preparando el desayuno para 50 jornaleros y adelantando el almuerzo para tener tiempo de lavar los platos. Diana no trabaja en un restaurante ni en un casino de obra: cocina para un grupo de recolectores de hoja de coca en una finca ubicada en las montañas del municipio de Samaniego, en Nariño.

Varias organizaciones impulsan cambios en los pueblos cocaleros, buscando alternativas sostenibles y mejorando la calidad de vida de las mujeres locales - crédito Ernesto Guzmán/EFE
Varias organizaciones impulsan cambios en los pueblos cocaleros, buscando alternativas sostenibles y mejorando la calidad de vida de las mujeres locales - crédito Ernesto Guzmán/EFE

Llegó a Colombia desde Venezuela en 2018, engañada por la promesa de trabajo. Pensaba que los cultivos de coca eran de coco. “El patrón me ha enseñado que uno nada ve, nada escucha, de nada se entera”, revela, explicando que el jefe le decomisa el celular cada vez que entra a la finca, a lo que accede solo para recibir su preciado salario de 30.000 pesos diarios, suficientes para sostener a su nieta de 10 años, que quedó bajo su cuidado desde que asesinaron a su hijo en su país natal.

El contraste en su vida laboral es notable. Antes, trabajando como empleada doméstica, recibía apenas 11.500 pesos al día, insuficientes para comprar alimentos. Sin embargo, la mujer confesó que llegó a su actual empleo esquivando ofertas de prostitución y simulando ser la pareja de un “químico”, término popular para los trabajadores que agregan insumos como gasolina y demás sustancia a la hoja para crear la pasta de coca.

Nariño es el departamento con mayor cantidad de cultivos de coca en Colombia, con 59.746 hectáreas sembradas en 2022, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc). La política de drogas del Gobierno de Gustavo Petro, lanzada en 2023, busca enfocarse en los narcotraficantes en vez de los campesinos, aunque la entidad encargada de ejecutarla lleva meses sin liderazgo. Isabel Pereira, de Dejusticia, mostró su preocupación al diario El País por la falta de claridad en las prioridades del Gobierno y la implementación para prevenir las violencias e inequidades de género.

La crisis económica cocalera desde 2022 ha empeorado la situación. Las ventas de pasta base han caído, y los pagos llegan con retraso. Martha, otra una cocinera nariñense de 37 años, comentó que los dueños de la finca le adeudan 70 días de salario, y ahora paga sus cuentas en cuotas, pues debe esperar largos periodos hasta que su jefe consigue el dinero.

mujeres en Samaniego enfrentan riesgos diarios y condiciones laborales extremas, reflejando la complejidad de la economía cocalera en Colombia - crédito Juan Karita/AP
mujeres en Samaniego enfrentan riesgos diarios y condiciones laborales extremas, reflejando la complejidad de la economía cocalera en Colombia - crédito Juan Karita/AP

En Tumaco, varias mujeres sobreviven como lavanderas en el río Caunapí. Floripe Rodríguez Quiñonez, de 61 años, relató que tres años trabajando en coca le dejaron escoliosis. Ella recuerda con temor un operativo de la Policía Antinarcóticos que casi le cuesta la vida.

“Fue al mediodía. Los trabajadores ya venían a almorzar cuando escuché un ‘bum’, ‘bum’, ‘bum’ y vimos el avión. Yo estaba con los platos en la mano y alguien me gritó: ‘Florecita, corra, corra lo que más pueda’, y yo le decía ‘para dónde, si no me puedo mover’. Luego escuchamos un helicóptero y empezaron a bajarse soldados. Eso tiraban candela y explotaban canecas de gasolina”, señaló la mujer al medio internacional.

Dentro de su pueblo, la Red de Mujeres de Nariño lidera procesos de sustitución de cultivos de coca por productos como cacao o ají tabasco. Luz Piedad Caicedo, de la Corporación Humanas, señaló que las mujeres siempre están a cargo de labores de cuidado, estén o no en un contexto cocalero. La Red de Mujeres, sin mencionar feminismo o sororidad, ha liderado exitosamente estos procesos de sustitución.

El Grupo de Trabajo de Mujeres, Política de Drogas y Encarcelamiento de Dejusticia ha puesto el enfoque en las mujeres en contextos cocaleros, aunque no hay cifras actualizadas. Según Isabel Pereira, líder del grupo, las mujeres suelen ocupar roles menores pero peligrosos en la organización narco. Los métodos de supervivencia son intensos: algunas pagan para ser acompañadas al ir a trabajar por miedo a la violencia sexual. En caso de enfrentamientos, confían en los recolectores conocidos para ayudarles a escapar.

Guardar

Nuevo