La primera tarea que tiene un gobierno en Colombia es armar su plan de desarrollo. Este es la carta de navegación sobre la cual implementará políticas y acciones públicas que materializan el mandato por el cual fue elegido. Es, entonces, el resumen de lo que prometió en campaña, ya pensando en el país entero. Este ejercicio supone un esfuerzo técnico y participativo, así como de construcción de consensos con el Congreso de la República, convirtiéndose así en la hoja de ruta del estado por cuatro años.
El Plan de Desarrollo del Gobierno Petro recibió más de 6.500 proposiciones, realizó 51 diálogos regionales, con 250.000 participantes y se titula “Colombia, Potencia Mundial de la Vida”.
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Tiene ejes importantes como la seguridad humana, el ordenamiento territorial alrededor del agua, el derecho humano a la alimentación, una economía productiva para la vida, la lucha contra el cambio climático y nuevos propósitos de convergencia regional. Cuando se aprobó fueron sorprendentes metas como 2,9 millones de hectáreas en restitución de tierras, bajar la pobreza extrema al 9,6%. 88.000 kilómetros en vías terciarias, diversificar la canasta exportadora y lograr un crecimiento del 3,6% (esta última sorprendiendo por lo poco ambiciosa).
Al hacerle seguimiento al plan a dos años de inicio de Gobierno, la pregunta es ¿cómo vamos?. La respuesta simple se resume en un titular “Mucho bla,bla,bla, y pocos resultados”. Y los hechos lo confirman.
Con corte a este 30 de junio, de 496 indicadores de seguimiento al plan aprobado, 141 indicadores han avanzado 0%, y 180 indicadores no reportan avance. Sobresalen por el pobre desempeño el sector del Ministerio de la Igualdad y Equidad de Género (que eso sí ha sido muy eficiente en una planta de cargos), el del Interior y la propia Presidencia. Así las cosas, en el 64% de los indicadores no existe ningún avance, en el 24% el avance es inferior a la mitad y sólo en el 12% de los indicadores van bien.
Intenté llegar a una calificación exacta de estos dos años de Gobierno, con base en estos datos, y el resultado es: 1,4 sobre 5,0. Quedaría entonces el Plan de Desarrollo rajado, y lo anterior, sin entrar a calificar la calidad de las medidas implementadas.
Nada muy distinto se ve en las cifras de ejecución presupuestal, que pudiesen ser otro camino para evaluar eficiencia en la gestión, que en 2024 está por debajo del promedio de los últimos 23 años. Allí sobresalen, por menor ejecución, las áreas de inclusión social, tecnologías, inteligencia y agricultura.
Así las cosas, pasados dos años, como país vamos a muy bajo ritmo y sin “hacer los goles”. De nada sirve tener un Plan de Desarrollo que no se ejecuta y no logra resultados. Lo único que genera es frustración y sentimiento que promesas incumplidas, de incapacidad de gestión y de ausencia de gerencia pública. Quizás por eso, las encuestas de favorabilidad difícilmente superan el 35%, con desazón en todos los grupos etarios y sociales.
Llegó el momento de corregir el rumbo, y dada la elección del 2026, ya solo queda un año efectivo para avanzar. Como dijera William Vinasco, “mucho toque-toque y de aquello, nada”.
¡A corregir!