En los primeros cinco meses de 2024, el panorama del recaudo de impuestos en Colombia mostró signos de mejoría, a pesar de las preocupaciones iniciales. Según cifras de la Dian, el recaudo de impuestos, que había caído un 21,3% entre enero y abril, mostró una notable recuperación al reducir su caída a 4,3% entre enero y mayo. Durante este periodo, las empresas y personas pagaron $116.1 billones en impuestos.
El desplome del recaudo en abril generó una fuerte reacción por parte del Gobierno nacional, que decidió congelar todo el presupuesto de forma preventiva. Posteriormente, se tomó la decisión de aplazar $20 billones de forma definitiva. Esta medida significó que algunas inversiones podrían retomarse si el recaudo mejora en los próximos meses.
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Los aranceles e impuestos externos fueron los más afectados por la caída, seguidos por el impuesto a la renta. Sin embargo, en mayo, las declaraciones anuales de las medianas y pequeñas empresas ayudaron significativamente a mejorar las cifras en el impuesto a la renta y el esquema simple. Este último mostró un impresionante crecimiento de más del 61% en comparación con 2023, superando ya el billón de pesos en recaudo.
En contraste con estos aspectos negativos, el IVA y el cuatro por mil evidenciaron un comportamiento positivo. El recaudo de IVA aumentó un 9,2%, mientras que el del cuatro por mil creció un 2,9%. Estas cifras evidencian una estabilidad y crecimiento en ciertos impuestos que ayudan a amortiguar la caída general.
No todo es negativo en el panorama fiscal del país. El Gobierno logró capitalizar el consumo de bebidas azucaradas y alimentos ultraprocesados, cuyos impuestos también han superado el billón de pesos a corte del 2 julio, con 112.000 millones y 924.000 millones respectivamente.
Bajos recaudos deja en vilo a la economía
Los bajos recaudos de impuestos en la economía pueden desencadenar una serie de consecuencias adversas que afectan tanto al Estado como a la sociedad en su conjunto. En primer lugar, una disminución en la recaudación fiscal limita la capacidad del Gobierno para financiar servicios públicos esenciales como la salud, la educación, la infraestructura, y la seguridad. Este déficit en la financiación puede llevar a una reducción en la calidad y accesibilidad de estos servicios, lo que impactaría de manera directa el bienestar y la calidad de vida de la población.
La insuficiencia en los ingresos fiscales también obliga al Gobierno a recurrir a medidas como el aumento del endeudamiento público para cubrir sus gastos esenciales. Esto incrementa la deuda nacional, elevando los costos asociados con su servicio y limitando la capacidad del Estado para realizar futuras inversiones o responder a emergencias económicas.
El crecimiento de la deuda pública puede generar incertidumbre en los mercados financieros y reducir la confianza de los inversores, esto se traduciría en mayores tasas de interés y dificultades para obtener financiamiento externo.
Además, un impacto significativo se siente en los proyectos de infraestructura y desarrollo que dependen del gasto público. La falta de recursos adecuados puede provocar retrasos o cancelaciones de estos proyectos. Sin inversiones en infraestructura, se ralentizan la creación de empleo y la mejora de servicios, lo que afecta tanto al sector empresarial como a los ciudadanos en general.
Por otro lado, la reducción en la recaudación de impuestos puede llevar al Gobierno a implementar políticas fiscales más estrictas, como recortes en el gasto público, que a menudo afectan desproporcionadamente a los sectores más vulnerables de la sociedad.
En el ámbito social, la disminución en la financiación de programas públicos puede exacerbar las desigualdades, lo que podría intensificar la pobreza y limitando el acceso de la población a servicios básicos. Esto puede generar un ambiente de descontento y desconfianza hacia las instituciones gubernamentales, aumentando las tensiones sociales y la inestabilidad política.