Lagos conectados y cordilleras de muy baja altitud, así lucía Colombia hace 57 millones de años o, al menos, es la conclusión a la que un equipo de paleontólogos llegó tras descubrir nuevos fósiles de la tortuga gigante puentemys mushaisaensis, en el municipio de Socha, Boyacá.
El estudio fue publicado este miércoles 24 de abril (2024) en la revista de la Asociación Paleontológica Argentina PeAPA e incluyó datos que paleontólogos colombianos y estadounidenses fueron recolectando, junto al pintor Byron Benítez, que de momento ha sido la persona en encontrar la mayor cantidad de estos fósiles.
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Según explicó Edwin Cadena, paleontólogo y profesor de la facultad de Ciencias Naturales de la universidad, se trata de “tortugas fósiles de aproximadamente 1.5 metros de largo y es una especie que, anteriormente, solo conocíamos de la mina de carbón de El Cerrejón y encontrarla 500 kilómetros al sur, ahora en Socha, nos permite reconstruir y entender cómo era el paisaje de Colombia hace 57 millones de años”.
De ahí la hipótesis que sostiene que durante el Paleoceno-Eoceno se mantenía “un ecosistema más amplio, sin grandes barreras geográficas con conectividad entre regiones costeras y continentales”, que permitía a las tortugas viajar de la parte norte al centro sin mayores dificultades.
Más allá de un corredor gigantesco de fauna que cruzara el país de punta a punta, dejando como resultado una “composición idéntica de ambas paleofaunas” en distintas regiones, podría hablarse de una sola Colombia en aspectos climáticos y geográficos.
Además, el descubrimiento de fósiles de la puentemys mushaisaensis en Socha nos habla del “momento tan importante que vive Boyacá en términos de patrimonio paleontológico, fortalece la apuesta de turismo científico para la zona” y es un incentivo para el “desarrollo de planes de protección y manejo del patrimonio” en la zona.
¿Por qué su gran tamaño y caparazón redondeado?
La puentemys mushaisaensis se destaca de otras especies de tortugas por su inusual caparazón redondo, cuyo diámetro supera los 1,5 metros.
Este rasgo distintivo, según expertos, le otorgaba una ventaja significativa frente a los depredadores de su época, impidiendo que fuese una presa fácil de la gigantesca titanoboa o del enorme cocodrilo acherontisuchus, que medía alrededor de seis metros, de cola a trompa.
La morfología de puentemys mushaisaensis no era solo una estrategia de defensa ante predadores, sino también, favorecía su termorregulación. La amplia superficie de su caparazón circular le permitía absorber y conservar el calor del sol por más tiempo, manteniéndose activa durante los días más fríos.
Y, de la misma manera, esta característica le facilitaba disipar el exceso de calor durante las noche, contribuyendo así a un mejor equilibrio térmico.
Su descubrimiento aportó evidencias claras sobre las adaptaciones morfológicas de las especies prehistóricas para sobrevivir en ambientes hostiles y dominados por depredadores de gran tamaño.
La capacidad de esta tortuga para regular su temperatura corporal a través de su único caparazón señala la complejidad de los ecosistemas antiguos y cómo los animales evolucionaron para prosperar en ellos.
Aunque el estudio sobre puentemys mushaisaensis es aún incipiente, promete ampliar nuestra comprensión de la fauna que habitaba la Tierra junto a titanes como el acherontisuchus, ofreciendo nuevas perspectivas sobre la vida prehistórica y sus mecanismos de adaptación y supervivencia.
Tan solo el caparazón de la tortuga gigante podría igualar el tamaño de un ser humano en etapa adulta; sin embargo, nunca fueron animales agresivos, sino por el contrario, eran bastante tranquilos. De hecho, se cree que, si lograron vivir en tiempos hostiles, fue porque “desincentivaban” a sus predadores, quienes jamás lograban tragarlas y mucho menos pasarlas enteras.