Hay algo en que todas las creencias y religiones del mundo convergen, y es en los tiempos de meditación, oración, rezo o desconexión. En especial para las religiones judeocristianas los espacios de tiempos destinados a la oración se convierten en prácticas cotidianas fundamentales.
De hecho, la Biblia ofrece una variopinta selección de ejemplos sobre las horas en las que los personajes bíblicos, héroes de la fe -incluso Jesucristo mismo- oraban para establecer comunicación con Dios.
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Uno de los modelos de oración más seguidos fue el profeta Daniel, quien dedicaba tres espacios exclusivos de su día para orar, en medio de su apretada agenda en Babilonia. El libro sagrado indica que, cuando el rey Darío prohibió que sus sobordinados y los habitantes de esa tierra acudieran a cualquier deidad por fuera de él mismo, el profeta judío oró con más ímpetu.
“Firmó, pues, el rey Darío el edicto y la prohibición. Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes. Entonces se juntaron aquellos hombres, y hallaron a Daniel orando y rogando en presencia de su Dios”, se lee en el libro de Daniel.
Orar en la madrugada
En la misma línea que Daniel, y con siglos de diferencia, el apostol Pablo dijo a los cristianos de la Tesalónica del Imperio Romano que “oraran sin cesar”, en referencia a la importancia de hacer plegarias y súplicas o hablar con Dios durante todo el día.
No obstante, hábitos del mismo Pablo y de otros personajes bíblicos mostraron lo especialmente provechoso de un horario para estar a solas, lejos del ruido y de la actividad diurna, y dialogar con Dios largo y tendido: la madrugada.
El rey David, el recordado y aclamado salmista de Israel, en varios de sus salmos destacó la importancia de orar en la mañana y en las noches, pero dedicó numerosos versos a la quietud de la oración en las horas más tempranas: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”, como se lee en el 5:3.
Jesús mismo tuvo la práctica de aislarse en la madrugada, antes de comenzar sus jornadas de milagros y predicaciones, para orar. En San Marcos 1:35 se dice que “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”.
Al respecto, el predicador cristiano Adrian Rogers ha mencionado que estos tiempos, antes de que salga el sol, son muy provechosos. Aunque se puede orar en cualquier momento del día, en especial cuando las jornadas de trabajo son tan variables, el líder religioso sugirió que ojalá esos ratos ”sean tu mejor momento. No le des al Señor tus sobras. Y no trates de encontrar tiempo -haz tiempo, y hazlo una prioridad. También, encuentra tiempo temprano en el día”. Por eso, con respecto a las palabras de David, dijo: “No haces el viaje y luego lees el mapa, ¿verdad? Pasa tiempo a solas con Dios para empezar el día”.
Orar de mañana, una práctica beneficiosa
Ahora bien, de acuerdo con el portal católico Aleteia, las mejores horas para dedicar un tiempo de oración también pueden ser las tres de la tarde (llamada hora de la misericordia), que fue una hora usada por los discipulos de Cristo para orar.
Pero los beneficios son muchos. Así como una meditación matutina, una oración puede aclarar la mente, así como puede tranquilizar la mente y comenzar el día de una manera mucho más consciente. De hecho, los expertos en sicología recomiendan usar las primera horas del día bien sea para meditar, orar, o realizar alguna práctica espiritual.
Dijo David en otro salmo, el 63: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos”.
Pero, en cuanto a la madrugada, el mismo medio citó un párrafo del libro El Peregrino Ruso, un clásico de la Iglesia Ortodoxa, en el que el escritor registró estas palabras: “Por la gracia de Dios soy hombre y soy cristiano; por mis actos, gran pecador; por estado, peregrino de la más baja condición, andando siempre errante de un lugar a otro… El domingo vigésimo cuarto después de la Trinidad entré en la Iglesia para orar durante el oficio; estaban leyendo la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, en el pasaje en que está escrito:”Orad sin cesar.” Estas palabras penetraron profundamente en mi espíritu, y me pregunté cómo es posible orar sin cesar. (...) Parece que hay horas para orar que rinden muchos frutos espirituales.He querido tener la experiencia de rezar en la madrugada Ha sido algo maravilloso y ahora con frecuencia lo repito”.