En las empinadas lomas de Alto de los Pinos, en Usme, sector periférico de Bogotá, se desencadenó una tragedia que ha puesto de manifiesto la cruenta disputa entre bandas criminales por el control territorial: la masacre de una familia, ocurrida en el último día de marzo de 2024.
Aunque inicialmente se consideró que el múltiple homicidio pudo haber correspondido a bandas de ‘tierreros’, grupos que buscan control de predios públicos y privados a través de artimañas, a través de una crónica que realizó el periodista Jonathan Toro Romero, de El Tiempo, se ha revelado no solo la cara oscura de la violencia que asedia a estos habitantes marginados se desprendería de la actuación de bandas -con poder a la sombra- como el supuesto Tren de Aragua y Los Paisas.
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Este barrio, que circunda al parque natural Entrenubes, expone un paisaje de pobreza que se mezcla con la belleza del ecosistema natural que se complementa con los cerros surorientales, se ha convertido en un escenario de guerra, de acuerda con los testimonios que recogió el periodista por parte de los residentes de la zona.
Así se vive la tensión de vivir bajo el dominio de este tipo de grupos
Las personas que viven en el Alto de los Pinos vive en constante zozobra, y, se acuerdo con la crónica, vive acorralada por la violencia generada por el choque de estos grupos delictivos. Anuncian, de manera indirecta, cómo experimentan vivir en medio de las confrontaciones: “Aquí no se puede dormir ya porque suenan los tiros todo el tiempo y uno sabe que en cualquier momento se le pueden meter a la casa a uno y quien sabe qué pase”, relató un residente bajo el anonimato.
De hecho, al parecer el Ejército Nacional ha tenido que intervenir, con el despliegue de patrullas en un intento de restaurar el orden.
Se escribió en el relato periodístico: “Y aunque no les gusta decir el nombre, dice que se ha escuchado que es un supuesto Tren de Aragua el que se está apoderando de esas tierras y que mantienen una guerra a «bala y sangre» con las bandas criminales de la invasión Tocaimita, que queda cruzando la montaña (...) «En el hueco que hay entre las dos montañas se encienden a bala. Aquí no se puede dormir ya porque suenan los tiros todo el tiempo y uno no sabe que en cualquier momento se le pueden meter a la casa a uno y quién sabe qué pase»”.
De hecho, un residente que se acercó a hablar con el periodista afirmó, por ejemplo, que “los problemas en el barrio comenzaron cuando los venezolanos llegaron, pero que también había costeños y paisas, y que la guerra entre todos ellos era lo que tenía a la comunidad arrinconada”, como relató Toro.
En dichas afirmaciones también resaltó el hecho de que “aquí el problema es que cuando ellos llegaron -los venezolanos, como les dicen- empezaron a construir casas allá detrás de los pinos (en la parte baja de la montaña) y empezaron a llegar en manada (...) Se empezaron a subir, a robar y a meterse en las casas de la gente a la fuerza. A un vecino y a mí casi nos matan porque nos dimos cuenta de que estaban sacando las cosas de una casa”.
Ahora bien, las disputas territoriales no serían solo por el control de las rutas de drogas, sino también por el derecho a ocupar y vender estas tierras, como suelen actuar las bandas de tierreros. “El número del lote, pintado con pintura roja, es lo único que puede relacionar a los ‘dueños’ con los predios que supuestamente les vendieron”, según narraciones de los propios vecinos.
La masacre
Entre el 31 de marzo y el 1 de abril se conoció la estremecedora noticia del hallazgo de los cuerpos de la misma familia en las cercanías del parque Entrenubes, que coincidió con la muerte de otro individuo en el hospital de Meissen