A Carlos Castro Arias le interesa el pasado, pues sabe que no ha pasado, ni es pasado, como decía Faulkner. Su obra es un diálogo entre objetos, ídolos, símbolos que, si bien lejanos en el tiempo, han incidido, de una forma u otra, en la construcción del relato de nación.
El pasado nunca muere. No es ni siquiera pasado, así llamó a su primera exposición institucional en Bogotá, que se podrá ver en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) hasta el 9 de junio de 2024, como parte del primer ciclo de exposiciones del museo.
Ahora puede seguirnos en nuestro WhatsApp Channel y en Facebook.
A la entrada del MAMBO, las estatuas de Cristóbal Colón y la reina Isabel, la católica, reciben al visitante, no como lo hacían en la avenida El Dorado, donde estaban emplazadas hasta el 11 de junio de 2021, luego que indígenas de la comunidad misak intentaron derribarlas dos días antes.
En la sala, la reina, rodeada por plantas nativas, le da la espalda al navegante genovés, que, en vez de estar sobre un pedestal, aplasta un globo terráqueo. Para seguir viendo la obra de Castro hay que subir al tercer piso del MAMBO, allí, sus gobelinos, en los que iconos de la cultura popular se mezclan con la imaginería de la Baja Edad Media e inicio del Renacimiento.
Uno de estos tapices cuenta la historia del arca de Pablo Escobar, en la que trajo animales para surtir el zoológico que construyó en la Hacienda Nápoles, el narcotraficante, sobre un hipopótamo, supervisa el descenso de elefantes, jirafas, pavos, tigres, unicornios —como el que se dice le regaló a su hija en su primera comunión—. En frente al tapiz, una reproducción, pequeña, la escultura ecuestre de Simón Bolívar que estaba en el desaparecido monumento de Los Héroes, en vez de un caballo, El libertador está sobre un hipopótamo.
Hay otro sobre la creación de un bloque paramilitar, en una hacienda, Guacharacas, con la imagen de un reputado expresidente, otro sobre la iglesia del Voto Nacional, frente al monumento a Los mártires y muy cercana al extinto —pero trasladado— Bronx, uno sobre la muerte de Hugo Chávez, otro con Diomedes Díaz y uno con los Rolling Stones, en que el que también se cuela Pablo Escobar.
También están expuestas unas reproducciones de las esculturas de Colón e Isabel, la católica, la cabeza de Jiménez de Quesada, que están intervenidas con chaquiras plásticas y patrones visuales de la cultura Inga del Putumayo, yuxtaponiendo iconografías emblemáticas de dos culturas confrontadas en las Américas. Además, hay varias reproducciones de esculturas-monumentos, como otro Bolívar ecuestre que arde, y su espada, también intervenida con chaquiras; una cabeza de Luis Carlos Galán que gira sobre un barril lleno de agua sucia; la paloma de Fernando Botero que explotó el 10 de junio de 1995 y que cobró la vida de 20 personas; en video, otro Libertador, el de la plaza de Bolívar de Bogotá, que fue devorado por palomas; una bandera colombiana que su asta se cae por el propio peso de un proyecto de nación inconcluso; y una maqueta del Congreso de la República sumergida en una pecera.
Infobae Colombia habló con Castro Arias, el día de la inauguración de su muestra, el 14 de marzo de 2024, para conocer más sobre su obra, sus intereses y cómo concibe su práctica plástica.
En su página web, cita a Joseph Campbell: “El mito es mucho más importante y verdadero que la historia”, ¿por qué ese interés en el mito y en crear nuevos mitos, mezclando iconografía tradicional y contemporánea?
Se dice que muchas veces la historia es como periodismo, de alguna manera, y que la historia solo está concebida por entes de poder. El mito tiene algo interesante y es algo que se puede repetir una y otra vez, entonces uno ve el mito del Arca de Noé y ese mito se relaciona con el mito de Pablo Escobar que trajo todos los animales en un solo avión. Trajo una parejita de cada uno y dicen que vivieron en santa armonía, mientras que estuvieron en el avión.
Me interesa hacer esa relación, entre ese mito antiguo y ese mito contemporáneo, y, al tener el mito antiguo, puedo apropiarme de imágenes de la historia del arte, de imágenes contemporáneas y esa relación entre los tiempos es lo que me parece interesante.
¿Cómo se construye esa síntesis de símbolos o iconos para crear esas imágenes de los gobelinos?
En particular ese —el de Pablo Escobar— fue el primero que hice, yo estaba en un museo, el Cloisters, en el norte de Nueva York, allí tienen La caza del unicornio, estaba con un amigo filipino, que se sabía el mito, me dijo «usted si sabía que Pablo Escobar le hizo un unicornio a su hija». Y yo, ¿cómo así? En ese momento, ¡pum! Voy a hacer algo con mitos contemporáneos utilizando la técnica medieval. Así surgió la serie. Es informarse del mito, de las diferentes versiones, nada de esto está oficialmente en la historia y hacerlo también a punta de goce.
Yo me divierto poniendo las imágenes, haciendo collage, haciendo muchas cosas. Muchas veces son cosas arbitrarias y no pasa nada, hace parte del mito. El collage lo hago de muchos modos, digital, análogo, de diferentes partes. Hay cosas que uno, obviamente, no encuentra. Una acuarela de Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo. Entonces toca hacerla. Unas cosas se hacen, otras se reproducen.
Son cosas que me parecen, particularmente interesantes, que puedan también funcionar bien visualmente, que sea una cosa interesantes de ver y de empezarle a encontrar cosas. Lo bonito estos gobelinos es que le hablan a una gente que sabe historia y pueden hablar lo que quieran, pero también un niño ve unicornios, tigres, leones... o sea, es divertido. Me interesa eso, que sea algo que cualquier persona pueda leer y pueda ver algo que le llame la atención.
Carlos, en su obra hay un interés por el pasado, ¿de dónde nace esa inquietud por el pasado para revisitarlo desde la contemporaneidad?
Me interesa mucho generar un diálogo a partir de cosas que ya existen. Hay muchos artistas, que se van a su taller, pintan lo que su espíritu les dice. Así no opero yo. A mí me interesa, veo una imagen, por decir algo, ese Galán —que gira sobre medio barril lleno de agua sucia—, es una escultura de Galán, que está en la calle 26. Conocí al escultor que la hizo, me dejó sacarle el molde. No es una escultura que hice porque me pareció... no. Ese es Galán, hay una historia relacionada con ese símbolo y por eso me interesa ese diálogo.
Alguien me decía, esta agua es como el agua contaminada del río Bogotá. ¡Ve, qué interesante! Yo no digo eso, el espectador pone su mensaje en las obras, que eso también me parece interesante. También por eso lo del mito, es como... oiga usted está haciendo una crítica política. No. Estoy representando, ilustrando una idea, pero mi postura es lo de menos. Yo no quiero ponerle un nombre, ni quiero darle un sentido... o sea, a mí no me interesa educar a la gente, me interesa que la gente vea lo que le parezca y lo que quiera ver en cada cosa y está bien.
En el caso de la reina, la estamos rodeando de plantas nativas, por la cosa irónica de que ella nunca estuvo acá. Poner a esa giganta, como perdida en ese bosquecito de plantas nativas, es una cosa como surreal y absurda. De por sí es absurdo traer esas esculturas acá y, por otro lado, está Colón señalándola, ella está en la esquina. Me interesaba crear una tensión, casi que teatral, utilizarlos como personajes para que la gente saque su interpretación.
Por eso estoy partiendo de imágenes que todos conocemos para que sea como un diálogo, como cultural, no un diálogo de yo hago esto porque me inspira… no me interesa eso, sino de que podemos hablar y que sea interesante para todos.