En medio del contexto político colombiano, Ingrid Betancourt, exaspirante a la presidencia, tejió críticas focalizadas hacia Gustavo Petro. A través de un diálogo con Semana, Betancourt expuso una serie de señalamientos que colocan a Petro en el centro del debate, particularmente en una fecha tan significativa para el país como la Semana Santa.
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De acuerdo con Betancourt, el presidente colombiano navega por “su propio calvario”, uno marcado por decisiones y actitudes que, según ella, contraponen su administración a los principios de amor y paz que alguna vez promovió durante su campaña electoral.
Ingrid Betancourt argumentó que este “calvario” inició en el momento en que Gustavo Petro decidió “privilegiar en su corazón el odio sobre el amor y la guerra sobre la paz”. La exaspirante presidencial sostiene que Gustavo Petro ha desviado el rumbo inicial de su gobierno, aquel que abogaba por la reconciliación y el fin de la polarización en Colombia.
Este cambio de trayectoria, al privilegiar el odio, según ella, ha sumido al gobierno en una “lógica de confrontación de clases”, apoyándose en “fuerzas oscuras” como el narcotráfico y la subversión, así como políticos adeptos que perpetúan prácticas criticadas en pasados gobiernos. “Cuando él decide optar por el odio, el odio es destrucción” afirma Betancourt, señalando las consecuencias como la desaceleración económica y la inacción en reformas esenciales para el pueblo colombiano.
Además, Betancourt aborda los “pecados” que, desde su perspectiva, afligen al presidente Gustavo Petro. Centraliza su análisis en la vanidad, considerándola el pecado cardinal del Presidente, comparándolo incluso con la caída de Lucifer por su creencia de ser igual a Dios.
Esta vanidad, argumenta, ha llevado al presidente a un aislamiento, caracterizado por la falta de humildad y la incapacidad para unir y comprender a las partes contrarias en el panorama político nacional. Para Betancourt, esta actitud no solo aísla al presidente sino que “va a llevarlo a su perdición”. La corrupción, la violencia, la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno y la mendacidad se presentan como consecuencias directas de este pecado de vanidad.
En la entrevista con Semana, Betancourt sugirió que Gustavo Petro, en lugar de ser el líder redentor que muchos esperaban, podría estar encaminándose hacia su propio declive, simbolizado en la figura de un “Judas” que carga con la pesada cruz de sus decisiones y de estar mal acompañado.
“Yo creo que Petro es un judas, no es Jesús, él va a terminar ‘colgado’ cuando se dé cuenta de la oportunidad perdida”, comentó, abriendo la discusión sobre la responsabilidad política y personal del mandatario.
Adentrándose en las complejidades del gobierno de Petro, Betancourt ilustró cómo la vanidad podría estar jugando un rol crucial en la toma de decisiones del presidente, sugiriendo que se ha rodeado de aliados incondicionales en lugar de voces críticas que podrían ofrecer perspectivas diversas.
“Petro tiene una cruz a cuestas, hay cruces que lo elevan y lo hunden a uno. La que él lleva a cuestas es la de sus malas decisiones y lo mal rodeado que está”, señaló, destacando el doble filo que representa el querer mantenerse sin ser contradicho u opacado.
La propuesta de una “penitencia” para el presidente Petro fue uno de los puntos más destacados del diálogo, donde se sugirió un retiro espiritual lejos de su identidad como mandatario. La idea de someter a Petro a escuchar las críticas y opiniones sobre su gestión sin el filtro de su cargo presidencial esboza un escenario inusual en el que la autocrítica podría convertirse en una herramienta de transformación.
“Es curioso, pero yo mandaría a Gustavo Petro a unos retiros espirituales donde él no actuara como presidente”, afirmó, planteando un encuentro espiritual junto a personalidades como el escritor William Ospina, el académico Rodrigo Uprimny, el padre Darío Echeverry y Diana Sofía Giraldo.
Más allá de las críticas y desafíos, se abordó también la relación de Petro con la fe, sugiriendo que, al igual que figuras controversiales del pasado, el presidente podría estar instrumentalizando su creencia en Dios en beneficio de sus propios intereses políticos y personales.
Dicha práctica, lejos de ser exclusiva de Gustavo Petro, se marca como un patrón recurrente en individuos que, a pesar de sus acciones, buscan refugio en la divinidad. “Petro instrumentaliza a Dios, yo creo que eso les sucede a muchos”, aseguró, dibujando un paralelismo entre la conducta del mandatario y la de otras figuras históricas notorias.
Esta reflexión sobre el liderazgo de Gustavo Petro y los retos inherentes a su administración se sumerge en problemáticas universales como el poder, la moralidad y el desarrollo ético del liderazgo.