En Santo Tomás, ubicado en el departamento del Atlántico, Colombia, se lleva a cabo una de las tradiciones más impactantes y controvertidas de la Semana Santa: la flagelación.
Cada Viernes Santo (este año será el 29 de marzo), incluyendo hombres y mujeres de diversas edades, realizan un penoso recorrido de tres kilómetros bajo el intenso sol caribeño, para pagar mandas prometidas por milagros recibidos o en busca de redención de pecados.
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Esta práctica, que data de hace más de 200 años y tiene sus raíces en la Edad Media, es vista con escepticismo por la Iglesia Católica, que ha dejado de pronunciarse al respecto en años recientes, según lo explicado por la periodista Adriana Chica García, en Infobae Argentina.
Los participantes, tras ayunar durante siete viernes seguidos, inician su jornada en el ‘Caño de las Palomas’, vestidos solamente con un faldón blanco y el torso desnudo, portando una ‘disciplina’, un látigo con siete bolas de parafina en su extremo, con el que se autolesionan la espalda. Además, estas personas, son acompañados por un grupo de apoyo denominado ‘picadores’, quienes se encargan de cortar los coágulos de sangre que se forman a causa de los azotes.
Los penitentes realizan este acto de fe en un acto que busca emular el sufrimiento de Jesucristo antes de su crucifixión. Esta costumbre ha pasado de generación en generación, como es el caso de César Muriel Gutiérrez, quien sigue la tradición familiar acompañando a sus hijos en esta dura prueba, según lo reportó Chica García en el 2018, en su investigación periodística, ´Los flagelantes de Santo Tomás: la sangrienta procesión de cada Viernes Santo en Colombia‘‘.
A pesar de las críticas y el rechazo de la Iglesia, que argumenta que tales actos de penitencia no se alinean con las enseñanzas cristianas modernas, los habitantes de Santo Tomás y visitantes de otras ciudades continúan congregándose cada año. Participantes afirman haber iniciado esta penitencia por promesas personales, como salvar a un ser querido de una enfermedad. Otros, como mencionó Chica García, se someten a esta extrema demostración de fe con la esperanza de testificar milagros en sus vidas.
La tradición ha sobrevivido los cambios culturales y sigue siendo un evento de gran convocatoria, reuniendo a miles de turistas y observadores cada año, convirtiéndose en un componente significativo de la identidad local y un atractivo turístico para la región del Atlántico.
Sin embargo, no todos los flagelantes están vinculados directamente con el pueblo de Santo Tomás; personas de todo el país se acercan para pagar sus promesas, incluso en representación de desconocidos que buscan la intervención divina en sus vidas. La práctica ha sido tema de documentales y exposiciones fotográficas, buscando explorar y comprender la profundidad y significado detrás de esta antigua costumbre, que a pesar de la controversia, refleja una herencia cultural y espiritual única.
Para el Viernes Santo de este 2024, se estima que ocho personas desde las 8:00 a.m se reunirán en el Caño de las Palomas para dirigirse hasta en la Cruz Vieja en la calle de La Ciénega, en un recorrido de dos kilómetros en donde estas personas se estarán azotando según lo informó La Libertad.
Un dato interesante, según lo han registrado medios como Radio Nacional, la Vanguardia y El Universal, es que además de los motivos personajes y religiosos que llevan a que un grupo de personas realicen estos actos, existe otras razones que responden al género biológico y la personificación de dos personajes bíblicos; mientras los hombres se azotan para sentir lo que sintió Jesús en su camino a la cruz, las mujeres, en cambio, lo hacen con la intención de personificar de un modo a otro, el dolor que sintió María al ver a su hijo sufrir hacía la cruz.