El 24 de marzo comienza la Semana Santa, con la misa del Domingo de Ramos, que conmemora la entrada de Jesús a Jerusalén y el inicio de sus últimos de vida terrenal. El relato bíblico cuenta que, los israelitas recibieron a Cristo, que entró, montado en un burro, con ramos de palma, gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el Rey de Israel!”.
Como es tradicional, el papa Francisco, desde el Vaticano, celebrará la santa misa, que, en Colombia, se podrá ver, además de YouTube –el enlace está más abajo–, y la podrán seguir los católicos desde las 8:30 a. m., en el Canal RCN.
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En el Evangelio de san Juan, se cuenta que seis días antes de la Pascua judía, Jesús partió hacia Betania, en donde estaba Lázaro, el hombre al que resucitó. Allí cenó. María, una de las hermanas de Lázaro, ungió los pies de Jesús con un perfume de nardo puro y le secó los cabellos. La casa de Lázaro quedó perfumada. Judas Iscariote, el discípulo que entregó a Jesús a los romanos, reprochó que se haya gastado el costoso perfume, en vez de venderlo y repartir los trescientos denarios, que le habrían dado por él, entre los pobres.
Jesús tomó la palabra: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura, porque pobres siempre tendréis con vosotros; a mí no siempre tendréis». Cuando los judíos se enteraron de que Jesús estaba en Betania, fuero a verlo y a ver a Lázaro, el resucitado.
Al día siguiente, el domingo, la muchedumbre se enteró de que Jesús iba camino a Jerusalén y con ramos de palma, salieron a su encuentro gritando: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el Rey de Israel!». Jesús, montado en un burro, cumplió una profecía: “No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna”. Los discípulos se darían cuenta, después, cuando Jesús fue glorificado, de que Cristo había cumplido lo escrito.
Unos griegos, que llegaban a la ciudad para celebrar la Pascua, hablaron con Felipe, el de Betsaida de Galilea, para pedirle que querían ver a Jesús. Este le pasó el mensaje a Andrés y juntos le contaron a Cristo las intenciones de los griegos. Entonces, Jesús dijo:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre.» Vino entonces una voz del cielo: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré».
Las palabras de Jesús, según los que las oyeron, fueron como un trueno, otros decían le había hablado un ángel. El hijo de Dios dijo, anunciando su muerte: «No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.»
La gente le respondió: «Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?»
Jesús les dijo: «Todavía, por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz.» Dicho esto, se marchó y se ocultó de ellos, pues, a pesar de sus palabras, no creían en él.
Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.»
Así termina el relato del Domingo de Ramos e inicia la Semana Santa, luego de los cuarenta días de preparación espiritual, que hacen los católicos emulando los días que estuvo Jesús en el desierto, sorteando las tentaciones del demonio. La Semana Mayor es la celebración más importante de la religión católica, pues se conmemora la pasión de Cristo.