En la madrugada del martes 19 de marzo se confirmó la muerte de Eduardo Escobar, escritor, poeta, periodista y cuentista.
El antioqueño de 80 años había sido internado desde hace dos días en la Clínica Oncológica de Antioquia, luego de que su salud se complicara. El oriundo de Envigado padecía de cáncer de pulmón.
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Escobar es uno de los cofundadores del movimiento literario nadaísta, el cual nació en 1958 junto con Gonzalo Arango, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel.
Padre de cuatro hijos: Raquel, Lucas, Roque y Simón. Realizó sus estudios en el Seminario de Misiones de Yarumal, fue en el año 200 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por su columna de opinión Contravía.
El poeta antioqueño penseó en su juventud en dedicarse a la vida religiosa e incluso estuvo en el seminario, sin embargo decidió enfocarse en mundo de la escritura.
Entre su trayectoria se destaca su trabajo como columnista en los periódicos El Espectador, El Colombiano, El Tiempo (desde los años 70), Universo Centro y El País. También fue colaborador de las revistas Soho, Credencial, Cromos, Carmbio.
El escritor envigadeño fue el fundador del “El café de los poetas”, el primer café en Bogotá donde se realizaron recitales, tertulias y encuentros de jazz. Allí se solían reunir artistas destacados e intelectuales del momento.
Después de ganar reconocimiento, algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés por el poeta Paul Blakcburn y el alemán, Stefan Baciu.
Entre las obras de Eduardo Escobar se encuentran: Invención de la uva (1966), Monólogo de Noé (1967), Segunda person» (1969), Del embrión a la embriaguez (1969), Cuac (1970), Buenos días noche (1973), Confesión mínim» (antología) (1975), Cantar sin motivo (1976), Antología poética (1978), Correspondencia violada (cartas de Gonzalo Arango) (1980), Escribano del agua (1986), Vámonos de fracasos por el aire desnudo, poema bolivariano (1987), Gonzalo Arango (1989), Nadaísmo crónico y demás epidemias (1991), Antología de la poesía nadaísta (1993), Manifiestos del Nadaísmo (1993), Cucarachas en la cabeza (1993), Las rosas de Damasco (2001), Ensayos e intentos (2001), Fuga canónica (2002), Prosa incompleta (2003) y Poemas ilustrados (2007).
Así se describió el escritor antioqueño:
“No sólo de poesía vive el hombre y menos en Colombia traficando con libros narcóticos. Para sacudir la inopia, como tantos otros antiguos y modernos poetas o simples mortales, recurrí a mil oficios ramplones y actividades prosaicas: fui auxiliar de contabilidad en una pesadilla, patinador de banco todo un junio, mensajero sin bicicleta en una oficina de bienes raíces mientras leí «Teoría del desarraigo», fabriqué bolsas de polietileno, joyeros de cartón y terciopelo, fui almacenista, leí a Joyce en una bodega, me desempeñé también como anticuario ambulante, como vendedor de muñecas de Navidad fuera de temporada, de diarios y semanarios y mensuarios a la entrada de una clínica de lujo. Artesano de baratijas de cobre. Armador de faroles para barco. Promotor de rifas clandestinas sin premio, por el apremio. Ayudante de cocina por el arroz con chipichipi. Pastor de aves de corral. Maestro sablista del sutil abordaje. Cantinero. Escritor de nimiedades para revistas intrascendentes. Crítico de arte mercenario. Hasta campanero fui de una pandilla de marihuanos. Así aprendí a odiar el trabajo sudando petróleo”.
Sus últimos días
De acuerdo con información de su hija Raquel, la atención médica que recibió Eduardo Escobar no fue la mejor en un primer momento. “Lo mandaron como en el correo de la muerte porque le quitaron los drenajes, el suero y no le daban de comer. Estuvimos muy a disgusto, mi papá estuvo muy mal”, expresó la familiar.
Después de varias quejas sobre la atención que recibió Escobar mejoró y los trataron bien. “Nosotros sabíamos que mi papá estaba enfermo, terminal, pero una cosa como acelerarle la muerte es realmente horrible”, indicó.